Teatro

Aitana Sánchez-Gijón: “Reivindico el derecho a la ira de las madres”

La actriz protagoniza ‘La madre’, un texto del autor francés Florian Zeller dirigido por Juan Carlos Fisher en el que se cuestionan muchas de las asunciones heredadas sobre la mujer y su rol de cuidadora

Aitana Sánchez Gijón en 'La madre', de Florian Zeller.

Aitana Sánchez Gijón en 'La madre', de Florian Zeller. / BÁRBARA SÁNCHEZ PALOMERO

Marta García Miranda

Se llama Ana. Tuvo a sus dos hijos. Los crio. Los cuidó. Y se fueron. Está sentada en la cocina, recién levantada, y le dice a su marido que se siente estafada porque todos se han ido, porque se ha quedado sola y ya nadie la necesita, porque su hijo nunca viene a verla ni responde a sus mensajes. Su marido dirá: “Eso es culpa tuya, no haces nada, no has cultivado ninguna pasión, te quedas aquí, sin hacer nada y, obviamente, el mundo te parece monótono”. Aitana Sánchez-Gijón es Ana, la protagonista de La madre, del francés Florian Zeller, una obra con estructura de puzle en la que el espectador no sabrá si aquello que sucede en escena es real o pertenece tan solo al espacio mental de una mujer hecha trizas porque el motor de su vida, los cuidados, ha dejado de tener sentido. Sánchez-Gijón es esa madre destrozada y frágil, pero también muy oscura, que ya interpretaron antes Isabelle Huppert o Emma Vilarasau, en un montaje dirigido por Juan Carlos Fisher (Prima facie) en el que comparte escenario con Juan Carlos VellidoÁlex Villazán y Júlia Roch. Tras su paso por Vitoria, Pamplona o Logroño, la obra llega este jueves el Teatro Pavón y coincide, curiosamente, con el estreno también en Madrid de El padre, con Josep María Pou, segunda obra de esta trilogía de Zeller que completa El hijo, que antes interpretó Héctor Alterio y llevaron al cine Olivia Coleman y Anthony Hopkins.

P. No interpreta tanto un personaje como un estado mental, ¿cómo es ese lugar que habita su personaje a lo largo de toda la obra?

R. El gran hallazgo de Florian Zeller es que juega con esa situación tan manida de la mujer de su casa, abnegada y dedicada a unos hijos que ya han dejado el nido, a la que engaña el marido que se va con una más joven… Él le da la vuelta y pone en juego todo un sistema heredado generación tras generación en el que, aun siendo mujeres emancipadas y que trabajamos, hemos asumido una serie de roles que seguimos arrastrando y que tenemos incrustado en nuestro ADN, el de mujeres cuidadoras. Después de habernos contado esa historia del amor romántico para toda la vida, del cuidado del hogar, de los hijos, de que la palabra madre, tan grande y tan hermosa, signifique entrega y generosidad, encuentras a una mujer como esta y tantas otras que se atiborran de pastillas, que van gestando una depresión silenciosa y que se llenan de rabia y de ira, que no pueden soportar que sus hijos vuelen del nido, que se sienten abandonadas y no viven con naturalidad que sus hijos se independicen o que la pareja se haya ido al traste... O sea, mujeres absolutamente necesitadas porque no se tienen a sí mismas. Pero yo reivindico también ese derecho a la ira de esas madres pesadas que acaban siéndolo por el propio rol heredado generación tras generación.

P. Cuando leí el texto pensé que, en el fondo, está hablando de la generación de nuestras madres, esas mujeres que se quedaron en casa para cuidar de los hijos mientras ellos trabajaban y tenían vidas más interesantes

R. Exactamente. Mi madre tiene 84 años, era profesora, feminista, una de esas mujeres que tuvo un desarrollo personal y, aun así, era ella la que se ocupaba del funcionamiento de la casa. Y a mi padre, un hombre de izquierdas y un intelectual que creía en la igualdad, le llevábamos los domingos el desayuno a la cama con los periódicos. Y yo, que soy la hija de estos padres y que he avanzado aún más en emancipación, también he reproducido este tipo de roles en mi familia, he asumido la carga y la responsabilidad de ser el motor y el calor de hogar.

Como mi madre, yo también he reproducido este tipo de roles en mi familia, he asumido la carga y la responsabilidad de ser el motor y el calor de hogar"

P. Ana podría ser la cara B de personajes como Medea o Nora, otras madres que ha interpretado en los escenarios.

R. Totalmente. Creo que uno puede sentir empatía por esta mujer porque es un ser destrozado, pero también muestra todo su lado oscuro, la cara B de esa maternidad que nos venden esas campañas publicitarias del día de la madre que ensalzan la figura de una mujer abnegada y entregada.

P. Es como si aquella Nora de Ibsen no hubiera dado ese portazo y se hubiera quedado en casa.

R. Exactamente, ¡me encanta eso! Me lo voy a quedar, ¿vale?

P. En 'La madre' están la ansiedad y la depresión, y también esos estudios que certifican que las mujeres consumen más pastillas que los hombres.

R. Hay una escena que a mí me parece brutal que es cuando ella dice ‘yo las tomo siempre, siempre’. Y el hijo le pregunta ‘¿para qué sirven, para dormir?’ y ella dice: no, para vivir. Y, realmente, ¿cuántas mujeres arrancan el día y lo terminan a base de pastillas?

P. ¿Reconoce ese lugar que habita su personaje o le resulta ajeno?

R. El de la ansiedad, sí, el de la depresión, no. No soy una persona depresiva, me he metido en infiernos muy gordos de dolor, de tristeza abismal, de lutos brutales y crisis muy grandes, pero creo que nunca he bordeado la depresión. Hay algo en mí, un motor de testarudez y supervivencia que pugna por sacarme siempre de donde estoy. Además, yo no soy esta madre, aunque reconozco y he sufrido el final de una relación de familia de veintitantos años, la marcha de mi hijo mayor, mi hija que está y no está... Estoy viviendo un momento de cambio de ciclo muy bestia desde hace tres años y está siendo un nuevo amanecer, pero es que mi vida siempre ha estado muy llena de muchas cosas y tengo una vocación que es tan importante como mi maternidad, no en segundo lugar, sino igual. No me des a elegir porque igual pego un portazo como Nora.

Un momento de 'La madre', que se estrena este miércoles en el Pavón.

Un momento de 'La madre', que se estrena este miércoles en el Pavón. / BÁRBARA SÁNCHEZ PALOMERO

P. Hablamos de cuidar, pero ¿y el autocuidado?

R. Me cuido muchísimo, muchísimo. En distintos periodos de mi vida he hecho terapia, es fundamental, y creo que la sanidad pública debería hacerse cargo de eso porque todos, en algún momento de la vida, deberíamos pasar por terapia para ayudarnos a entender, a resolver y a vivir mejor. También me cuido físicamente, hago ejercicio y, sobre todo, dedico mucho espacio a cuidar y dejarme cuidar por mi círculo de amigas, un círculo femenino que me sostiene y del que formo parte.

No tengo una sensación de decepción o remordimientos por no haber hecho lo que quería. Yo miro para atrás y pienso, qué pedazo de vida has tenido y tienes"

P. Hace días hablaba con Pablo Remón acerca de la crisis de la mediana edad presente en 'Tío Vania' y decía que aparece cuando empiezas a ser consciente de que tú también envejeces y te vas a morir, que no es algo que solo les pase a los otros

R. Yo estoy en ese lugar en el que soy absolutamente consciente de que me voy a morir, de que voy camino de hacerme vieja y por eso estoy poniendo todo lo que está a mi alcance para tener una buena vejez, con conciencia y sin huir hacia adelante, sin pretender ser más joven ni leches. Pero lo que no tengo es una sensación de decepción o remordimientos por no haber hecho lo que quería. Yo miro para atrás y pienso, qué pedazo de vida has tenido y tienes, qué afortunada eres.

P. Dice que ha pasado mucho tiempo intentando demostrar que no era solo “una chica mona”, sino una buena actriz, pero eso depende de la mirada del otro, que, a lo largo de su trayectoria en cine y televisión, ha sido mayoritariamente una mirada masculina

R. Claro, es que ahora estamos viviendo no sé si un boom porque siguen siendo muchas menos, pero están naciendo y se están incorporando a nuestra filmografía grandes directoras con muchísimo talento, pero en la época en que yo era joven y hacía mucho cine eran dos o tres, no había más. Y, en efecto, la chica de la película era siempre el objeto de deseo desde unos ojos masculinos. Pero yo, afortunadamente, he tenido la revancha del teatro y hay un abismo en cuanto a la profundidad, la dimensión y la complejidad de los personajes que he hecho en los escenarios. Y eso a mí ya me colma, ¿sabes?

P. En 1998, y durante dos años, fue presidenta de la Academia de Cine. ¿Cómo hubiera reaccionado si el caso Vermut le hubiera pillado en el cargo?

R. Creo que hubiera reaccionado un poco antes, no hubiera mantenido silencio durante los días que se mantuvo, aunque es verdad que en estos casos un poco de prudencia y de sosiego no vienen mal. Pero creo que hubiera reaccionado como lo hicieron ellos y como lo hizo el ministerio de Cultura en apoyo a las víctimas, en crear espacios seguros para las mujeres y los hombres que denuncian abusos sexuales y de poder e intentar que todas estas mujeres se atrevan a hablar y que eso desencadene una falta de impunidad, que es lo que ha sucedido históricamente.

P. ¿Cree que sus hijos vivirán mejor o peor que usted?

R. Les deseo que vivan mejor que yo, pero me parece que las nuevas generaciones lo tienen mucho más difícil. Es un tema que me preocupa, la verdad.