Soñaba con que este día se convirtiera en realidad. Durante algunos momentos del largo proceso llegó a pensar que no sucedería, que aquello iba a acabar con su carrera. Pero rápidamente apartaba ese pensamiento de su cabeza y se ponía manos a la obra. Acostumbrado a estar disponible siempre, a ponerse el primero de la fila aun con molestias, no soportaba aquel calvario. Los fines de semana se refugiaba en la familia y trataba de evadirse de su trabajo, pero solo era para hacer más llevadera la espera. Porque en realidad anhelaba volver a él.

Escuchó tantas veces aquello de "todo va bien" que solo se lo terminó de creer la última vez. El dolor, como síntoma del problema, le había acompañado durante demasiado tiempo. Ese fiel e incómodo compañero debía ir desapareciendo poco a poco, pero no lo hacía. Y cada ve que quería retomar su actividad con normalidad se manifestaba abruptamente. Roturas, recaídas, tratamientos exhaustivos... Tanto nadar para morir en la orilla del quirófano.

Fueron 526 días. Nada menos que 52 partidos de Liga. Pero el pasado sábado Aitor Sanz volvió a sonreír. Como un niño con botas nuevas, esperaba a que le dieran permiso para jugar. Horas antes del partido, Aritz López Garai dio el once con el madrileño como eje del centro del campo. Esa sería, como había ensayado durante la pretemporada, su demarcación en el nuevo Tenerife. "Viene de un tiempo de baja muy largo y ahí podrá controlar mejor sus esfuerzos", explicaba el técnico esta misma semana.

Aquel Aitor capaz de realizar dos esfuerzos en cada acción defensiva, el hombre que tiraba de su equipo para iniciar la presión, que se enfadaba las pocas veces que era superado, no se ha ido. Pero ahora debe comportarse como un veterano, dosificarse. "Entiende muy bien el fútbol y nos va a hacer mejores, pero hay que ser pacientes con él. El primero, yo. Porque a veces le pido mucho, me olvido de lo que ha pasado", admite López Garai.

La intervención quirúrgica a la que fue sometido le ha dejado un bonito recuerdo en la pierna. Pero el equipo del doctor Mikel Sánchez hizo un trabajo extraordinario. Por eso, el futbolista se acordó de él en el día de su regreso. "Los hombres tenemos un tendón que ya no usamos, y que va desapareciendo. Por suerte yo lo tenía y lo usaron para rehacer mi tendón de Aquiles", explicaba Aitor en junio. Fue el último capítulo de un serial en el que llegó a intervenir Santi Cazorla, el internacional español del Villarreal. "Él pasó por lo mismo y me contó su experiencia. Me ayudó. Fue el que me dirigió al doctor Sánchez", desvelaba el centrocampista blanquiazul.

Sus compañeros, y hasta algunos excompañeros con los que mantiene amistad, vivieron de cerca y con preocupación su periodo de baja. Uno de estos últimos, que aprovechó para ver al Tenerife en acción el pasado mes de noviembre en Pamplona, ya anticipaba lo que iba a suceder en privado: "Yo creo que se va a tener que operar. Dice que le duele, no está cómodo. Pero es fuerte. Volverá".

Por eso, la desaparición del dolor, el sentir de nuevo que avanzaba sin obstáculos le hizo recuperar la fe. "He aprendido a tener paciencia", contaba en aquella entrevista concedida a El Día. Fue en la Ciudad Deportiva, donde acudió cada día, quedándose sin vacaciones, con un único objetivo: estar este sábado sobre el césped de La Romareda.

Con Luis Milla y un tercer acompañante que bailará entre Borja Lasso y Álex Bermejo, formará "uno de los mejores centros del campo de la categoría". No lo dice cualquiera. Lo verbalizó tras el primer partido de Liga Víctor Fernández, técnico del Real Zaragoza. Ahora le queda convertir en hábito lo especial que será jugar los próximos partidos. Este domingo pisará de nuevo el Heliodoro vestido de corto. Atrás quedará aquel 9 de marzo de 2018, su última vez contra el Córdoba. Aitor ha vuelto. Y lo ha hecho para quedarse.