Jerónimo Saavedra: un alma libre y sola

Jerónimo Saavedra, un ilustrado en tiempos de cólera

Hizo lo que creía su deber y lo que quería hacer, a pesar de los pesares

Hombre de carácter, imaginativo, reflexivo y de acción a la vez, diseñó una autonomía para el mañana

Jerónimo Saavedra en la Plaza de Santa Ana

Jerónimo Saavedra en la Plaza de Santa Ana / LP/DLP

Ángel Tristán Pimienta

¿Por qué vamos por este camino?

El conductor del coche oficial del presidente Saavedra, aquel discreto Mercedes negro, ‘el de los taxistas’, creo que un 180, me miró con cara de susto. Íbamos hacía el Sebadal, creo recordar, y en vez de seguir por la ‘polvopista’, entonces no estaba asfaltada la autovía en ese tramo, entró en Luis Morote para seguir por Sagasta.

Jerónimo me miró. No entendía de qué iba la cosa.

“Seguro que no quiere que veas una pintada que está por la Casa Woernann”, todavía en pie y ajena a los manejos urbanísticos del futuro Soria. Le dije.

El chófer dio la vuelta, y al pasar por donde yo quería le señalé una pintada.

Decían los odiadores: “Jerónimo no tiene cartera, tiene mariconera”

Rió con ganas. “¿Ahora se enteran?”

Su orientación sexual era un secreto a voces, aunque, en aquellos tiempos, los armarios estaban cerrados, pero gente como Saavedra los iban entreabriendo, viviendo su vida afectiva con normalidad, dentro de lo que cabe. Fue un adelantado en la lucha por los derechos LGTBI.

Muchos años después, en el último congreso regional del PSOE, celebrado en noviembre de 2021 en el Pabellón Insular de Deportes en Siete Palmas, recibió en una de las carpas exteriores, con lágrimas en los ojos y una fuerte emoción interior, sentado en la silla de ruedas, en medio de abrazos, besos y aplausos, un premio del colectivo arcoíris. “Es muy importante para mí. Seguiré luchando por nuestros derechos hasta el último momento”, que fue en algún segundo de la madrugada del lunes al martes.

Siempre fue un hombre que aceptaba sus responsabilidades. Huía del victimismo, esa vía fácil de escapar de los acomplejados, los mediocres y los cobardes de las consecuencias de sus hechos. Su discurso el 24 de octubre de 1985, bajo un enorme mural arpillera de Manolo Millares, fue en ese aspecto un aldabonazo, una lección, de la verdadera canariedad. Se celebraba, en el salón de actos del Múltiple I, la firma del protocolo del final de las transferencias Estado- Comunidad Autónoma. Por una parte, el vicepresidente Alfonso Guerra, por la otra, por Canarias, Jerónimo Saavedra. LA PROVINCIA dio con el título exacto para la ocasión: a 6 columnas, entonces el formato era ‘sábana’: ‘Terminó el centralismo; empieza el autogobierno’. La primera parte, antes del punto y coma, en tinta negra; la segunda en tinta roja.  

Y dijo Jerónimo:

“Por nuestra parte, lucharemos porque ese orgullo y satisfacción que nos produce ser un pueblo capaz de dirigirse a sí mismo sea una actitud permanentemente asumida por todos los canarios y nos impulse con confianza hacia el futuro (…) Contamos con los instrumentos para que Canarias sea posible; a partir de ahora solo de nosotros será el éxito o fracaso de esta empresa”. Atronadora salva de aplausos.

Era su manera de ser.

Dos años antes, el domingo 20 de marzo de 1983, LA PROVINCIA publicó una entrevista río ¡de tres páginas!. Allí nos dejó claras algunas cosas: “…sí queremos socializar el agua, y si lo logramos será una conquista histórica para este pueblo (…) Ser revolucionario es tener las ideas claras de lo que se quiere cambiar, y cambiar con el máximo respeto a la ley y sin ese complejo de persecución de nadie. La revolución no consiste en lanzarse a la calle y tirar piedras y poner banderas rojas en cualquier esquina…”

Lo del agua no pudo ser. Se opusieron, paraguas en mano, la cofradía de ‘aguamangantes’ o ‘aguatenientes’ tinerfeños, en la puerta del Parlamento; la prensa localista, azuzada por ATI, pareció enloquecer en la defensa de una ley del siglo XIX, años 1800, un dislate en la Canarias de finales del XX enfilando el XXI. Ahora lo está pagando el pueblo tinerfeño con cortes frecuentes del suministro por imperativo de la salud pública, pero, silencio, se rueda… en modo Walt Disney.

Este ‘revolucionario de salón’, como le llamaban algunos comunistas celosos, entendía que lo imposible era imposible sobre todo si no se intentaba. Le indignaba, el estado de la educación. “No hay derecho a las escuelas barracones, a la falta de aulas, por eso vamos a poner su recargo al impuesto de los combustibles”, me dijo un día. “Será pequeño, y lo dedicaremos a esta finalidad”. ¿Y no tendrá efectos secundarios?, le pregunté. Sonrió. “Claro que los tendrá; pero serán muy positivos. Sobre todo a medio y largo plazo….”. En dos o tres años se construían, me parece, unos doscientos colegios e institutos. “Más que en toda Cataluña…”

El milagro laico lo produjo el dinero recaudado por ese mecanismo: la “Ley 5/1986 de 28 de julio del Impuesto Especial de la Comunidad Autónoma de Canarias sobre combustibles derivados del petróleo”.

Mirándolo, o mejor, mirando su ataúd en el Salón Dorado, el martes por la tarde ya noche mientras la gente se atropellaba, cada vez la cola era más larga y compacta, para darle el último adiós ritual, me vinieron a la memoria algunos fotogramas de nuestra vieja amistad, que siempre mantuvo el rumbo a pesar de los avatares, y los mares y los temporales de unas vidas agitadas como en una coctelera por los tiempos y las ideas. Imposible olvidar su empeño en nombrarme Hijo Predilecto, a pesar de una oposición Torquemada tardía, ansiosa de censura y tente tieso. O sus sabios consejos. O su sincera amistad.

Cuando empezó el runrún sobre el fin de los Puertos Francos, ¡que ya había denunciado Matías Vega en los 50!, en el prólogo al libro de Simón Benítez Padilla sobre los recursos hidráulicos en Gran Canaria, fui a verle al Colegio Mayor donde se hospedaba en La Laguna, para hacerle una entrevista. Debió de ser en 1968. En esas fechas, sobre todo a partir de 1969, el REF fue convirtiéndose en ‘el tema’ regional por antonomasia y portada en la prensa nacional. Al calor de la polémica, ‘en el fragor de la batalla’, fueron asomando la cabeza los dirigentes de la oposición clandestina, los líderes de las fuerzas políticas democráticas, de la izquierda y de la derecha de extracción liberal, del liberalismo civilizado europeo, antes de que lo jodiera el reaganismo y el tatcherismo, o de la democracia cristiana antes de que por los mismos impulsos neoliberales mutara en un conservadurismo cada vez más radical y extremista. Antesala, o adelantados, de la mano del populismo leninista resentido y de los náufragos del gran desastre, del retorno de los fantasmas del pasado.

En aquellos debates se fueron configurando nítidamente dos bandos: el oficialista de las instituciones del Régimen, que se rebelaban contra el centralismo que les era inmanente, y el democrático. El primero apostaba por una ley que se limitara a lo económico y fiscal, un campo de juego donde es habitual el cambalache y el acuerdo ‘in extremis’ entre intereses más o menos discrepantes, y el segundo, ya puestos, exigía un Estatuto alternativo que contemplara cuestiones de fondo y entrara de lleno en una política de cambio de modelo… político.

Fue providencial que Jerónimo coordinara el IUDE ( Instituto Universitario de la Empresa) de la Universidad de La Laguna, que puso los motores en marcha: aglutinó a economistas de prestigio, ganó la confianza de estudiosos, colegios profesionales, asociaciones, empresarios, sindicatos (Saavedra fue uno de los dirigentes clandestinos y renovadores del PSOE y la ‘hermana’ UGT) y sociedad civil. Doctor en Derecho por la histórica y muy prestigiosa Universidad de Bolonia, europeísta convencido, y de primera hora, contó con un núcleo duro ideológicamente diverso y excepcional: varios socialistas, entre los que sobresalía Antonio Carballo Cotanda; los comunistas José Carlos Mauricio, Antonio González Vieitez, Óscar Bergasa… etc. Con el IUDE, al socaire del REF, empieza en realidad en 1971-72, la Transición en Canarias. Y en España.

Hablando de España, por cierto, Saavedra decía con frecuencia que le "repateaba" decir ‘Estado español’ y no o España a secas o nación española. Concretando, en una entrevista que tuvimos (publicada el 24 de octubre de 1998 en LP, naturalmente) lo perfilaba: “... porque yo no quiero usar lo de estatal, que siempre me ha repugnado”. Esta elusión en cierta progresía producía monstruitos. Verbigracia, un extremo-izquierdista troskista o algo así que escribía en LA PROVINCIA explicaba un día en un artículo que un representante del ‘estado español’ se había reunido en Bruselas con representantes de Reino Unido, Italia, República Federal de Alemania, Bélgica….Yo le hice alguna corrección, para ilustrar el disparate: los convertí a todos, con el bic rojo, en estados."Representantes del estado francés, del estado italiano, del estado de Reino Unido, del estado Belga…" Él, Jerónimo, se desternillaba.

Aprendía del pasado, pero miraba hacia el futuro. Tanto en el Gobierno regional como en la Alcaldía de Las Palmas de Gran Canaria creó grupos de trabajo para preparar el siglo XXI desde el siglo XX. ‘Canarias Siglo XXI. Una visión prospectiva’, nació en noviembre de 1992. En marzo de 2016 impulsó ‘Proa 2020’, una visión del futuro de Las Palmas de Gran Canaria a cargo de un potente equipo dirigido por el profesor Francisco Rubio Royo.

Miles de personas han confiado en él, miles lo han acompañado en su último paseo por Vegueta, pero era un hombre solo, a pesar de las multitudes, y de sus muchos amigos y conocidos. Gran conversador, personaje renacentista, culto, elegante, de un saber enciclopédico, firme, inmune a los chantajes, fue casi todo lo que quiso ser. El ‘casi’ tiene nombre de imposible o de muerto. Entre lo que fue, profesor, demócrata avant la letre resistente, fue ministro de Felipe González en dos ocasiones, y en una de ellas puso a Canarias en su debido lugar en los mapas, por cierto; antes estábamos a medio camino entre Baleares y Marruecos y Argelia; fue senador, diputado, miembro de las ejecutivas federales del PSOE y la UGT, alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, Diputado del Común, melómano, impulsor de los Festivales de Música de Canarias, con ‘casa propia’, la Sala Jerónimo Saavedra, en un lateral del Auditorio Alfredo Kraus. Dos genios amigos.

Y sí. No era optimista. Nos contábamos nuestros miedos en una Europa a la que vuelven a amenazar los jinetes del apocalipsis y que antes estaba fuera de dudas. Era nuestra esperanza. Veía con desconcierto y pavor el retorno de los brujos, de los nacionalismos y de su sintomatología ocultada.

Hasta el fin de sus días mantuvo, pese a la silla de ruedas, sus comidas ‘de trabajo y relajación’ y la utopía de una La Palma a su vez origen, refugio y nostalgia.

Ah, era masón; pero nunca hablamos de ello.

Decía un exaltado en una asamblea local del PSOE que, al final, cuando muriéramos, todos seríamos iguales. Alguien le gritó: todos no; unos pasan solo al nicho, y otros también a la Historia.

Para aprender historia también conviene pasear de vez en cuando por los cementerios.

Me decía Guillermo que lo peor que llevaba de la edad, y lo que le causaba más angustia y dolor, era hacer las necrológicas de la gente a la que quería. Comparto totalmente el sentimiento.

Te imagino, Jerónimo, sonriendo jerónimamente. Hasta luego, amigo, y fiel lector.