Canarismos

¡Mano de santo!

¡Mano de santo!

¡Mano de santo! / El Día

Luis Rivero

Luis Rivero

En la tradición católica es común la exhibición de reliquias a las que, de sólito, se le atribuyen propiedades cuasi mágicas y hasta pueden ser objeto de veneración. Una reliquia se refiere, generalmente, a una parte del cuerpo de un santo, en estado post mortem, a la que en no pocas ocasiones se le reconoce la capacidad de hacer milagros, casi siempre ligados a la sanación de algún mal o dolencia física o de una aflicción espiritual. Como si la parte del cuerpo segregada conservase las virtudes que son inmanentes al todo del que forma parte. Santidad o habilidades milagrosas que se habrían manifestado en vida del sujeto y que se extendería más allá de la muerte. Sin embargo, esta devoción por las reliquias y los relicarios, ya se trate de partes anatómicas desmembradas del resto del cuerpo o de objetos personales que pertenecieron al santo, no es exclusiva del cristianismo. En el budismo se habla de los restos incinerados de Siddharta Gautama, el Buddha que, según la tradición, fueron repartidas por diversos lugares de la India y cada uno de eso lugares acabó por convertirse en un sitio sagrado; en el islam la rendición de culto a las reliquias está ligado al profeta Mahoma y a los santos y tuvo su importancia en el período clásico y medieval; mientras que en el hinduismo, aunque menos común debido a la práctica muy extendida de la cremación, la veneración de reliquias corporales se ha relacionado con el movimiento sramana tras la aparición del budismo en torno al siglo V a.C. Esta idea de seccionar las partes del cuerpo de un dios, de un semidios o de un hombre santo con la intención de diseminar por diversos lugares cada parte tiene sus antecedentes en distintas tradiciones. En la mitología egipcia el dios Osiris fue asesinado por su hermano Seth quien tras descuartizar su cuerpo en distintos miembros los dispersó por todo el Egipto. No obstante, Osiris será devuelto a la vida gracias al empeño de su esposa la diosa Isis quien recompuso el cuerpo dividido de aquel. Este mito del descuartizamiento y dispersión de los miembros se repite en la mitología india con el dios Prajapati o en la mitología griega con el pequeño dios Dionisio que muere a manos de los Titanes y, descuartizado, termina siendo pasto de animales; de este modo, al final de la existencia, su alma se libera del cuerpo para reintegrarse al mundo divino de donde proviene. Aunque en la tradición cristiana no se hable de ello, en realidad la analogía es evidente y habría que entenderlo como la separación por desmembramiento y dispersión para una posterior unión de todo lo disperso (que algunos identifican con el mito del hombre primigenio).

Así esta tendencia en la tradición católica de dar ubicuidad al santo venerado para permitir que su protección alcance a cada uno de los lugares donde se localiza una parte de su cuerpo, tiene sentido en este contexto. La mano, símbolo arquetípico universal, se dice que «es parte esencial del cuerpo, siendo soporte de la persona». Entre devotos suele ser la reliquia más preciada, y este parece ser el origen de la expresion. Pero el significado de la mano abierta, la palma de la mano, se puede referir tanto a la devoción de una mano incorrupta que perteneció a un santo, como la mano vital de cualquier persona de bien para expresar un saludo amigo o una caricia, la mano consoladora de la madre que nos acaricia, todas esas manos pueden ser también como la mano de un santo. Las santiguadoras se valen también de las manos en sus santiguados para combatir el mal de ojo (maldiojo), o las curanderas que con maña emplean sus manos y rezos para «arreglar las madres» o «un pomo esconchabado».

La expresión metafórica que se puede escuchar tanto en las islas como en otros dominios del español se emplea para hacer notar los efectos casi milagrosos de algo o la intermediación benefactora de alguien, generalmente relacionado con la salud o el bienestar. Así, por ejemplo, se puede emplear en frases como ésta: «Chaco, tenía un dolor de espalda que me traía loco, fui al estelero…¡Oiga, mano de santo!».