Obituario

Muere Raúl Padilla López, presidente de la Feria del Libro de Guadalajara

El fundador de la Feria del Libro más grande del mundo hispanoamericano convirtió lo que era una utopía en una forma mayor de escribir la historia literaria española y, ahora, las de todas las lenguas

El presidente de la Feria Internacional del Libro (FIL), Raúl Padilla López.

El presidente de la Feria Internacional del Libro (FIL), Raúl Padilla López. / EFE

Juan Cruz

De la estirpe de los grandes fundadores, elegante y discreto, pero emprendedor sin descanso, el hombre más poderoso de la cultura literaria del mundo hispano, por la creación de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México), Raúl Padilla López, apareció muerto esta noche en su casa de la capital de Jalisco. Nació en 1954. Se desconocen las noticias precisas de su muerte, aunque especulaciones que no han sido ratificadas señalan que junto a su cadáver se hallaba un arma de fuego además de una nota que podría explicar el desenlace.

La FIL nació en 1987, de la idea de hacer convertir esa feria, y sus premios y sus numerosas iniciativas, en el eje mundial de la literatura en español, propiciando encuentros que resultarían tenidas internacionales inéditas en la cultura de nuestra lengua. Nació al amparo de un nombre propio, el de Juan Rulfo, que nacía en casa (una casa que llenaba de gente cada vez que la FIL se celebraba, igual que se llenaban los distintos centros de atura ó en la zona), y cuya nombradía en seguida se asoció con la FIL, pero un incidente literario (a su familia no le gustó que a Rulfo le dijeran inculto) borró del primer plano el símbolo mayor de la literatura mexicana.

Pero la FIL ha seguido adelante, y es ahora un emblema mayor de la importancia que Padilla quiso darle a su país como centro de la literatura universal. Cada año ha tenido un país invitado; los miles de kilómetros que hay entre Guadalajara y el mundo no han sido nada para Padilla, cuyos equipos (ahora está al frente Marisol Shultz, editora de larga experiencia, una inteligencia de nuestra cultura) han ido de la India a Canadá y a todas partes para convertir lo que era una utopía en una forma mayor de escribir la historia literaria española y, ahora, las de todas las lenguas.

En el sitio central de esa iniciativa ha estado, sin cesar, Raúl Padilla. La última vez que lo vi estaba haciendo eso: reuniéndose con quienes venían, importantes o significativos, para imaginar el futuro de la feria aun más grande. En esta ocasión tenía en casa (una casa que llenaba de gente cada vez que la FIL se celebraba, igual que se llenaban los distintos centros de la feria, como si en Jalisco viviera todo el mundo), al expresidente chileno Ricardo Lagos. Estaba, cómo no, imaginando Padilla actividades que tuvieran que ver con aquel país que se despertaba a la izquierda, pero también estaba, por otro altavoz personal, dando órdenes para que fuera adecuado lo que se hiciera con España, a la que se iba a dedicar (y se va a dedicar) la FIL de este noviembre, pues noviembre es siempre el periodo de ida y vuelta en que el México de Octavio Paz y el de Juan Rulfo y el de Elena Poniatowska abren las estanterías de su poderío literario, acrecentado por la ingente ocurrencia del hombre que ya no está. La vida política local (es decir, mexicana), no lo veía bien desde la atalaya del poder, había desavenencias y persecuciones, desatadas desde la sede mayor gubernamental, pero ni en las reuniones ni en lo que decía en público Padilla iba más allá en sus consideraciones de tales trabas, que parecieron muy serias para la paz de la FIL.

Era un profesor, un rector; tenía el porte de un galán triste, como esos americanos que llegan a los sitios preguntando quién es el primero, para tratar de serlo él, y era además un conversador inteligente: callaba hablando. Una vez me pidió que le llevara a casa de un magnate mayor del periodismo y de la edición, Jesús Polanco, el fundador de El País. Quería rendirle homenaje en Guadalajara (como a muchos otros, agasajó también a periodistas, sabía que sin periodismo no habría divulgación de la cultura) y para ello se desplazó hasta Madrid desde Jalisco.

Iba a en el coche como memorizando, y al sentarse ante Polanco éste le habló a él más de la FIL que lo que tuvo que decir Padilla. Ya la FIL iba precedida de un prestigio enorme, que concitó en el mundo entero el acuerdo de que o ibas o no eras.

Esa fue una creación fuera de serie. Envidiable, envidiada. En las notas que está dando la prensa mexicana, y mundial, no hay trazos aún de todo lo que implica un hecho así, mayor desde todos los puntos de vista. Por la altura imponente de lo que ha hecho Padilla, por la naturaleza de su empeño, insólito por su magnitud para las letras española. Pero sobre todo por la noticia en sí misma, que añade tanto dramatismo, tanto simbolismo, a una historia, la de México, marcada siempre por la luz y por la sombra, habiendo sido tanta la luz que Padilla le ha dado a la ambición universal del país que ahora ve morir a este emprendedor cuya frontera era la marca de las literaturas.

La FIL tendrá lugar en noviembre. Lo más tarde en noviembre es el título de uno de los grandes libros de los años sesenta, del noruego Hans ErickNossak. Para los que fuimos al principio a Guadalajara, y seguiremos yendo, no hay mejor lugar para saber que la literatura mundial sigue viva. Gracias a la FIL, noviembre se convirtió también en un nombre literario. Ahora se añade extrañeza y horror, y admiración, ante un hecho que cambió para siempre el modo de relacionar la literatura en español con todas las literaturas.

El milagro fue de Padilla, y ahora este es su entristecido obituario de un periodista que siguió ese evento inventado por ese hombre de ojos chiquitos que, en la última FIL, parecían llorar. Ahora están en la memoria abrumada de los que los conocimos como la noticia más insólita de nuestras vidas de perseguidores de escritores y de libros.