El más difícil todavía en versión aurinegra. Acostumbrado a convivir ya con los finales apretados, el Iberostar Tenerife se viene empeñando en estos últimos partidos en dar una vuelta de tuerca a su capacidad de sufrimiento -y de hacer sufrir a sus aficionados- con sendas remontadas in extremis. Lo hizo hace una semana contra el Gaziantep, se quedó a un suspiro de lograrlo el sábado pasado en Badalona y ayer, en otro tirabuzón invertido en forma de más de 30 minutos para el olvido, el cuadro de Txus Vidorreta escenificó -con otro final feliz- un nuevo ejercicio de funambulismo cardiaco para tumbar al Riga. De esta forma, los laguneros se mantienen invictos en la presente Champions y además alargan a 16 partidos su racha victoriosa continental bajo la condición de visitantes.

Una penosa puesta en escena, otro fatídico día en el tiro de tres (6/28), la más que discreta tarde de la dupla Huertas-Shermadini y, sobre todo, la sensación de no estar metidos en el choque dejaron al descubierto las costuras de los laguneros en numerosas ocasiones hasta el punto de desnudarlos por completo. Desde el 26-11 del arranque, pasando por el 50-32 en el ecuador del tercer acto, el 55-40 cuando solo restaban 11 minutos, e incluso el 64-57 con únicamente 115 segundos por jugarse. Ahí, cuando más apremiaba el vértigo, el Iberostar cerró los ojos y firmó otro de esos arreones impensables. Una recuperación liderada esta vez por Iffe Lundberg, desatascador del irregular baloncesto de ataque de los isleños y el único que fue capaz de mirar al aro con valentía, criterio y acierto. Así, en poco más de ocho minutos, el danés firmó 11 puntos, entre ellos los del triple que supusieron el éxito final canarista. El mejor exponente de un Iberostar que ya no teme al miedo. Un atrevimiento que, eso sí, no permite al cuadro tinerfeño apreciar que, aún con muchas deficiencias, se ha metido en una perniciosa espiral de riesgo de la que hasta la fecha ha salido bien parado. Seguir dentro de este círculo vicioso no parece, sin embargo, el mejor camino para acabar firmando otra notable temporada.

Antes del sufrimiento final, y dando a entender que lo vivido en Badalona solo tres días antes le había sabido a poco, el Iberostar escenificó un arranque horroroso en la parcela defensiva. Como si del calentamiento se tratara, los isleños fueron dos velocidades menos de las convenientes, lo que permitió al Riga, en una fluida circulación, obtener, una tras otra, situaciones liberadas. Los letones no perdonaron el obsequio y con un 5/7 en triples llevaron su renta por encima de la decena (20-9, 7').

Con el paso de los minutos los aurinegros seguían sin llegar a los lanzamientos de los bálticos, ya no por falta de actividad, sino por tratar de estorbar a destiempo, saltando como pollos sin cabeza. Una pasada de frenada que produjo desajustes en la defensa y que el Riga castigó (después de su 6/10 en triples), bien con penetraciones o bien sacando petróleo de un par de segundas opciones (26-11). Ya con la segunda unidad en cancha, controlado el rebote, y liderado por la chispa de Yusta, el Iberostar cogió aire de manera paulatina (33-26 primero y 35-32 después). Sin embargo, su carrusel de fallos desde el 6,75, los tiros libres regalados a cuentagotas y un par de flojos balances defensivos dejaron el marcador al descanso un 40-32.

Pero más allá de los ocho puntos de desventaja, regresaron para los canaristas las malas sensaciones del inicio; las mismas que se refrendaron en el arranque del tercer acto. Ahí, ya timorato en el tiro exterior, el Canarias añadió displicencia para cerrar el rebote (13 puntos de segunda opción sumaban ya los locales) y ser sólido en el uno contra uno. Sendos nuevos regalos que dispararon al Riga hasta su máxima renta (50-32). Casi cinco minutos tardaron en estrenarse los isleños, que pese a un amago de reacción (52-40) volvieron a estar 15 abajo (55-40, 29') lastrados por su pésimo 2/17 en triples.

Ahí, en el último cuarto, y como si volviera a ver la luz al final del túnel, el Iberostar escenificó su particular canto de cisne. Apretó los dientes en defensa, se agarró a algunos destellos de Huertas y Shermadini, y aprovechó una minirracha de acierto exterior (dos triples de Lundberg y otro de Díez) para creer en la resurrección (60-57). Pero los tres triples cegaron a los aurinegros, que se engolosinaron con el perímetro (cuatro triples seguidos errados) y descuidaron la mejora atrás para que dos mates fáciles de Madsen pusieran el 64-57 en el electrónico a 1:55 del final. El miedo, sin embargo, había cambiado de acera y el Riga falló un tiro y mandó al limbo dos balones en medio de una secuencia en la que Lundberg no titubeó para finalizar con un mate y enchufar dos triples y obrar el enésimo milagro del curso.