Lo que prometía ser una inolvidable aventura, descubrir el país que lleva persiguiéndola desde pequeña a través de las canciones que escuchaba su padre, se vio truncada por la Covid. Saray Espinoso ha conseguido transformar la cancelación de su viaje a Argentina en una crónica que relata la especial conexión que siente con este lugar, los orígenes de la misma y otras muchas temáticas que se entrelazan con el pasado y el futuro. Crítico con los viajes injustificados y la gestión de la migración, ‘El año que no viajé a Buenos Aires’ no se limita a un desplazamiento imaginario, introduce una nueva forma de conocer.

Su padre hizo que a través de la música se fuera enamorando de manera progresiva e irremediable de Argentina, y cuando se decidió a adentrarse en una ciudad que solo existía en su cabeza gracias a las letras, la pandemia frustró sus planes. El año que no viajé a Buenos Aires, de la periodista Saray Encinoso Brito, aúna lo que no llegó a ocurrir, creando un mapa sonoro de la ciudad con referencias históricas, numerosos relatos y reflexiones contemporáneas.

¿Cómo a partir de una experiencia decepcionante, la cancelación de su vuelo a Argentina, decide realizar un libro acerca de todo lo que no pudo experimentar?

Lo cierto es que antes que un libro fue un artículo de opinión. El día que tenía que haberme ido a Buenos Aires desde Madrid se me ocurrió escribir un artículo explicando por qué me interesaba tanto la ciudad y reflexionando un poco sobre cuándo empezamos realmente a viajar, si al pisar el destino o desde que comenzamos a interesarnos e investigar sobre el sitio. A partir de esta columna una editorial de León se puso en contacto conmigo y me propuso convertir el “no viaje” en una especie de crónica de lo que nunca sucedió

Si, tal como expone usted al inicio del libro, su padre no hubiera sentido admiración hacia la música latinoamericana ni hubiera tenido ascendencia argentina, ¿estaría tan ligada a ese lugar?

Probablemente no. De hecho, cuando mi padre ponía música en casa yo me quejaba porque estaba cansada de ella. Poco a poco, y sin que nadie me lo pidiera, comencé a escucharla cada vez más y, como muchas de las letras hablan acerca de la historia de Argentina, comencé a interesarme por la cultura y la historia más o menos reciente. A ello se suma que hace unos años descubrí que tenía, no orígenes exactamente, pero que mis tatarabuelos habían emigrado a Argentina y que mi bisabuelo había nacido allí.

¿Cómo definiría su conexión con esa tierra que solo ha habitado a través de sentimientos?

Yo creo que a veces los lugares que consideramos nuestra patria u orígenes no tienen que ser aquellos donde hemos nacido, pueden ser esos con los que sentimos una conexión especial por múltiples razones. Cada uno forja sus intereses y opiniones en torno a un sitio en función a una serie de casualidades o elecciones particulares. En mi caso ha sido una herencia, o sea que no tiene mucho de meritorio, fue casualidad que mi padre me transmitiese sin querer su interés por el país.

En el segundo capítulo critica los desplazamientos injustificados o aquellos que, más que por placer, se hacen por seguir la corriente.

Me parece que en ocasiones cuando viajamos elegimos destinos alejados o exóticos por pensar que allí vamos a encontrarnos a nosotros mismos, y quizás sea así, pero a veces no sé si los elegimos por eso o simplemente por aparentar. Además, considero importante no hacer solo una lista de lugares a los que ir, sino también de aquellos que no se visitarán. Tenemos que decidir lo que nos gusta y su porqué, no seguir un patrón. Son los momentos inesperados y no planeados los que revalorizan la experiencia.

¿De qué manera ha logrado profundizar en su conocimiento sobre Argentina?, ¿qué recursos utilizó?

La música, como decía, me ha ayudado bastante porque habla de hechos históricos que ocurrieron allí, fue el hilo del que tirar. Por ejemplo el rock argentino, que era lo que escuchaba mi padre, estaba vetado por la dictadura al ser crítico con el régimen y me permitió conocer la situación desde dentro. Empecé a cantar letras que hablaban de las Malvinas o la Casa Rosa sin tener idea de su significado, y con el tiempo me empecé a interesar e indagar. También utilicé Google Maps y Google Street View. Me recordaban a mi padre, que se sabe perfectamente numerosas calles de Argentina por usar estas aplicaciones, es muy friki de eso. Para este viaje ficticio ha sido realmente útil para calcular la distancia entre sitios o visualizar cosas que solo conocía por la música.

Tener tatarabuelos emigrantes y conocer su duro periplo hacia una vida mejor ¿ha hecho que entienda de una manera más personal la actual crisis de migrantes que azota a Canarias?

En el libro cuento que en Buenos Aires se inauguró el Hotel de los Migrantes en torno al 1900 con el objetivo de acoger a las familias desplazadas mientras encontraban trabajo. Es decir, que quienes iban tenían la certeza de saber que serían acogidos en un buen establecimiento. Eso me hizo pensar en lo que estamos viviendo en Canarias, donde abrimos hoteles para acoger migrantes pero no como un alarde de solidaridad, sino como respuesta al no tener una red de recursos digna para acogerles. Creo que merece una reflexión acerca de cómo vemos la migración hoy en día y la incapacidad para abrir vías seguras, permitiendo que la gente siga muriendo en la ruta atlántica. El ser humano se ha movido y se seguirá moviendo siempre, todos somos de todas partes.

Los medios de transporte tradicionales crean un alto impacto en el medio ambiente, ¿cree que, al igual que ha hecho usted, podemos sustituir algunos desplazamientos por la lectura?

Se trata de tener un interés que vaya más allá del desplazamiento físico, yo entiendo que hay ciertos sentidos que uno no pone a funcionar hasta que no está en el lugar, pero podemos buscar otras opciones antes de subirnos al avión. A veces viajamos a lugares que ni siquiera hemos imaginado a modo de carrera por ver a cuántos nuevos sitios podemos ir, aunque luego no nos aporten absolutamente nada. Yo en el libro lo cuento y siempre lo digo, mi padre no fue a Buenos Aires hasta que tuvo 59 años, pero cuando volvió estoy segura de que no sabía más que antes de irse. Incluso ahora que tiene 72 años sigue leyendo e investigando sobre el país.

¿Ha influido su experiencia periodística en la redacción de este libro?

Yo creo que sí. Por un lado, está escrito en primera persona, algo bastante anti-periodístico, pero al mismo tiempo es una especie de crónica aunque no haya estado allí. En el libro hay muchas referencias a cosas que he leído en periódicos argentinos, reportajes, artículos o entrevistas acerca de la historia del país, su gente o el rock. Todo ello gracias a una labor investigativa típica de la rutina periodística que se consigue con la práctica.

Desde que pueda, ¿viajará allí para enfrentar la realidad con todo aquello que solo existe en su imaginación?

Por supuesto, en los agradecimientos le doy las gracias a los argentinos porque la Buenos Aires de la que hablo solo está en mi cabeza y habrá muchas cosas que he leído e imaginado que no concuerdan con la realidad. A partir de la columna de opinión El año que no viajé a Buenos Aires lo demás ha sido un regalo, como encontrarme con la gente de la editorial que, sin conocerme, creyeron en mí desde el principio.