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Extremófilos

Los organismos extremófilos producen los vistosos colores de una fuente termal en el Yellowstone National Park.  | | ELD

Los organismos extremófilos producen los vistosos colores de una fuente termal en el Yellowstone National Park. | | ELD / juan ezequiel morales

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

Esta semana pasada estuve en un meeting con un biólogo alemán, del que me reservo su nombre por privacidad. Ha recorrido medio mundo entre desiertos, selvas africanas y amazónicas, costas atlánticas y del Pacífico. Me contó cómo, en 1995, habló un largo rato por teléfono con el presidente francés Chirac a fin de que no siguiera haciendo pruebas nucleares en los atolones de Mururoa y Fangataufa, para intentar salvar a los animales y las personas que iban a morir por su causa, instándole a que hiciera las pruebas en la costa francesa, si tenían claro que no eran dañinas (el atolón de coral Mururoa es la punta de un volcán extinto de unos 3.000 metros de profundidad, donde, entre 1966 y 1996, se efectuaron 138 explosiones nucleares, equivalentes a 200 bombas tipo Hiroshima, además de 41 explosiones más en la atmósfera, siendo diez años después que un grupo de científicos franceses del Instituto Nacional de Salud e Investigación Médica, liderado por Florent de Vathaire, aseguró, a través de una investigación realizada en 239 casos de cáncer, del grave peligro de dichas explosiones para el ecosistema).

Mi amigo, el biólogo alemán, se emplea actualmente en la elaboración de esencias de bioseres, siguiendo los protocolos del doctor Edward Bach, en 1930, en Gales, que se fijó en plantas no venenosas, ni cultivadas para la alimentación, sino de belleza y estética natural, estudiando ciclos, ritmos, geolocalización, hábitos, formas de reproducción, y utilizando, no la raíz de las plantas elegidas, sino la parte más elevada, las flores, en busca de la mayor vitalidad y poder sanador.

El Dr. Bach estudió, asimismo, las cabañuelas de esas plantas, o sea, los momentos del año en los que su recogida sería más particular. La recogida de estos patrones medicinales, la hizo a través de las gotas de rocío, que almacenaran las propiedades sutiles a través del calor del sol. Una vez testaba los efectos de estos productos en sus pacientes, contrastándolos con los del mismo producto sin seguir los protocolos anteriores, pasaba a recolectar y producir esencias que, en algunos casos, han durado 70 años sin perder sus facultades curativas.

Mi amigo biólogo usa el método del Dr Bach, pero no el de la ebullición de la planta con fuego terrestre, sino el de la espagiria obtenida del calor solar, sin agredir ni matar a las plantas o bioseres de los que recoge esos productos esenciales. El biólogo alemán se basa en ejemplos como el de la ecóloga canadiense Suzanne Simard, de la Universidad British Columbia, que comprobó que los árboles se ayudan entre ellos y se alertan de peligros, aunque sean de distinta especie, ya que están conectados a través de una red de microrrizas con los que configuran un sistema, en el que los más viejos o antiguos son los más conectados con el resto, a los que transfieren elementos vitales, siendo que desde que las plántulas más jóvenes conectaban con los «árboles madre» germinaban cuatro veces más potentemente: «Hay un intercambio constante, es una suerte de conversación, en que una planta le da a una y la otra le da de vuelta», de forma que «cuando una de las plantas está afectada (atacada por una plaga, por ejemplo), la vecina le manda más agua o carbono, es decir, comparte sus recursos a través de la red con aquélla que tiene esta necesidad. Hay un movimiento de la planta más rica a la más pobre». Simard comprobó que la comunicación podía ser más compleja, procedió a estresar a algunos árboles y los árboles vecinos produjeron cambios enzimáticos para la autodefensa.

La pérdida de los árboles más viejos puede poner en peligro a todo el ecosistema, y cuando un «árbol madre» va a morir transfiere carbono a árboles vecinos y a árboles más pequeños: «Yo interpreto que hay una inteligencia, una sabiduría, una protección que se trasmite de una generación a la otra. Estas plantas están conectadas en el tiempo y en el espacio, y a través de las generaciones», dice Simard (revista Chile Desarrollo Sustentable, 30 noviembre 2017). Estos son los principios que aprovecha el biólogo alemán y los utiliza también de los seres abisales del fondo marino.

Si entendemos que los océanos ocupan 361 millones de km2 y la tierra 149 millones de km2, y que la capa superior del mar lo es hasta 200 metros, a partir de cuya profundidad pasamos hasta los 11.034 metros de las fosas marianas, pero con un fondo oceánico medio de 4 mil metros de profundidad, donde viven especies que no han cambiado en millones de años, y llevan un programa evolutivo muchísimo más lento y guardián de viejísimas informaciones, el tesoro que ahí existe, con 200.000 especies identificadas de millones que existen, es extraordinario. Esos seres suben a la superficie en corrientes que el océano produce en zonas volcánicas como El Hierro, y son captados para la producción de esencias por mi amigo el biólogo alemán. Me enseñó varios, pero concretamente me anonadé con una protista formada por una célula madre de unos 5 milímetros de diámetro con un montón de seres que flotan como satélites alrededor y le siguen en su peregrinar. El otro extremófilo era un ctenóforo, perteneciente a un filum de animales diblásticos, o sea, de características dobles, y el que me enseñó era espectacular, parecía como si se tratara de dos seres unidos vitalmente por una cuerda estrechísima entre ellos, un cordón umbilical, y que ejercían una continua danza, acercándose, cambiando y alejándose entre ellos. Pude disfrutar, de forma secreta, de los elixires o esencias de estos dos seres, administradas por mi amigo el biólogo alemán, en una vivienda cercana a Teror, y me vi transportado al otro mundo, donde me encontré con un grupo de almas puras, y una de ellas en ascensión, y retorné a la Tierra, en busca de más secretas esencias de mi amigo, el aventurero y sabio biólogo alemán que, con tal de encontrar la esencia, se atreve incluso con las anacondas, y gracias a quien pude ver más allá de la ciencia.

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