Del barrio de La Salud a la historia del vóley playa

José María Padrón, el niño que pasaba horas lanzando la pelota contra la pared en el bazar de su madre es ahora una leyenda en su deporte. En París arbitrará por cuarta vez en unos Juegos Olímpicos.

José María Padrón

José María Padrón / El Día

José María Padrón tiene ahora 51 años. Llegará a París con 52. El del barrio de La Salud se define orgulloso como un joven que no nuca tuvo consola. «Me crie lanzando el trompo con una cuerda y cazando lagartos con latas», recuerda emocionado.

El voleibol lo descubrió en el Colegio Cisneros, en el que estudió gracias al esfuerzo que hizo su familia. «Allí es el deporte rey», explica. Aunque hasta los ocho años no podía empezar a competir, Padrón se «enganchó» desde los seis. El gusanillo lo mataba en el bazar de su madre, cuando le quitaba una pelota y pasaba horas lanzando contra la pared. «Algún vaso rompí y algún cogotazo me llevé» reconoce entre carcajadas.

Con el tiempo, la ilusión se transformó en talento y el talento en expectativas. Se convirtió en un talento prometedor que acudía a las inferiores de la selección española y acabó debutando en Superliga con solo 18 años.

Ya por ese entonces, y pese a su juventud, José María se plateaba un golpe de timón. Las lesiones le afectaban más de lo normal, se sentía «al límite» y la idea de lanzarse de lleno al arbitraje no paraba de rondar su cabeza.

La culpa la tuvieron una gripe común y José Miguel Serrato, su seleccionador en categoría júnior. «Con 16 años, y en una concentración de la selección, caí enfermo y no pude jugar. El entrenador me pidió arbitrar un partido. Jugábamos la Selección Júnior contra el Soria, que en aquella época era un equipo de la máxima categoría. Al terminar, Serrato me dijo que debía plantearme ser árbitro porque tenía maneras. Sus palabras se me quedaron grabadas. Esa fue mi primera experiencia», explica Padrón.

Un canario por el mundo

Aunque no se sienta del todo reconocido en su tierra, jamás ha cesado en su empeño de ser el mejor embajador posible para Tenerife. Por eso cuenta que lleva más de 15 años presentándose como «africano». «Antes de un gran torneo, la Federación internacional realiza una reunión de árbitros. Allí siempre digo que soy africano para que los compañeros se sorprendan y me pregunten. Para ellos soy el tinerfeño. Todos saben dónde están exactamente las Islas en el mapa. Lo crean o no, he hecho un gran trabajo de publicidad para mi tierra», asegura.

La tierra y el trabajo tiran mucho, pero la familia empuja con más fuerza todavía. Y si hay descendencia, se acaba el debate. El pequeño Padrón nació en 2019 (tiene 4 años y medio) y ha cambiado de manera drástica las prioridades de un padre que no quiere faltar en nada. Renunció al Mundial de Hamburgo en 2019 para estar presente en su nacimiento y ahora quiere formar el mejor equipo paternal posible con su mujer Vanessa, su otra gran inspiración.

A ella le debe mucho. No es sencillo encontrar a una compañera que acepte estar separada de su pareja «más de 110 días al año». «Por eso le rindo siempre un pequeño homenaje antes de los partidos. Cuando me nombran en la presentación de los árbitros me llevo siempre la mano a la boca y beso la alianza. Se me ocurrió hacerlo ya es casi una marca personal. De hecho, hay varios compañeros que han empezado a copiarlo y en el mundillo lo conocen como ‘hacerse un Padrón’. La verdad es que siempre ha sido un gran apoyo para mí y me esfuerzo mucho en que sepa lo agradecido que le estoy. Es muy importante», concluye.