La grada del Anxo Carro jaleaba aquella noche los goles del Real Oviedo, que remontaba un partido en el que prácticamente no se jugaba nada ante un Rayo Majadahonda que apuraba sus opciones de permanencia en el Tartiere. Sobre el césped, Lugo y Tenerife disparaban con balas de fogueo. La primera parte había sido movida, pero sin claras ocasiones de gol ni sustos reseñables. La segunda fue una espera interminable.

En el minuto 80, los carbayones perdían en casa 1-3. Carlos Hernández y el exjugador del Lugo Joselu, con un doblete, le dieron la vuelta al partido. El 3-3, celebrado por todo lo alto en el banquillo de Eloy Jiménez, significó la firma del armisticio definitivo entre lucenses e insulares. Aunque hacía ya bastantes minutos que miraban al reloj deseando el final sin daños. Una falta cerca de la frontal, ya en tiempo de prolongación, fue el mejor ejemplo. José Naranjo amenazaba con buscar portería, los zagueros locales le pedían a Carlos Ruiz que intercediera, y el balón acabó en la grada. Lejos, muy lejos de la portería.

Isma López, saludado por los más próximos al banquillo tinerfeño, sonreía. Su peor pesadilla hubiera sido complicar la permanencia del equipo al que defendía, el Tenerife, o la del que le rescató para el fútbol profesional, el Lugo. Pero no tuvo que vivirla. El abrazo del Miño quedó sellado, los dos se salvaron y hoy se volverán a ver las caras. Pero será distinto.