Todo bicho viviente

‘Ovo’ convierte el pabellón del Gran Canaria Arena en un ecosistema en miniatura

El vestuario proporciona la ilusión de que los actores son insectos de gran tamaño

Uno de los momentos del espectáculo ‘Ovo’ del Circo del Sol. | | JOSÉ CARLOS GUERRA

Uno de los momentos del espectáculo ‘Ovo’ del Circo del Sol. | | JOSÉ CARLOS GUERRA / Fabio García

Fabio García

El Circo del Sol vuelve a sorprender a través de un show que combina humor con malabares, acrobacias, música y bailes creando un espectáculo, ‘Ovo’, tan increíble como el mundo de los insectos. El espectáculo estará hasta el próximo 20 de agosto en el pabellón del Gran Canaria Arena, en Las Palmas. Una oportunidad de disfrutar de la magia de la compañía.

El Circo del Sol ha vuelto a Las Palmas de Gran Canaria con un espectáculo cuyos actuantes, aunque no fueran insectos, estaban disfrazados como tales para llevar a cabo una exhibición tan sorprendente que no tuvo nada que envidiar a los legendarios circos de pulgas. Por ello, en esta ocasión los espectadores no tuvieron que observar sus acrobacias a través de ninguna lente de aumento, porque Ovo, que así es como se llama este nuevo show de la compañía canadiense, convirtió el pabellón del Gran Canaria Arena en un ecosistema en miniatura en cuyo centro había, nada más y nada menos, que un gigantesco huevo –ovo en portugués– de siete metros de alto y ocho y medio de ancho, que fue el hilo de este espectáculo que combinó circo, música y mucho humor como ingredientes de una función espectacular.

Entre los cincuenta y cuatro artistas que formaban el elenco de Ovo destacaron, como personajes principales, el trío de humoristas que dirigió la función. Estaba compuesto por el maestro Flipo –quien a lo largo de la representación se esforzaba en mantener en orden el caótico mundo de los insectos–, el extranjero –una mosca que trajo consigo de una tierra lejana el misterioso ovo que da título al espectáculo– y Ladybug –quien, tras aportar vida y alegría al mundo de los insectos, acabó enamorada del extranjero–.

En medio de las aventuras y desventuras de estos tres personajes, regadas con un humor basado en la comedia física, es decir, con abundancia de bufonadas, payasadas, golpes, porrazos y un lenguaje incomprensible, vimos a un libélula revoloteando y realizando equilibrios con las manos, cuatro arañas realizando actos de contorsionismo y cinta floja, tres pulgas que saltaban con destellos de colores mientras realizaban un acro-trío, hormigas haciendo malabarismos con kiwis, maíz, rodajas de berenjena y otras hormigas –todo sobre sus pies–, un dúo de mariposas volando por el escenario ensartadas en correas colgando del techo, una luciérnaga haciendo un espectáculo con diábolos, escarabajos recorriendo los aires –retorciéndose y girando en cuna aérea–, diez grillos saltando y rebotando entre un trampolín y una pared, una criatura realizando un singular baile y nueve cucarachas cantando y tocando durante la actuación.

Los acróbatas durante una de las actuaciones. | | JOSÉ CARLOS GUERRA

Los acróbatas durante una de las actuaciones. | | JOSÉ CARLOS GUERRA / Fabio García

Y, precisamente esto último, música, no faltó y en directo, gracias a una banda que acompañó los espectáculos acrobáticos y malabares interpretando un repertorio de canciones pertenecientes a diversos géneros brasileños como la samba o la bossa nova.

Asimismo, otra parte memorable del espectáculo fue el vestuario que convirtió a estos funambulistas y acróbatas en insectos. De modo que muchas veces el vestuario no sólo proporcionaba la ilusión de que los actores eran insectos de gran tamaño, sino que el espectador se había vuelto de su tamaño.

Los trajes estaban elaborados con tanto detalle que imitaban los cuerpos segmentados de estos artrópodos

Los trajes estaban elaborados con tanto detalle que imitaban los cuerpos segmentados de estos artrópodos mediante plisados que proporcionaban la apariencia de exoesqueletos y combinaciones de telas flexibles, duras y blandas, que simulaban caparazones. Para dar la sensación de poseer seis patas, los grillos llevaban extremidades desmontables que se quitaban para realizar sus acrobacias, porque debido a la rigidez de algunos disfraces, la mayoría de los personajes tenían dos: uno más ligero y funcional para sus funciones acrobáticas y otro más pesado y rico en detalles para el resto de la actuación.

De este modo Ovo, nos trasladó a uno de esos espectáculos tan minúsculos como sorprendentes que pueden suceder en nuestros parques, o en los patios de nuestras casas, ante nuestros ojos sin que nos demos cuenta, pero que en este caso se reveló ante nosotros como una gigantesca fantasía sobre el mundo de algunas de las criaturas más pequeñas de la creación.

Ovo acabó igual que comenzó, con un gigantesco huevo ocupando el centro del escenario que finalmente se resquebrajó, componiendo un espectáculo que a pesar de su diversidad estaba dotado de un equilibro tan perfecto como el que lograban sus componentes cada vez que desafiaban la gravedad.