Detrás del innegable mérito que tiene empatar un partido con un jugador menos, hay bastantes razones para la preocupación. Al Tenerife ha dejado de resultarle una garantía la táctica de replegarse y buscar en largo a Apeh y Sol para encontrar algo de ruptura. El equipo de Ramis juega cada semana un poco peor. El tramo inicial del partido de ayer, hasta que encajó el gol (en el minuto 20), fue pobrísimo y mostró la imagen de un Tenerife lento, errático en el inicio del juego, impreciso en corto y en largo, con dificultades para ganar el balón en segundas jugadas a las que sus centrocampistas llegan tarde casi siempre por la distancia que genera en sus propias líneas esa manera jugar, con los pases largos una y otra vez. Es verdad que el 0-1 fue producto de una acción desafortunada, pero hasta que Bruno Wilson se marcó en propia meta en su intento de despejar, el único equipo que le dio un sentido al juego fue el Fuenlabrada.

Los madrileños aceptaron meterse en campo rival con la pelota. Lo hicieron con precauciones tan evidentes como que sus laterales no pasaron de la mitad, de manera que el plan de Sandoval consistió en entrar tocando por el medio y tratar de superar con la pelota la zona de Aitor Sanz y Javi Alonso. No pareció que el Tenerife tuviera sujeto el encuentro con el repliegue. Y en esa fase de pases mal entregados, de pelotazos sin receptor, de dudas y desajustes, apareció la referida jugada de mala suerte que puso el marcador 0-1. Fue un centro frontal, desde un vértice, a cargo de Pinchi. No había ni siquiera peligro de que alguien lo rematase en el área, el central portugués metió la cabeza sin miramientos y el balón cogió una parábola que acabó superando a Dani Hernández hasta colarse por el segundo palo.

El gol, como sucede siempre, activó comportamientos diferentes en ambos lados del campo. El Tenerife dio un paso adelante y su rival otro hacia detrás. Nada más encajar, el conjunto local pudo igualar en una acción de Vada que se plantó solo y cruzó la pelota, pero el meta Belman desvió a córner. El argentino fue alineado de falso media punta por la izquierda con la intención de que desarrollara su juego a favor de su pierna derecha en diagonal hacia el área y, en esa acción, plasmó exactamente el plan. Con él y Nono metidos detrás de la segunda línea rival, los carriles se descubrieron para Moore y Muñoz. A través de un juego más posicional, iniciado por Javi Alonso y orientado por Aitor Sanz, el equipo de Ramis encontró algo de continuidad con la pelota. La cuidó más y logró llevarla en mejores condiciones a los costados. Por la izquierda a Álex Muñoz le faltó claridad. Por la derecha, Moore fue una fuente de buenos centros. Aitor ganó campo hacia adelante y así mejoró la calidad de las entregas. En una de ellas, en el minuto 36, el madrileño encontró a Nono, que sirvió a Fran Sol para que el madrileño cruzara solo ante Belman un remate que se paseó ante el marco para rozar el segundo palo. Llegado el descanso, solo con su rebeldía ante el resultado el Tenerife había hecho suficientes cosas en el área rival como para no ir perdiendo un partido en el que el de enfrente ni siquiera había disparado a portería.

Tras el descanso, con los mismos protagonistas y jugando en menos campo, el equipo de casa mostró una preocupante falta de soluciones con la pelota. No había sucedido nada cuando llegó la acción que retorció de forma asfixiante la situación del Tenerife en el encuentro. Álex Muñoz vio la segunda tarjeta amarilla por lanzar una falta cuando el colegiado, que ya había pitado, le había avisado de que no lo hiciera. Sus compañeros protestaron de manera airada porque oyeron el silbato. Solo los protagonistas saben qué ocurrió realmente. El equipo de Ramis se quedó con diez y en desventaja. El entrenador arriesgó, no quedaba otra opción: quitó a Nono y metió de inmediato a Pomares tratando de que le valiera por dos, para cuidar el balance defensivo y al mismo tiempo atacar con él por la izquierda. Cerró con dos centrales y avanzó a los laterales hasta tres cuartos de campo. El Tenerife empujó, llevó el balón a los costados y buscó centros, con escasa claridad, mientras iba descubriéndose y desajustando su balance defensivo tras cada pérdidas en el medio. Tanto, que el equipo madrileño encontró dos salidas en superioridad, pero las terminó mal. La segunda, la más clara, la que desperdició Kanté en un dos contra uno al final de su galopada, fue el origen del empate blanquiazul. La vieja ley del fútbol, del 0-2 al 1-1. Lo gestó Fran Sol, con uno de sus incontables desmarques en diagonal, hacia dentro y hacia fuera, este en concreto lo llevó a un lateral, su centro no encontró respuesta defensiva y le cayó a Pomares en el lado contrario, el valenciano remató forzado, sin distancia cómoda para conectar bien el tiro, pero batió a Belman por bajo.

Los dos entrenadores reaccionaron al gol de manera opuesta. Ramis refrescó puestos clave con la entrada de Joselu, Folch y Sipcic, tres futbolistas expertos para darle aire a un equipo que empezó a dar señales de que consideraba bueno el empate. Sandoval metió delanteros como respuesta a un marcador que tenía cierto sabor a derrota para ellos. No hubo para más, porque aunque los fuenlabreños acabaron más enteros, jugando en campo rival como habían empezado, ya no hubo ventajas ni errores que dieran lugar a más ocasiones de gol. Es un empate que en su análisis superficial encierra un mérito innegable, pero que no termina de ocultar el tono de mediocridad de un Tenerife al que ha dejado de bastarle con su nuevo plan.