El Tenerife tuvo el derbi muy de cara y, en un suspiro, en una acción aislada, todo se le dio la vuelta. Con el gol tempranero (9’) de Vada al equipo de Ramis se le presentó un guion óptimo. El contraste de estilos entre ambos equipos se acentuó, con todas las ventajas para el Tenerife, que se sintió muy cómodo y dominador de la situación en su rocoso repliegue (4-4-2), óptimo para apretar las líneas de pase amarillas y para salir en largo buscando el espacio y las condiciones de ruptura de sus atacantes. En realidad, fue eso lo que sucedió entre el minuto 9, cuando Vada entró llanamente por el segundo palo, controló de interior y alojó la pelota en la red de Valles, y el 40’, cuando surgió el empate amarillo, que, a decir verdad, no fue una consecuencia directa de la tendencia del juego, sino más bien una acción aislada, producto de una mezcla explosiva: la manera de defender el balón parado por parte local, con toda la línea de despeje hundida, y la calidad de golpeo de Sergio Ruiz, que enganchó dos remates tremendos, el segundo a la escuadra de Dani Hernández.

Tal vez el Tenerife pueda reprocharse únicamente no haber liquidado la discusión cuando estaba tan cómodo, tan superior, en su papel preferido. Desde su repliegue abrigando el 1-0 en el marcador, el equipo salió frecuentemente y generó suficiente para hacer otro gol. Lo pudo marcar cerca de la media Sipcic, que no llegó por muy poco en el segundo palo para empujar a la red un taconazo de Ramón Folch en el primero a la salida de un córner. Y lo tuvo cerca también Gio Zarfino, con una media vuelta espléndida desde la frontal, a la que respondió sobrio Valles para despejar a córner.

Más allá de los momentos puntuales, donde en realidad se plasmó una clara tendencia al triunfo local fue en el trámite del partido. El Tenerife cerró los espacios haciendo valer su fortaleza interior (Aitor Sanz, Ramón Folch y la ayuda de Zarfino), tapó los costados, a donde Las Palmas quiso llevar el balón huyendo de incurrir en pérdidas por dentro, y de esta manera aisló del contacto con la bola a Jesé y a Araujo. Fue el argentino el que tiró por primera vez para su equipo, y lo hizo desde lejos cuando ya se habían consumido 34 minutos de frustración amarilla. Con todo así, la sensación era que habría partido solo mientras el Tenerife no aprovechara una de sus transiciones tan abiertas, tan a su estilo. Entonces, surgió esa jugada, una falta en tres cuartos por la derecha, casi frontal, puesta en el área con buen pie por Pejiño, rechazada por Sipcic y enganchada por Sergio Ruiz de lleno. El primer remate se lo quitó de encima Fran Sol y le cayó otra vez al cántabro, que la clavó en la escuadra. Fue un gol de otro partido, sin ninguna relación con el desarrollo que llevaba este derbi.

Un derbi nuevo

El efecto de un gol es impredecible. Lo evidenció lo que pasó en la segunda parte, que tuvo poco que ver con lo anterior. En realidad se explica porque ese jarro de agua fría del empate hizo sentirse al Tenerife obligado. Tal vez si hubiera empezado el segundo periodo con 0-0 no hubiese reaccionado así... El equipo de Ramis ocupó más campo en ataque, jugó más tiempo con la pelota y se sintió mucho menos cómodo. Los espacios se abrieron tanto que Las Palmas ya empezó a hacer las transiciones conduciendo la pelota y generando ventajas en sus despliegues.

Intervinieron los entrenadores con un ojo puesto en refrescar posiciones y otro en aplicarle revulsivos especiales a la situación de funambulismo por la que transcurrían los dos equipos en su ida y vuelta. Ramis metió a Apeh y a Shashoua, y poco después tiró de Suso. La sola presencia del tacuense genera sensaciones en un partido ya abierto, con tendencia a romperse, pero especialmente si en un derbi. Mel, por su parte, metió en el campo a dos tinerfeños Óscar Clemente y luego Maikel.

El paso de los minutos y los derroteros que tomaba la situación fue empezando a hacer calar la sensación de que el punto no era malo tampoco para el Tenerife. Al fin y al cabo, más allá de los que deja para la clasificación, un partido tan especial como este conviene que no abra una herida. Pero nadie firmó ninguna tregua. Encaminados al tramo final, con la secuencia de goles postreros de los últimos partidos en el Heliodoro flotando en el ambiente, todavía el derbi se alteró hasta el límite: primero en un cabezazo de Fran Sol, tras un centro de Suso desde la izquierda, que se marchó rozando el poste de la portería de Valles, que vio con incertidumbre el camino que llevaba la pelota. Faltaban 15 minutos y hubiera sido un golpe irrecuperable para la Unión Deportiva, que siguió presentándose cerca del área y obligando al Tenerife a hacer grandes esfuerzos individuales corriendo hacia detrás para ganar con disputas lo que ya no podía sujetar con la posición de su bloque, muy abierto y a veces descolocado. En una de esas apariciones visitantes, los amarillos tuvieron el partido a dos metros, en los pies de Óscar Clemente, que remató completamente solo dentro del área pequeña de Dani Hernández. La pelota se fue por encima del larguero milagrosamente, la potencia del centro de Sergio Ruiz desde un costado hizo incontrolable la precisión del remate del tinerfeño.

Siete largos minutos de descuento, en los que cada ataque era una arreón esperanzado y cada pérdida una situación de vértigo defensivo, dieron paso a un final en el que los dos se fueron conforme y hasta aliviados.