Llegaba acalorado de Madrid y en Santa Cruz lo recibió el abrazo fresco del alisio. Vicente Molina Foix (Elche, 1946), escritor, poeta, dramaturgo y cineasta, Premio Nacional de Literatura, no quiso perderse el homenaje a su amigo Alfonso Delgado.

Regresar a la Isla, ¿supone rescatar la memoria de Alfonso?

Claro. He venido bastantes veces a Tenerife y a partir de un determinado momento, aunque nos conocimos en Madrid cuando éramos jóvenes, en los últimos viajes ya asocio su figura a la isla. Alfonso tenía una gran personalidad, era un hombre de muchos talentos. Para mí supone una alegría y al mismo tiempo una tristeza ver que lo último que ha hecho es un libro tan estupendo como Queda la broza, que ya no tendrá más continuidad. Pero es la tristeza de su temprana desaparición y la alegría de que se despidiera del mundo dejando un libro que es un canto a la sensualidad y la libertad y, al mismo tiempo, una novela muy interesante desde el punto de vista histórico.

Y ahora, que tanto se habla de la memoria histórica.

Esta novela tiene memoria familiar, la del propio Alfonso, y queda muy bien reflejado el paso del tiempo, las repercusiones que las guerras y los cambios sociales tuvieron para la Isla y sus personajes. Es un libro de lectura agradable, nunca te deja con la miel en los labios y siempre te da la dulzura que promete. Para mí fue una gran sorpresa que un autor que solo había escrito una novela en su vida tuviera tal madurez.

¿Una reedición significa revivir?

Sobre todo significa que ha habido gente a la que le ha interesado el libro y lo ha comprado. Y espero que no se quede aquí; este es un libro que podría convertirse en obra de referencia para la literatura canaria contemporánea, porque está muy anclado en las Islas, pero al mismo tiempo es muy cosmopolita: las escenas parisinas, esa travesía final en barco donde saca al legendario personaje de María Guerrero con su marido... Es un libro de memoria histórica personal, de los pasos del tiempo, de los cambios sociales y no presentado como un ensayo, un discurso o una disertación, sino como una novela con atractivos personajes de carne y hueso.

Decía Caballero Bonald que somos el tiempo que nos queda.

Por desgracia hay a quienes el tiempo se les acaba antes. Caballero Bonald es de los más longevos y es un placer que siga entre nosotros. Lo que me alegra en este caso es que Alfonso, que se fue demasiado pronto del mundo, lo hizo dejando como mensaje Queda la broza y podemos así decir que queda él, su libro, y como los libros nunca desaparecen, este permanece como el testamento y la propia memoria de su autor.

Castellet acuñó el término de Los Nueve Novísimos. ¿Aquella era una generación al uso?

El nombre, en realidad, estaba copiado de un grupo de italianos, los I novissimi, que eran narradores. Castellet, que estaba siempre a la última y seguía mucho la cultura europea, quiso que su antología de jóvenes poetas, algunos de ellos inéditos, como yo mismo o Leopoldo García Panero, fueran los novísimos españoles. Eligió nueve, porque sonaba mejor, y aquello representó el lanzamiento de una generación con desigual fortuna. Sobre todo fue un eslógan poético que causó efecto y, de hecho, novísimos poetas españoles de mi generación hay muchos y mucha gente reclama ese espíritu.

Y entonces, ¿quiénes eran los antiquísimos?

Para nosotros, que éramos jóvenes atrevidos, había algunos estupendos poetas que tenían el problema de ser mayores, pero no porque fueran viejos. Yo mismo y otros del grupo éramos y seguimos siendo fervientes admiradores de Aleixandre. Lo conocí en su casa de la calle Velintonia de Madrid cuando estaba a punto de cumplir los setenta años y era de las personas más jóvenes, más divertidas y más pícaras que he conocido en mi vida. Los amigos de la Facultad me inquirían por eso y yo les respondía que no había nada más atractivo que pasarme dos horas hablando con un hombre que te contaba historias, que te preguntaba, que era curioso de ti, de tu gente y tu mundo... En realidad lo que queríamos era romper con la tradición poética española incorporando enseñanzas distintas, voces nuevas, la poesía latinoamericana, poetas franceses de la vanguardia... Se trataba de hacer una poesía más cosmopolita. Luego, el mundo y la historia se encargan de decir que hay cosmopolitas buenos y pésimos, como también clásicos buenos y otros que han envejecido peor.

En la obra Un joven sin alma juega a dos voces y además de una manera intencionada, ¿no?

Sí, es una especie de desdoblamiento. Quise hacerme personaje del libro y una voz narradora. Me gustaba mucho la idea de que un tal Vicente Molina apareciera como alguien desligado de mí, aunque no lo estuviera tanto, y unido a los demás personajes, algunos imaginados y otros reales, como Ana María Moix, Leopoldo María Panero o Gimferrer, que aparecen con los nombres que tenían entonces. Fue la fantasía de hacerme personaje de una novela mía y sin perder la opción de ser el autor.

¿Ya ha recuperado el alma?

Por lo visto, tal y como aseguran algunos lectores de esa novela, yo la tenía, pero como soy pudoroso y tímido no la muestro. Hay quienes han escrito que están dispuestos a demostrar que Vicente Molina, el personaje de la novela, tiene alma. Yo no lo sé.

Cuando uno escribe, imagina y desde ahí construye imágenes, ¿no?

Depende del género. La poesía es imagen, es la palabra concisa, centrada. La novela tiene algo de ingeniería; tienes que montar un edificio o una vía de acceso que debe contar con el sostén y la envergadura de un edificio o una carreteras, de una construcción,

¿Qué le procura el cine?

Me ha dado muchas alegrías. Hay un verso de Alberti muy divertido, que luego cambió Jaime Gil de Biedma para un poema suyo, y que dice así: Yo nací, respetadme, con el cine. El mismo año de su nacimiento tuvieron lugar las primeras proyecciones públicas. Yo no nací con el cine, pero sí interesándome por este arte desde joven. Iba a las salas desde niño porque mi padre, que trabajaba en la Diputación provincial de Alicante, tenía acceso gratuito y yo me aprovechaba de aquella circunstancia más aún que mis propios padres, que iban poco. Además, con aquel pase no sólo no pagaba entrada, sino que tenía la posibilidad de visionar películas prohibidas, algo que les estaba vedado a mis amigos del colegio. (Sonríe). Eso ya me unió al cine para toda la vida y, agradecido, seguí yendo al cine en Madrid y además trabajé en revistas del género.

¿Y mantiene esa costumbre?

Para mí, el día ideal es aquel en el que me levanto tarde, si puedo conseguirlo, escribo por la mañana, como algo, cumplo con algún recado, contesto los correos, leo y por la noche me voy al cine. Me gusta ir a las salas y en Madrid, donde vivo, se puede hacer eso porque hay una gran oferta. A veces, cuando me siento con ganas, al volver del cine, a eso de las once y media, aún escribo otra sesión.

Más allá de la gravedad de las cosas ¿se considera una persona con humor?

El humor ha sido un arma para mí y espero no perderla nunca. No se pierde ni incluso en la tragedia, aunque la vida traiga dolores, penas, pérdidas... El humor creo que es innato, como la belleza o la fealdad. Hay escritores, sin dar nombres, que siendo buenos no tienen ni la menor pizca de humor. En mi caso conecto mejor con los seres humanos que manifiestan esta virtud. Creo que el humor facilita las cosas.

¿Sigue sosteniendo que la memoria histórica fue traicionada por el pacto político?

Bueno, no sé si traicionada, lo que sí creo es que ha quedado interrumpida. La memoria histórica tendría que haber seguido hasta las últimas consecuencias, pero por compromisos, retrocesos, dudas, parlamentarios que se han opuesto y mil razones que están en la mente de todos no se ha llegado a completar. Creo que la memoria histórica existe y se han recordado muchas cosas, pero lo que no ha habido es una operación de limpieza total de momento que se han olvidado y no debería haber sido así. Por tanto, lo veo como una tarea no exactamente traicionado, sino más bien interrumpida.

¿Le gusta abrir cartas?

Es lo que más me gusta, abrirlas, porque eso lleva aparejado el acto de leerlas. Soy un escritor frecuente de cartas, me gusta la literatura epistolar, de hecho he escrito una novela entera, Abrecartas, y otras dos que contienen elementos epistolares, si bien esa etapa ya la he dado por clausurada. Lo que me gusta mucho, al margen del uso literario, la costumbre de escribir cartas. Soy pesimista, pero no creo se hayan dejado de escribir cartas (Suena el móvil). A lo mejor acabo de recibir un whatsapp, que será breve o largo, y considero que la gente se cartea a través del teclado o del teléfono. La necesidad de comunicarse nunca desaparecerá. La niña de Tenerife enamorada de un chico de Las Palmas que se escriben mensajes casi incomprensibles para los mayores son escritores de cartas, cumplen con el viejo ritual.

El mar arrulla la reedición de 'Queda la broza'

El presidente de la Autoridad Portuaria, Pedro Suárez; la concejala de Cultura del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, Matilde Zambudio; Vicente Molina Foix, Premio Nacional de Novela, y Lúa Delgado, hija de Alfonso Delgado, homenajearon ayer a este polifacético artista en la Marquesina del puerto, escenario de presentación de la reedición de su novela Queda la broza. /maría pisaca