Pocos daban un duro por Rubén Baraja cuando aquel gol del Deportivo de La Coruña en el minuto 95 convirtió la reacción de la segunda parte de Riazor en insuficiente y el punto en la nada. El Tenerife se iba de vacaciones en Navidad con cara de candidato al descenso. Sin alma, sin identidad, con muchas dudas sobre el compromiso de una parte de la plantilla y los peores números de la década al término de la primera vuelta del Campeonato.

Era un punto de nueve posibles, una interminable racha sin ganar en el Heliodoro y la sombra de Aritz López Garai sobrevolando su cabeza. Por entonces, la enorme cantidad de críticas que recibía Miguel Concepción convirtieron al preparador vasco en víctima. El efecto azúcar que provocaba su apuesta por el juego de toque y el ataque desmedido ante la inexistente reacción de los primeros partidos con su sustituto avalaban la teoría de que el relevo había sido un error.

Rubén Baraja meditó en el parón, volvió con la intención de reforzar su apuesta y con un objetivo primordial en la cabeza: convencer a sus jugadores de que el camino elegido era el correcto para salir de la crisis. La balsámica victoria ante el Albacete se desarrolló sin las peñas en el Estadio y con la cantera en el campo. El mensaje estaba lanzado: el que no ponga lo que hay que poner en esta situación no juega. La plantilla captó el mensaje.

En menos de dos meses en el banquillo del Tenerife, ha completado una transformación en el estilo de juego que ha traído el éxito (momentáneo). Con López Garai, los futbolistas rondaban la delgada línea que separa el sentirse cómodos a sentirse acomodados. Ahora no se negocia el esfuerzo ni el compromiso. Ningún blanquiazul deja de hacer para que lo haga un compañero. No hay excusas, pero tampoco filigranas ni regalos. Cada punto se sufre, cada victoria se merecey cada partido es importante. No sobra esfuerzo alguno ni se regalan oportunidades. La filosofía Baraja ha sido abrazada por sus futbolistas. "Con las victorias es más fácil generar confianza en una idea", sostenía el pucelano cuando fallaban los resultados.

Baraja difícilmente dará un titular en sala de prensa más sincero que el de ayer en Gran Canaria: "Emociona verlos competir". Es su obra y, aunque sabe que está incompleta y que el objetivo de la permanencia va para largo, al menos puede disfrutar con el premio de haber despejado las dudas, incluso la certeza de algunos sobre lo erróneo del cambio de entrenador, para llevarse el aplauso unánime del tinerfeñismo. Su equipo ahora compite, antes solo jugaba bonito.

Desde la solidez defensiva, las transiciones buscando siempre la verticalidad y la confianza en el trabajo semanal, toca ser moderadamente optimistas. Puede que Santiago Llorente, el viejo sabio que recomendó a Baraja, haya tenido razón una vez más. Igual deberíamos respetar más la experiencia. Igual deberíamos dar margen a la gente para trabajar. Baraja nos enseña el camino.