El experimento de los pueblos de colonización

Un libro recupera la memoria de los proyectos demográficos de las autoridades franquistas para resucitar el campo tras la Guerra Civil

Viviendas terminadas en Gévora (Badajoz).

Viviendas terminadas en Gévora (Badajoz). / E. B.

eduardo bravo

En octubre de 1939, apenas meses después de finalizar la Guerra Civil, se constituyó el Instituto Nacional de Colonización (INC) para la creación ex nihilo de nuevos núcleos rurales que serían poblados por colonos. A cambio de vivienda, tierras y animales de tiro, esos hombres y mujeres se obligaban a cultivar los campos y aportar parte de lo recogido al Estado para, con el tiempo, obtener títulos de propiedad sobre esas tierras. «Una de las razones por las que este programa se puso en marcha tan rápido fue porque la idea de los pueblos de colonización no la inventó Franco. Era un programa heredero de la Segunda República, cuyos criterios eran muy diferentes. Para empezar, proponía un reparto más equitativo de las tierras, cosa que fue revertida por el Régimen para que los que salieran beneficiados fueran los grandes latifundistas. A esos propietarios se les pagaron muy bien tierras improductivas y se les proporcionó regadío en las mejores; las peores se destinaron a los colonos», explica Ana Amado, comisaria, junto a Andrés Patiño, de Pueblos de colonización. Miradas a un paisaje inventado.

Esta exposición, en el Museo ICO de Madrid, coincide en el tiempo con el lanzamiento en Alianza Editorial de Paisaje nacional, donde el extremeño Millanes Rivas aborda un tema que, hasta la fecha, no ha sido habitual en la literatura española. «El interés se ha centrado en los pueblos sacrificados para construir los grandes embalses, en las historias personales de aquellas gentes que abandonaron de manera forzosa los pueblos sumergidos bajo el agua, pero no se había tratado la reorganización territorial de estas zonas y su resultado: estos nuevos pueblos de colonización», explica Rivas, que destaca cómo solo recientemente se ha empezado a «apreciar la particularidad de estos núcleos de población, que a diferencia de otros pueblos, no tienen unas tradiciones y unos cultos propios, sino que se van a empezar a desarrollar cuando se empiezan a habitar, a mediados del siglo XX».

No obstante, la razón que ha llevado a Rivas a abordar el tema ha sido compartir a través de la ficción sus vivencias familiares. «Paisaje nacional lleva fraguándose muchos años porque mis abuelas, mis abuelos, fueron colonos. Mi familia ha estado siempre vinculada a las tierras que venían incluidas en el lote que se les concedió. Sobre los terrenos del pueblo del que yo vengo, Moraleja, se construyó Vegaviana, uno de los ejemplos más característicos de la arquitectura racionalista del INC. Se aprecia esa vinculación entre el trabajo de los arquitectos, que eran jovenes e interesados por las corrientes de arte contemporáneo, y la relación con la naturaleza y el paisaje».

Estos pueblos buscaban promover la agricultura y detener el éxodo del campo a las grandes ciudades. Por esa razón, la práctica totalidad de los 300 se construyeron en Extremadura y Andalucía, siempre en torno a las cuencas hidrográficas para facilitar la construcción de embalses y canalizaciones que convirtieron en regadíos tierras baldías o improductivas. Asimismo, si bien en un primer momento la inspiración fue la arquitectura historicista vinculada a esa ideología imperial tan propia del franquismo, a partir de la década de 1950, estos proyectos fueron utilizados para incentivar la nueva arquitectura española caracterizada por la experimentación y criterios, por entonces tan poco frecuentes, como la sostenibilidad o las ciudades «de los 15 minutos».

Arquitectura experimental

«Muchos de los pueblos fueron diseñados por algunas de las figuras clave de la arquitectura española como Alejandro de la Sota, Fernando de Terán, Antonio Fernández Alba, Carlos Sobrini o José Luis Fernández del Amo, creador de algunos de los pueblos más sorprendentes y en los que utilizó criterios como la sostenibilidad, el higienismo o la separación de circulaciones. Eran pueblos con un diseño integral, concebidos como células autosuficientes y que, aunque eran todos diferentes, tenían un programa común», recuerda Ana Amado, que detalla algunas de esas necesidades: «Por ejemplo, que hubiera zonas comunes porque iban a ser habitados por personas procedentes de lugares diferentes, que no se conocían entre sí y que debían crear una comunida lo más rápido posible porque, cuanto mejor funcionasen, más productivos serían. También era importante la distancia entre la casa y la parcela que iban a trabajar sin descanso. De hecho existía el llamado ‘módulo carro’, que era la distancia máxima que debía haber entre la casa y la parcela para evitar que se perdiera mucho el tiempo en el trayecto».

Del mismo modo que los pueblos de colonización se diseñaron en despachos y estudios de arquitectos, la selección de sus habitantes respondió a un proceso artificial en el que tuvo un gran peso el nacionalcatolicismo, el resultado de la Guerra Civil y la represión desplegada por las autoridades franquistas durante la postguerra. «El INC fue la opción que el franquismo encontró para solucionar la situación del campo dentro de su marco ideológico, en el que la familia se entendía de una manera muy tradicional. Por eso, los requisitos eran ser un hombre sano, preferiblemente conocedor de las labores del campo, que estuviera casado, que tuviera descendencia, mejor si eran varones, etc.», explica Millanes Rivas que, en algunos fragmentos del libro, reproduce los expedientes de solicitud que debían cumplimentar los colonos.

«Una especie de lista B»

Entre otros requisitos se exigía saber leer y escribir, ser mayor de 23 años y menor de 50, casado o viudo siempre que se tuviera hijos, no sufrir enfermedades hereditarias y tener una moralidad y conducta aceptables. Este último punto debía certificarse con un informe firmado por el cura párroco del lugar de residencia de peticionario, con otro de afección al Movimiento firmado por la Jefatura Local de FET y de las JONS y con un tercero de la Guardia Civil o la alcaldía. «Cuando revisamos esas circulares vimos que, en algunos casos, había como una especie de lista B con nombres que tenían algún asterisco. Se trataba de solicitantes que podían no haber tenido un pasado intachable para el franquismo, pero a los que el Régimen les daba una oportunidad.

En todo caso esas eran las excepciones. La norma era no tener un pasado y ser familia numerosa porque, en las peores épocas, antes de que llegase la inversión estadounidense, todos los miembros de la familia trabajaban de sol a sol de lunes a domingo. De hecho, aunque en los pueblos había escuela, los niños iban muy poco porque tenían que ayudar en el campo. Los colonos fueron gentes a las que no les regalaron nada y eso era una de las cosas que queríamos que fuera contada en la exposición», reconoce Amado.

La comisaria destaca además cómo este tema ha estado siempre lleno de inexactitudes. «No fueron, como se dijo, ‘los colonos de Franco’, sino personas a las que se les dio una oportunidad y la aprovecharon, pero solo para sacar adelante a sus familias trabajando mucho. Las tierras se les prestaban sin ningún tipo de garantía jurídica, no podían cultivar lo que quisieran, sino lo que les obligaba el Estado y, después de superar los cinco años de tutela, que eran años que estaban a prueba, tuvieron que esperar 40 más para amortizar el préstamo y hacerse propietarios de la casa y la parcela».