Una piscina en Meknes

Leila Slimani continúa en su nueva novela, ‘Miradnos bailar’, con la indagación narrativa en la historia reciente de su país

Una piscina en Meknes

Una piscina en Meknes / Fernando menéndez

Fernando menéndez

Un hombre modesto; un hombre que hizo del esfuerzo y del sacrificio su razón de ser, logra a base de trabajo llegar a un estatus económico y social que por su origen no le correspondía, pues se supone que a un hombre de campo y que combatió en la II Guerra Mundial en el ejército del país colonizador no le corresponden ciertos privilegios. Me estoy refiriendo a Amín Belhach, uno de los protagonistas de Miradnos bailar, la nueva novela de la marroquí Leila Slimani (Rabat, 1981), publicada, como suele ser habitual, por la editorial Cabaret Voltaire.

Slimani retoma a sus personajes donde los dejó al final de la anterior novela, El país de los otros, el primer episodio de una trilogía (ahora es de suponer que la escritora está inmersa en la última entrega) que pretende recorrer la historia de Marruecos desde que logra la independencia hasta más o menos la época actual a través de las vidas de una familia y sus distintas generaciones. Familia que viene marcada por un matrimonio mixto entre un marroquí y una francesa. Ese encuentro, roce o armonía (depende del momento) será determinante en el carácter de la historia que la autora de Canción dulce quiere contarnos.

Slimani ha dicho que con este ciclo novelesco pretende dar dignidad a un periodo de la historia de su país. Entendiendo esa dignidad como una verosimilitud que aleja esa historia de posturas maniqueas. La propia escritora se mostró sorprendida de que compatriotas le reprocharan que dé una visión negativa del país. La perplejidad marcó la reacción de la escritora: « yo no trabajo para el Oficina de turismo de Marruecos».

Una escritora tan bien dotada para la elipsis y el ritmo vuelve a optar por un discurso más clásico, incluso más decimonónico, como una suerte de Balzac de la contemporaneidad.

Merece la pena detenerse en la opción de Slimani, quien partiendo de una experiencia personal y de las peripecias de su propia familia, renuncia a la autoficción y apuesta por la ficción pura y dura. Convencida de que la imaginación puede alumbrar zonas oscuras de la historia.

En la presentación en Madrid de Miradnos bailar , la autora recordó cómo, de niña, cuando le preguntaba a su abuelo por una enorme cicatriz en su estómago, él le respondía que se la había hecho un tigre en la selva en Alemania. La niña Leila, bajo la fascinación del relato, iba a la escuela y contaba a sus compañeras la historia del tigre. El planchazo llegaba cuando le aseguraban que no había tigres en Alemania. De alguna manera, recuerda Slimani, en esa anécdota queda reflejada una probable definición de ficción: hacer posible que haya tigres en Alemania.

Los «tigres» de Miradnos bailar están más sujetos al rigor de la historia porque es necesario un contexto real para acentuar uno de los propósitos de la novela que tan bien condensa la cita inicial de Boris Pasternak: «Los tiempos no tienen en cuenta lo que soy, me imponen lo que se les antoja. Permítame que ignore los hechos».

Pero los hechos son tozudos y no les gusta ser ignorados.

Volvamos a Amín Belhach: disfrutando de una situación desahogada, accede a regañadientes a la petición de Mathilde, su esposa: construir una piscina que sirva de refresco y recreo en la hacienda. Esta decisión en parte doméstica y personal tiene un significado que excede lo doméstico, afecta a la percepción de la comunidad al ver como un burgués y nuevo rico a alguien que hasta hace nada era visto como uno de los suyos. Si además tu país fue una antigua colonia, la desafección es mayor: como si te acercaras peligrosamente a la antigua condición de colono. Y es a partir de la decisión de construir una piscina donde queda planteada una de las cuestiones, en mi opinión, más relevantes de la novela: ¿hasta qué punto es compatible el ascenso social con la conservación íntegra de una serie de identidades fuertes y definitorias: etnia, género, clase…?

La mala conciencia acaba por convertirse en una sombra que acompaña a los personajes principales y que se manifiesta especialmente en la figura de Amín, el patriarca:

«Amín había avanzado, paso a paso, como una tortuga, un animal digno y trabajador. Había avanzado hacia un objetivo aparentemente modesto - una casa, una esposa, unos hijos - y no había entendido que dicho objetivo, una vez logrado, lo haría cambiar».

Miradnos bailar también supone la entrega del testigo narrativo a la generación que viene por detrás; especialmente Aicha, la hija que, después de estudiar en Francia, se hace médica y en la que se enfatiza como identidad conflictiva para un entorno patriarcal el hecho de aspirar a ser una mujer libre e independiente.

La piscina acaba de construirse semanas antes de mayo del 68. El periodo de la novela va desde esa fecha tan significada hasta 1973. Marruecos, conseguida la independencia, iba camino de ser un país moderno y liberado, pero una monarquía cada vez más corrupta se ampara en un atentado frustrado a Hassan II para cerrar filas y someter al país a un estricto control y abuso de poder.

Leída Miradnos bailar es fácil darse cuenta del tino y acierto de Slimani; estamos ante una escritora que, libro a libro, nos demuestra que siempre cabe esperar de ella lo mejor.

La vigencia y oportunidad de su mirada queda, por ejemplo, reflejada en declaraciones como las hechas recientemente por Walid Regragui, seleccionador de fútbol de Marruecos: «Yo me siento agradecido a Francia, yo nací, me eduqué y ascendí socialmente en Francia. Yo jugué al fútbol en Francia pero no olvido la historia de mis padres».