Los niños de aquella época eran del Real Madrid o del FC Barcelona. Alguno, más por influencia familiar que otra cosa, se apuntaba al Atlético, el Athletic o la Real. El Tenerife era otra cosa: el equipo de la Isla que siempre estaba en Segunda A o en Segunda B. Pero algo cambió en aquella temporada 1988/1989.

Javier Pérez había llegado a la presidencia del club en el verano de 1986 prometiendo regeneración después de la etapa de Pepe López y osó hablar de llegar a la élite. Primero, con Martín Marrero a los mandos, volvió a la categoría de plata. Al año siguiente estabilizó al club en ella y comenzó un curso que acabaría en gesta.

José Antonio Barrios, histórico del club, hacía las veces de directivo y secretario técnico. Eligió a Benito Joanet, que había sido su entrenador en el Hércules, para el banquillo y conformó un grupo que, en principio, no debía aspirar al ascenso. Pero... ¿por qué no? Las cosas empezaron a ir bien después de ganar el derbi a Las Palmas en la tercera jornada de Campeonato. Fuera de casa se dio el salto de calidad ganando a Deportivo, Mollerussa, Barça B y Lleida en las primeras 13 jornadas. Ahí se colocó en ascenso el conjunto blanquiazul, que ya no bajaría de la cuarta plaza hasta el final (había dos billetes directos y dos puestos de promoción).

La seguridad de Belza en la portería, con Herrero y Lema como jefes de la defensa, Guina en la sala de máquinas y Rommel en el capítulo realizador comandaron una escuadra capaz de llenar el Heliodoro y de generar olas de euforia e ilusión.

A cada mal resultado una reacción propia de un grupo sólido, de un equipo bien armado y competitivo, con un entrenador cualificado y serio al frente. Así sucedió, por ejemplo, cuando el Burgos ganó en la Isla a falta de dos jornadas para el final del Campeonato. Edu marcó en el minuto 84 y Bastón se lució. Ni un penalti le entró al Tenerife aquel día. Pero el fin de semana siguiente fue capaz de ganar al Castilla y cerrar su presencia en la promoción con cuatro goles de Rommel.

Y llegó el gran día. Contra el rival que nadie quería. El Betis de Pumpido, Poli Rincón, Calderé, López Ufarte o Pato Yáñez. El Heliodoro registró una entrada espectacular aquella noche de miércoles, un 28 de junio como hoy. El Tenerife volvió a responder y goleó a un rival gigante, pero que pareció de juguete aquella noche. Un doblete de Rommel, un gol del marroquí El-Ghareff y otro en propia puerta de Julio hicieron creer a la afición por primera vez en el ascenso a Primera. El que estuvo aquel día en el Estadio seguro que recuerda detalles de aquella hazaña.

Cuatro días después, ni las amenazas de emular el España-Malta en el mismo escenario, el Benito Villamarín, ni la permisividad del colegiado Ramos Marcos, tumbaron a los blanquiazules. Fueron noventa minutos de sufrimiento que desataron la mayor de las alegrías. Joanet fue alzado a hombros por sus jugadores y las calles de Santa Cruz se llenaron de aficionados. Ahí, hace 30 años, empezó la época de oro del CD Tenerife.