La salida de José Luis Oltra se cocinó a fuego lento desde la noche del viernes. En el palco del Nuevo Los Cármenes, Miguel Concepción observaba con impotencia y un terrible enfado la imagen del equipo en la primera parte. Sorprendió, para mal, el planteamiento del técnico. Víctor Moreno, preocupado, se atrevió a dar el paso que tenía en mente desde mediados de marzo. Aquella semana, previa a la remontada contra el Osasuna, le tembló el pulso al observar la reacción del entorno. "Ahora sé lo que es Tenerife", dijo a sus allegados. Esta vez no.

Con la decisión casi tomada viajó a tierras gallegas, donde prolongó su estancia hasta la noche del domingo. Pasadas las 21:00 horas aterrizó en Los Rodeos en un vuelo procedente de Santiago. El conjunto insular ya tenía nuevo inquilino en su banquillo.

Ya desde las 20:30 estaban avisados el consejo de administración de la entidad blanquiazul (acudieron Paco Mares y Juan Manuel Quintero) y los principales cargos de la estructura profesional (el director general Pedro Rodríguez Zaragoza, el gerente Juan Amador, el secretario general Nacho Abad y el dircom Javier Armas).

Pasadas las 22:00, ya con Moreno en el Heliodoro, se citó a Oltra para las 22:30. El técnico valenciano no sabía que iban a comunicarle su destitución, pero acudió preocupado por la duda y tan extraña hora para el encuentro. Reunido solo con el consejo y el propio director deportivo, recibió la triste noticia. A continuación se quedó dialogando con Miguel Concepción, que descargó toda la responsabilidad en Moreno. "Le he dado mi confianza y tengo que hacerle caso", diría.

El presidente hacía semanas que tenía la llave del maletín nuclear conectada y a la espera de una petición de su máximo responsable del área deportiva para girarla y activar la salida de Oltra. Su opinión ha pasado en estos meses de "es el entrenador ideal y ha venido para quedarse" (septiembre) a un menos sólido "acabará la temporada" (febrero) hasta desembocar en su precipitada salida.

Oltra, desencajado y dolido, se marchó a casa. No lo esperaba, y menos esta semana, después de las conversaciones que había mantenido con sus jefes tras la derrota de Granada. Con el plan semanal publicado. Y dos días después de la derrota ante el segundo clasificado, en su campo y con las bajas de Milla, Nano y José Naranjo.

Moreno seguía su hoja de ruta y comunicaba su decisión a los capitanes y la plantilla se iba enterando, no sin sorpresa, de que cambiaba su jefe. El sentir mayoritario del vestuario veía incongruente un cambio a estas alturas y confiaba ciegamente en las posibilidades de permanencia sin un relevo tan traumático.

Mientras, en las oficinas del Heliodoro se decidía al mismo tiempo si la destitución se hacía pública la misma noche del domingo o se retrasaba al lunes. La cordura, con la que no pareció relacionarse el club a la hora de citar a su ya exentrenador pasadas las diez de la noche, imperó al menos para no retrasar algo que inevitablemente se iba a saber.

Anunciada la ruptura del vínculo, quedaba el sustituto. Moreno había convencido a Luis César Sampedro, con el que coincidió en Albacete y Lugo y al que le une una buena amistad, entre el sábado y el domingo. Nunca perdieron el contacto, como demuestra, ya mantuvieron un largo encuentro cuando el Tenerife visitó Riazor en el mes de febrero. Por entonces nada de esto se preveía, pero en todas las quinielas figuraba su nombre como uno de los candidatos de futuro. Era, por así decirlo, el recurso fácil.

En paro después de su destitución en Valladolid en la recta final de la pasada campaña, el gallego esperaba esta oportunidad para el verano. Pero al hombre que había confiado en él en dos ocasiones anteriormente no le pudo decir que no ahora. Ni siquiera cuando le dijo: "cuatro partidos y luego hablamos".