Fue en 1993 cuando tres investigadores, Frances Rauscher, Gordon Shaw y Catherin Ky, adscritos al Centro de Neurobiología del Aprendizaje y la Memoria de la Universidad de California, publicaron un artículo en la revista Nature que titularon Música y ejecución en tareas espaciales, un texto que a partir de entonces representó la obertura de un fenómeno científico y social sin precedentes.

La hipótesis de estos científicos sostenía que la exposición de un grupo de personas durante al menos diez minutos a los acordes de la Sonata para dos pianos de Mozart reportaba una mejora evidente en el campo de la inteligencia espacial, especialmente en quienes padecían epilepsia y también en aquellos pacientes con enfermedad de Alzheimer.

Y, claro, aquella conclusión no tardó en expandirse, de manera que sin mayores reflexiones se asoció de una manera casi inmediata que el hecho de escuchar los compases de las obras del genio de Salzburgo resultaba beneficioso para el rendimiento intelectual y la salud, un provecho que incluso algunos llegaron a extender hasta el mundo animal.

Pero bien es cierto que, a medida que se iban acumulaban los datos sobre las virtudes que suponía escuchar al mítico compositor, paralelamente se iban descubriendo las voces que, tanto desde el campo de la ciencia como desde otros ámbitos, cuestionaban la validez del que ya era conocido como efecto Mozart.

Más allá de estas disquisiciones, quienes acudieron anoche al Auditorio de Tenerife pudieron disfrutar del segundo concierto de la 36ª edición del Festival Internacional de Música de Canarias (FIMC), un programa en el que la Mahler Chamber Orchestra, con la pianista Mitsuko Uchida como solista y conductora, brindó el Concierto para piano nº 13 en Do Mayor y el Concierto para piano nº 22 en Mi bemol mayor, de Mozart, dos piezas que estuvieron aderezadas por el bocadillo de la Chorale Quartet. Cuarteto de cuerda nº 2, una obra de factura contemporánea del alemán Jörg Widmann.

Desde el primer acorde se hizo evidente el idilio que Uchida mantiene con Mozart, más allá del tiempo y la distancia, y también el afecto casi reverencial que el público le profesa a esta intérprete, ciertamente idolatrada.

La entrada enérgica de la orquesta en el primer movimiento del Concierto para piano nº 13 en Do Mayor sólo representó un prólogo que dio paso al verdadero protagonista: el piano, un instrumento que en las manos de la japonesa cobra un estilo propio, con un sonido elegante y envolvente, pero que sin embargo sabe acompasarse a esa condición auténtica y heterogénea del grupo.

El sencillo manejo de los silencios, el exquisito gusto estético, la singular interpretación del tiempo lento, a veces casi detenido, y la expresividad de los colores fueron llenando unos compases que el público reconoció con una cerrada ovación, intercalada por algunos bravos.

Así, a manera de aperitivo y antes del descanso, las cuerdas de la Mahler se aliaron con los solistas de flauta, oboe y fagot para interpretar, puestos en pie, una obra contemporánea escrita por el alemán Jörg Widmann, Chorale Quartet. Cuarteto de cuerda nº 2, ese tipo de piezas que continúan representando una asignatura pendiente para una buena parte del público isleño.

Sin la presencia de Uchida, con el piano apartado al fondo, sólo el movimiento de cabeza de uno de los músicos dio a entender que se había llegado al final, momento que buena parte del Auditorio coronó con tímidos aplausos.

A la vuelta, deseoso el público de reencontrarse con la pianista, se escuchó el Concierto para piano nº 22 en Mi bemol mayor, que revivió la relación de Mozart con Salieri, incorporando además una pareja de clarinetes en sustitución de los oboes, para regocijo del músico español Vicente Alberola.

Fue entonces cuando Uchida dio rienda suelta a su máxima expresividad y con la complicidad de la orquesta, aupada en los diálogos entre cuerdas y vientos (¡qué sublime el dúo de flauta y fagot!) estableció una comunión con el público que ya no desaparecería hasta el último compás.

La ovación final fue un justo premio para una noche mágica.

Realmente sería estupendo que el efecto Mozart fuera cierto. En cualquier caso, escuchar al genial compositor salzburgués, más aún interpretado por Mitsuko Uchida en compañía de los músicos de la Mahler Chamber Orchestra, no puede hacer mal a nadie.