Terenci Moix, el gran fabulador

Un excelente largometraje documental muestra al seductor, ingenioso y también manipulador escritor

Terenci Moix.

Terenci Moix. / ED

Quim Casas

Terenci Moix nunca escondió que él era el centro de todas las cosas. «Soy la persona más adorable que conozco», dijo en una ocasión, pavoneándose y desdramatizándose a sí mismo. Uno de sus libros más famosos se titula Terenci del Nilo. Uno de sus programas, Terenci a la fresca. Uno de sus artículos, Terenci del Atlas. Terenci... y los demás. Terenci: La fabulación infinita, realizada por Marta Lallana y escrita por Álvaro Augusto, penetra como un estilete en su vida sacando a la luz las sombras de su existencia y recalcando las muchas luces que tuvo su andadura vital e ingente producción como novelista, articulista, adaptador teatral y conductor de programas de televisión.

Se abre con el final, imágenes de su funeral, el 3 de abril de 2003, con María del Mar Bonet cantando a capela frente a su féretro y Boris Izaguirre, gran amigo de Terenci, compungido en una de las últimas filas. Izaguirre recuerda en el documental que «como Fassbinder y Almodóvar en el cine, al leer a Terenci pensaba que me estaba escribiendo directamente a mí». En tiempos oscuros en este país, en particular para los homosexuales, Moix se convirtió en un faro. Y consciente de su importancia y popularidad, el personaje comenzó a devorar a la persona.

Después del funeral, amigas y conocidos se reunieron en la Granja de Gavà para leer algunos de sus textos y recordarle con alegría. No era un local cualquiera: en esta antigua lechería situada en la calle de Ponent —hoy Joaquim Costa— de Barcelona, nació Terenci el 5 de enero de 1942. Vivió en este barrio del Raval y lo amó.

Fabulador, inteligente, ingenioso, conversador extraordinario, polemista nato, fumador empedernido (fumaba tres o cuatro cajetillas de cigarrillos Ducados cada día, lo que le causó enfisema pulmonar e impotencia sexual)... Y también egoísta, oscuro, manipulador. De él hablan en el documental su cuñada, la siquiatra Rosa Sender; Boris Izaguirre, la fotógrafa Colita, su prima Rosa María Moix, el escritor Luis Antonio de Villena, el crítico de cine Carles Mir, la guionista Anaïs Schaaf, la actriz Núria Espert, Anna Maio —que fue relaciones públicas de la discoteca Bocaccio— y por supuesto Enric Majó, pareja de Terenci durante muchos años en dos etapas.

El bloque centrado en esta relación es de los más duros del documental. «Fue un ligue clásico», recuerda el actor. «Comenzamos a vivir juntos desde la primera noche. Así de fácil». Para Moix, Majó supuso el hallazgo de la belleza clásica. Terenci había dicho: «Me he pasado media vida persiguiendo los sueños que he amado, no necesariamente hombres, también piedras, libros, cuadros, mujeres, a veces un sueño de perfección, a veces un sueño del absoluto. Creo que ningún cuerpo vale lo que un sueño, ninguna ciudad lo que su literatura, ningún amor lo que la idea del amor».

Ramón Moix, que se convirtió en Terenci tras quedar fascinado por el actor Terence Stamp, amó a Majó, concibió la traducción al catalán de Hamlet para que la interpretara él, vivió para que su pareja hiciera un teatro fantástico, «hizo la obra Tarzan de los monos para poderle vestirlo con un taparrabos», recuerda Colita. «Quería hacer de Majó el mayor artista del mundo sin preguntarle a él si quería hacerlo», reflexiona Rosa Sender. Un moderno Pigmalión, y como éste, obsesivo. «Terenci manipulaba y tenías que renunciar a partes de ti», explica Majó, de quien Moix renegó después de la segunda y definitiva ruptura.

En una charla con Jesús Quintero, El Loco de la Colina, Moix le dice sin titubeos que tiende a convertir a su pareja en Dios y que ama a las sombras, no las personas. Y en otra entrevista televisiva asegura: «Siempre pensé que el amor se demostraba a través del sufrimiento del otro. El que sufría por mí era quien me quería, fíjate que bestialidad». A los cuatro años de estar juntos, la relación ya no daba más de sí, según Majó, y se fue a México. Pero volvieron y estuvieron 10 años, hasta la dolorosa separación definitiva, bien aireada por Moix en diversos artículos de prensa.

El cine, huida de la posguerra

Otros aspectos muy interesantes que contempla el documental son la evidente querencia de Moix por el cine —el cine como huida en la gris España de posguerra: era un solitario triste y adolescente que solo tenía el cine como compañía—, el recuerdo de su hermano Miguel, de salud frágil —murió a los 18 años—, la época de Bocaccio y la gauche divine y ese periodo de reconstrucción física de su propia identidad en la que Moix, «que tenía fama de feíto, pero quería ser como Burt Reynolds», en palabras de Colita, se gastó la mitad de los 15 millones de pesetas que ganó con el Premio Planeta en cremas, limpieza de cutis, peluquín y un abrigo de visón. Lo mismo hacia con los adelantos por sus libros. Consumir los días sin pensar nunca en el mañana.

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