El amor, el azar y las infidelidades

Woody Allen vuelve a reiterar en ‘Golpe de suerte’ su conocida tendencia a bucear en las interioridades más ocultas de la conciencia humana

El amor, el azar y las infidelidades

El amor, el azar y las infidelidades / El Día

Vaya por delante nuestra más profunda admiración por Woody Allen, un cineasta cuya principal preocupación ha sido, desde su debut tras las cámaras en 1969 con Toma el dinero y corre (Take the Money and Run), la articulación de un lenguaje propio que le permitiera comunicar al mundo su peculiar visión sobre las reiteradas contradicciones sociales, morales y filosóficas que han condicionado el comportamiento del hombre contemporáneo. Y su largo, lúcido e impactante recorrido profesional así parece constatarlo, incluyendo naturalmente Golpe de suerte (Coup de Chance, 2023), su último trabajo hasta la fecha, a través del cual vuelve a reiterar su conocida tendencia a bucear en las interioridades más ocultas de la conciencia humana en circunstancias extremas y sin perder en ningún momento ese tono agridulce que suele acompañar a cada una de sus numerosas películas. Desde las más dramáticas hasta las más ligeras; desde las más incisivas a las más desoladoras.

Con este filme, aclamado por la crítica internacional durante la pasada Mostra de Venecia y estrenado con insospechada puntualidad en los cines de nuestro archipiélago, Allen firma su película número 50 como director, al tiempo que en breve cumplirá la provecta edad de 90 años, es decir, que, hoy por hoy, la suya es, sin duda, una de las filmografías más copiosas que se conocen entre los maestros vivos del cine internacional. Y su figura, probablemente, sea una de las más inspiradas y coherentes del cine estadounidense contemporáneo, felizmente alejado de la producción mainstream que, desde hace décadas, ha contribuido a moldear un prototipo de espectador sumiso, acrítico y dependiente de los criterios dominantes de las grandes compañías hollywoodienses, o sea, el público opuesto al que suele convocar el veterano cineasta neoyorquino.

Naturalmente, ante tantos títulos memorables y entre tanta devoción cinéfila que genera a su alrededor se incluyen fiascos difícilmente defendibles, por mucha admiración que podamos sentir por su brillante trayectoria como son, pongamos por caso, Rifkin´s Festival (Rifkin´s Festival, 2022), Vicky Cristina Barcelona (2008), Conocerás al hombre de tus sueños (You Will Meet a Talk Dark Stranger, 2010) o Si la cosa funciona (Whatever Works, 2009), donde el laureado cineasta recurre constantemente a sí mismo, es decir, al autoplagio, al empleo rutinario de sus propias fórmulas narrativas, esas mismas fórmulas que, con el empleo de otros mimbres, ha obtenido el aplauso general de la crítica y del público a lo largo de toda su vida profesional, fielmente reflejado, como se sabe, en muchísimos éxitos que hoy adornan la historia más gloriosa del arte cinematográfico estadounidense de las últimas cuatro décadas.

Evito por tanto citar, por innecesario, un buen puñado de títulos en los que casi todos coincidiríamos a la hora de establecer el orden de preferencias sobre su pródiga carrera cinematográfica. Pero hagamos algunas excepciones por las más que evidentes analogías que comparten con su última película y por sus prodigiosos resultados en el plano artístico: Match Point (Match Point, 2005) y Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors, 1990), dos thrillers, como Golpe de suerte, salpicados de crímenes, suspense e intrigas que exploran, sin prejuicios morales, el sentimiento de culpabilidad que ahoga la existencia de sus protagonistas en medio de una ecuación donde intervienen la ética, la religión, la dependencia emocional, la familia y, como sucede casi siempre con este género, el puro azar, como factores desencadenantes de un fatal desenlace.

Pues bien, partiendo de estos ilustres antecedentes, Allen aborda un proyecto minuciosamente estructurado a partir de un formidable guion del propio director en el que se plantea una rocambolesca y desconcertante trama protagonizada por Fanny (Lou de Laage) y Jean (Melvil Poupard), un matrimonio aparentemente idílico, perteneciente al ala más snob de la high society parisina y de un joven y solitario escritor (Niela bucear s Schneider), con el que Fanny mantuvo en el pasado un fugaz romance. Un encuentro fortuito entre ambos por las calles de París reaviva aquellos viejos sentimientos que compartieron en el pasado, provocando las consiguientes sospechas de Jean que, ante el comportamiento anómalo de su esposa, decide investigar, con la ayuda de una agencia de detectives, una supuesta infidelidad. En medio de esta alambicada trama aparece en escena la madre de Fanny (Valerie Lemercier), que comienza a sospechar que su hija lleva una vida sentimental al margen del matrimonio. A partir de ese momento, la película adquiere un tono de comedia negra que desembocará en una situación que no parece estar controlada por nadie, ni siquiera por los personajes que indirectamente la han provocado.

Un elemental sentido de la discreción me impide desvelar el desenlace de la trama, aunque lo realmente importante en esta formidable película no es tanto su estructura de relato detectivesco, construida con frescura, sensibilidad e inteligencia, como la manera tan sutil y aparentemente despreocupada con la que Allen se enfrenta al meollo moral del conflicto, así como la absoluta naturalidad con la que resuelve una situación que otros directores hubieran necesitado muchísimos más recursos convencionales para lograrlo.

El autor de Alice (Alice, 1990) se rodea esta vez de un conjunto de actores desconocidos que le aportan, sin embargo, a la película esa nota naturalista tan necesaria para armonizar perfectamente con el resto de elementos que integran su exquisita puesta en escena: la espléndida fotografía de Vittorio Storaro, acompañada de una bellísima banda sonora y de un indisimulado tributo a muchos de los escenarios urbanos que han convertido a París en una de las ciudades más seductoras y fotogénicas del planeta.