El socialista viscontiano

Jerónimo Saavedra

Jerónimo Saavedra / Montecruz

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Jerónimo Saavedra no sólo fue todo en la política canaria a lo largo de más de medio siglo. Fue el primer político isleño que entendió que lo fundamental, si se quiere prosperar en el oficio, es seleccionar lealtades, diseñar disensos y conflictos en tu propio partido para solucionarlos como un líder insustituible y, sobre todo, construirse un personaje: inteligente, frío, culto, maquiavélico, reservado como un eremita hedonista, sociable como un conde dieciochesco, y ya en su vejez, un anciano bondadoso y empático que respondía a todos con una sonrisa. Se le debe una idea básica que en su momento pareció un desiderátum o una ingenuidad: «Canarias es posible». Y lo fue. Lo es. Todavía.

Jerónimo Saavedra Acevedo pertenecía a una familia burguesa muy acomodada de Las Palmas de Gran Canaria, una anomalía de clase en el acceso del PSOE y en la UGT. En realidad la militancia en el PSOE era casi una anomalía en sí misma en la izquierda canaria a principios de los años setenta. La mayoría de sus compañeros, por entonces, eran chicos y chicas de clase media y clase media baja. Saavedra era otra cosa y estaba destinado a brillar como un raro socialista viscontiano: terciopelo y fascinación. La posición económica familiar le permitió matricularse en la Universidad Complutense, donde presentó su tesis doctoral, después de los tres primeros años de carrera en la Universidad de La Laguna, para ampliar después estudios en Italia. También en los años sesenta se diplomó en Administración de Empresas: otra rareza entre los especialistas en Derecho del Trabajo. Los cargos y honores alcanzados posteriormente han desdibujado una de sus principales contribuciones, emprendidas por un Saavedra treintañero: la renovación y modernización de las estructuras universitarias en Canarias –desde 1970 fue profesor no numerario en la Universidad de Laguna–.

Entre otras cosas fue uno de los creadores y el primer secretario del Instituto Universitario de Empresa. Ese periodo de dinamismo excepcional en su vida, ese compromiso universitario pleno necesariamente se convirtió en un compromiso político democrático bajo –contra– el tardofranquismo. Gumersindo Trujillo le encarga abrir la sección de Empresariales en Las Palmas y la saca adelante. Como presidente del Colegio Universitario ayuda a estudiantes perseguidos por los grises y juega al despiste con la policía, que se detienen atónitos ante un profesor de chaqueta, corbata y gemelos que jamás pierde la compostura.

¿Por qué se hizo socialista Jerónimo Saavedra? No fue un impulso adolescente. No hay rastro en ninguna parte –ni en documentos, ni en intervenciones, ni en entrevistas– de lecturas marxistas entre sus favoritas. No, el joven Saavedra era un joven educado en el catolicismo –del que luego se separó sin mayores estruendos– y que encontró en los autores del personalismo y del humanismo cristiano los valores que le llevaron a comprometerse con la socialdemocracia, con una izquierda democrática, sindicalista y reformista. Tal vez por eso, mucho más adelante, ingresó en la masonería; tal vez por eso sostenía que con los comunistas a veces era inevitable pactar, pero bajo la condición de no hacerles caso. Hasta 1972, ya con 36 años, Saavedra no entra en el PSOE. Por supuesto apoyó, dos años después, que unos chicos algo más jóvenes que él, Felipe González y Alfonso Guerra, jubilaran a la vieja guardia y se hicieran con el control del partido en Suresnes.

Los sesenta, los setenta y principios de los ochenta fueron los mejores años de Jerónimo Saavedra. Los años de la renovación universitaria y –desde las aulas– de resistencia a la dictadura, de su actividad en la dirección de la UGT, de su participación en las Cortes Constituyentes como diputado por Las Palmas, de la construcción de la Comunidad autonómica y la negociación del Estatuto de Autonomía prefiriendo el consenso con la derecha que sumarse al irredentismo de las izquierdas. Cuando se instaló la normalidad democrática e institucional que contribuyó a estabilizar apareció otro Saavedra. Uno sospecha que por un instante larguísimo pensó que por su brillante inteligencia y su astucia enlaberintada, su capacidad analítica y retórica y su empaque intelectual se lo merecía más o menos todo.

Fue un condotiero despiadado al frente del PSOE y rara vez para bien. En su primer mandato presidencial –lo mejor de esta segunda etapa, junto a la creación del Festival de Música de Canarias– se reunió de colaboradores excelentes. Después no. Después jugó partidas de poder e influencia en un tablero de ajedrez cada vez más pequeño, más reducido, más oscuro. Pero el mito Saavedra –el único mito político, modesto pero inequívoco, que ha dejado el cuarentañismo autonómico– todavía dio de sí para un escaño en el Senado, para una alcaldía, para el Diputado del Común. En estos días Saavedra preparaba la comida de Navidad tradicional con sus amigos. Ayer, por la mañana, comentándolo con un familiar, se sintió indispuesto. Se marchó con elegancia y serenidad y pensando en los demás. Como el Jerónimo de los mejores días.