A vista de guirre

Los pieles rojas declaran la guerra al Jefe Blanco

Los psocialistas han metabolizado que el ataque desde el primer momento es la mejor opción

El consejero de Industria, Mariano Hernández Zapata, saluda a varios diputados a su llegada ayer al Parlamento.

El consejero de Industria, Mariano Hernández Zapata, saluda a varios diputados a su llegada ayer al Parlamento. / CARSTEN W. LAURITSEN

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Algunos diputados, entre los nuevos, entraban en el salón de plenos y parecían no estar muy seguros de los escaños que deberían ocupar. Y este ya es el cuarto pleno de la legislatura, aunque los anteriores se agotaron en los fuegos de artificios protocolarios. Sería estupendo que todo (elección de la Mesa de la Cámara y de su presidente, promesa o juramento de los diputados y diputadas, el himno narcótico de Canarias y demás protoculeces) se concentrara en una única jornada plenaria. Quizás sea precisamente eso: se celebran dos o tres plenos antes de empezar la legislatura para que sus señorías vayan aprendiendo donde les ha correspondido sentarse. Pues bien, a pesar de esta delicada precaución, varios diputados se confundieron aunque si vas a cobrar lo mismo, ¿qué más da donde te apoltrones? Existen tres clases de diputado: lo del montón, la aristocracia de los grupos (presidente, portavoz, viceportavoces) y el paraíso olímpico de la Mesa, que ahora preside la conservadora Astrid Pérez, que siempre parece estar bajo la vigilancia felina de Ana Oramas.

Doña Astrid Pérez Batista no es precisamente Demóstenes (ni Hipatia) y conduce los plenos con la agilidad verbal y la precisión expresiva de quien dirige un bingo de un pueblo de medianías. Va cantando números y líneas, es decir, concediendo la palabra mecánicamente, y por el momento no ha tenido problemas. Por desgracia ese no es el principal papel de la presidenta de un parlamento. Algunos de sus compañeros esperan entre ansiosos y divertidos su primer tropezón. El pleno de ayer comenzó con más de quince minutos de retraso, pero la presidenta Pérez, en cuanto tomó asiento, aclaró que la impuntualidad se debía al retraso de un vuelo procedente de Gran Canaria, es decir, que si esto empezaba tarde es por culpa de Binter. La opción de tomar el primer vuelo de la mañana no figuró, al parecer, entre las ideacas de los afectados.

Con el incremento de altos cargos –aunque menos escandaloso de lo que la oposición ha elegido denunciar– se llenaron los pasillos parlamentarios que daba gloria verlos. Por fin estaba Vidina Espino en el grupo de Coalición Canaria, sin simular una distancia que estaba muerta en su corazón hace ya un par de años. De colaboracionista a colaboradora y de colaboradora a diputada en plantilla. Hay gente con suerte, con gracia, con telegenia, con una creativa desesperación. Los coalicioneros fueron muy mañaneros, y entre ellos brillaba la sonrisa de José Alberto Díaz Estébanez, que ha conseguido huir –como todo el que ha podido – del ayuntamiento de Santa Cruz, cuyo alcalde, sentado en el extremo opuesto del presidente Clavijo, silencioso y abstraído, parecía hacerse mentalmente preguntas cruciales. ¿Se podía intentar traer de nuevo a Manny Manuel en los próximos carnavales? ¿Quedará algún contenedor de basura vacío en el término municipal? José Miguel Barragán llegó de los últimos, con traje claro y corbata anaranjada, casi bailando un merengue, pero con el ceño ligeramente fruncido, como si hubiera preferido una bachata. En el banco azul Fernando Clavijo parecía presidir un Gobierno del PP, porque salvo Pablo Rodríguez, el resto de sus acompañantes eran de la cofradía de Núñez Feijoo. El cronista reconoce que le tranquiliza ver entre los caballeros del Gobierno a Matilde Asian, que fue viceconsejera de Economía y Asuntos Europeos con Paulino Rivero como presidente y secretaria de Estado de Turismo con Mariano Rajoy, y que desde julio es consejera de Hacienda. Ayer ya contestó a un diputado socialista con paciencia franciscana que la supresión del impuesto de donaciones y sucesiones era una medida de justicia social con un impacto bastante pequeño en los ingresos de la Hacienda autonómica. Menos de 20 millones de euros. Me parece espléndida la expresión de educada resignación de la señora Asian, dispuesta a soportar la mendacidad de los ajenos y las suspicacias de los propios.

Porque ayer la oposición, y muy especialmente el PSOE, mostró su recental estrategia frente al Gobierno. En realidad ya la había evidenciado la misma víspera de la toma de posesión de Clavijo. Nada de cien días de margen de confianza, nada de análisis político, nada de admitir con normalidad el paso a la oposición, nada de razones. La opción del PSOE –es la que en realidad ha elegido Ángel Víctor Torres, aunque cuenta con algunas reservas en varias organizaciones insulares– consiste en deslegitimar al Gobierno radicalmente y definirlo como una catástrofe bíblica por más que CC y PP apenas lleven dos meses en el poder. Según el argumentario psocialista –que sigue los consejos de un desastroso exviceconsejero ahora contratado a precio de oro por el grupo parlamentario– son tres las evidencias de la mala entraña de Clavijo y su equipo de cuatreros derechistas. Primero, que prefieren a los ricos que a los pobres, y por eso suprimen el impuesto de sucesiones. Segundo, que en julio y agosto pasados se reconocieron un 60% menos de prestaciones de Dependencia que en el mismo periodo que el año anterior. Por último, la dos derechas han puesto en pie el Gobierno «más numeroso y caro de la historia de Canarias». Torres se puso muy fiero y asertivo para denunciar ayer «las prioridades del Gobierno de Clavijo». Supuestamente Torres prefiere a los pobres: por eso, al dejar el Gobierno, dejó tantos en las calles de Canarias. No creo que ningún diputado de los presentes tenga trato habitual con gente pobre, salvo, quizás, las señoras que vienen a su casa a barrer y plancharles la ropa. Pero lo de denunciar el retroceso en dependencia en medio del verano y de un cambio del gobierno ya es de una puerilidad hilarante, es Torres superándose a sí mismo. Clavijo tomó posesión el pasado 14 de julio y hasta el día siguiente no pudo firmar el BOC. ¿El PSOE se responsabiliza del 25% de ese 60% menos de prestaciones reconocidas? La consejera de Bienestar Social –como su predecesora– terminó de nombrar a su equipo a finales de julio o principios de agosto, un mes en el que muchos funcionarios se toman vacaciones. Lo de Torres, más que una denuncia indignada, pareció una tomadura de pelo al respetable, un chiste mientras se toma uno u cortado, no una crítica en sede parlamentaria.

No recuerda uno que en el primer pleno de la pasada legislatura Coalición Canaria –tampoco el PP– entrara con tanta ferocidad con el nuevo Ejecutivo

No recuerda uno que en el primer pleno de la pasada legislatura Coalición Canaria –tampoco el PP– entrara con tanta ferocidad con el nuevo Ejecutivo. Los psocialistas –Luis Campos, portavoz de NC, se mostró más hábil y sereno– han metabolizado que el ataque desde el primer momento es la mejor opción. Pero cuando queda por delante casi una legislatura. El electorado canario –esos dos tercios que todavía sorprendentemente vota en los comicios– jamás ha simpatizado con políticos folloneros. Querer mimetizar el bibloquismo que reina en las Cortes y en los medios de comunicación madrileños ni acercará al PSOE al poder ni mejorará –más bien lo contrario– la calidad del sistema democrático. Que a los 60 días de gobierno Sebastián Franquis –ahora portavoz parlamentario– le espete al vicepresidente y consejero de Economía, Manuel Domínguez, que «pida perdón a sus electores» porque el nuevo Ejecutivo sea más extenso y consuma más recursos que el anterior es, también, ligeramente grotesco. «¡Tenga el valor político de pedir perdón, pida perdón!», exclamaba Franquis al borde mismo del grito. No se río nadie, pero el cronista sí. Qué recurso discursivo más grotesco, más divertido y más barato. Domínguez replicó con varios hachazos. «¿Sabe lo que es caro? Un Gobierno que se gasta cuatro millones de euros en mascarillas sanitarias que nunca llegaron». Torres y Franquis sonreían con la calidez risueña de un bloque de hielo. Clavijo fue menos feroz. Contestó sin despeinarse a las críticas de la oposición con datos bien enlazados, se mostró o simuló mostrarse didáctico, empleó invariablemente un tono comedido. Su punto máximo de acritud consistió en un recordatorio irónico. Cuando Torres insistió en hablar de su legado –este hombre se cree Franklin Delano Roosevelt o Charles de Gaulle– Clavijo recordó que un 0,3% de la población isleña acumula casi la mitad del PIB canario, según la Agencia Estatal de Administración Tributaria. «Lo que usted dejó después de su paso por el Gobierno», remachó, «es una tierra donde los ricos eran más ricos y los pobres más pobres». Torres, en su escaño, seguía sonriendo. No sé si por los ricos o por los pobres.

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