historia

De obeliscos y bisiestos: un calendario en Roma

Los sacerdotes egipcios habían determinado que la duración anual era de 365,25 días y la fracción decimal que originaba significaría otra jornada añadida cada cuatro años

De obeliscos y bisiestos: un calendario en Roma.

De obeliscos y bisiestos: un calendario en Roma. / ED

De ellos (de los obeliscos) en el campo de Marte el divino Augusto hizo una maravillosa aplicación para marcar la sombra por el sol, y, por tanto, reconocer la longitud de los días y las noches, […], y la marca del día del solsticio de invierno, al mediodía; a continuación, para cada día, la sombra con la marca y la disminución correspondiente a los aumentos posteriores con marcas de bronce con incrustaciones de piedra, en el edificio. (Plinio El Viejo, hacia el año 50 de nuestra era).

Julio César fue elegido Pontífice Máximo en el 63 antes de nuestra era (a.n.e.), con lo quedó a cargo de regular el calendario de Roma, entre otras cosas dictando el principio y fin de año y los días fastos y nefastos. Probablemente este cargo, que ejerció poco tiempo para alistarse en el ejército, despertó en él una curiosidad por los ritmos del año, por lo que cuando conoció en Egipto (48 a.n.e.) el calendario que regía en el país de los faraones lo encontró muy superior al romano que era confuso y exigía frecuentes correcciones. El egipcio marcaba básicamente un año civil de 365 días y un día adicional (epagómeno en griego) cada cuatro años. Los sacerdotes egipcios habían determinado que la duración del año (trópico lo llamamos ahora) era de 365,25 días y la fracción decimal era la que originaba ese día añadido.

Así pues, César estableció desde el 46 a.n.e., que se utilizara en Roma el calendario juliano, traído desde Egipto. Cambiar de calendario no es fácil. Cuentan, además, que los romanos tenían especial veneración por la tradición, y se oponían al cambio, tendían a sospechar de la novedad y la palabra novus tenía para ellos un algo siniestro. Por tanto, la población debía ser instruida en la nueva manera de contar el paso del tiempo y necesita de nuevas maneras de hacerlo. Veamos cómo se produjeron estos cambios.

Esto fue propiciado por Octavio Augusto (Plinio habla del divino Augusto porque ya había fallecido y era oficialmente un dios, son cosas del catasterismo), instalando en el Campo de Marte un obelisco transportado desde Egipto, que se usó como calendario con el dibujo de la analema (la figura que va describiendo si marcamos el suelo todos los días a mediodía con la sombra de su extremo), y también como reloj de sol. El Solarium Augusti, fue diseñado por Facundus Novius, del que no sabemos nada, y la dedicatoria que aparece en su base ha permitido deducir que su inauguración debió de tener lugar el 30 de enero del año 9 a.n.e.

Hay que pensar, dado el origen del cambio, que no tiene nada de especial que usaran un obelisco para ello. Sabemos, por otra parte, que Octavio Augusto era un enamorado de los obeliscos y mandó traer varios más. Este sistema de marcar el calendario falló muy pronto (también nos lo dice Plinio; Facundo Novius era mejor como astrónomo que como arquitecto) ya que la base del obelisco no era lo suficientemente firme y se hundió un poco provocando el desajuste de las medidas y la inutilidad de la analema dibujada. De este mismo obelisco dice Johann W. Goethe en su Viaje a Italia (1786-1787): «Vuelvo a ocuparme de las cosas de Egipto. Estos días he estado alguna vez junto al gran obelisco todavía a trozos en un patio entre escombros y barro. Se trata del obelisco de Sesostris, erigido en Roma en honor de Augusto, y que servía de gnomon al gran reloj solar dibujado sobre el Campo de Marte».

Ha llegado el momento de nombrar al obelisco de nuestra historia, es el de Montecitorio situado frente al palacio de ese nombre que ahora acoge a la cámara de diputados y cuyo balcón, esto lo cuenta Stendhal, se utilizaba para hacer de forma pública la extracción de los números premiados en la lotería. El obelisco fue levantado por Psametico II (no por Sesostris, que Goethe no lo sabía todo) hacia el 700 a.C., y traído a Roma como dije por Augusto. Volvemos a Plinio: «La dificultad de transportar los obeliscos a Roma por mar superó a todas las demás; el transporte se hacía en naves que levantaban una gran expectación. El divino Augusto donó la primera que transportó un obelisco para que fuera expuesta en una dársena permanente en Puteoli». Reencontrado en 1748, el papa Pío VI puso encima del piramidón (la pirámide en la que terminan los obeliscos) una esfera culminada por un pequeño obelisco. Para recordar se uso anterior, cuando hacía de reloj de sol en el Campo de Marte, al mediodía un rayo de sol atraviesa una abertura en ese globo y el rayo incide en una serie de marcas señaladas en una meridiana que llega hasta la puerta de la cámara de diputados. Añadiré que el calendario juliano tuvo un gran éxito y se usa aún en algunas cuestiones como en la fecha de la Pascua en la iglesia ortodoxa rusa, en el monasterio del monte Athos, y he encontrado una cita sobre su uso en la isla de Foula, a unos 33 kilómetros al oeste de Shetland, para sus festividades, tales como Navidad y Nochevieja.

Sin embargo, desde 1582 usamos en el Occidente católico el calendario que llamamos gregoriano por deberse la iniciativa de su implantación a Gregorio XIII (papa del 1572 al 1585). El cómputo de los años bisiestos es lo que explica esta modificación. Como indiqué los egipcios determinaron que el año trópico tenía 365,25 días, con un año bisiesto cada cuatro años, cuando en realidad la duración del año trópico es de 365.2422 días de tiempo solar medio (365 días 5 h 48 m 45.10 s), lo que equivalía a contar un día adicional cada 128 años, diferencia que se iba acumulando y que llegó a tener 11 días de desfase cuando se produjo el cambio. Adivinanza: santa Teresa de Jesús murió el 4 de octubre de 1582 y fue enterrada el 15 de octubre del mismo año, ¿cuántos días estuvo expuesta? Solución: solo una noche, ya que coincidió con la implantación del calendario gregoriano que establecía ese cambio de fecha.

Hoy conocer la fecha y la hora, incluso el 29 de febrero, es tarea mucho más asequible, pero podemos echar de menos la grandiosidad y el sentido artístico de los obeliscos que, sin duda, tienen mucho más encanto que nuestros teléfonos móviles.

Suscríbete para seguir leyendo