Tomar un café con leche, una tostada y un zumo de naranja es una rutina de desayuno que todos hemos asumido. Lo cierto es que es algo realmente extendido, ya sea por un factor cultural o porque son productos que hemos visto utilizar toda la vida. Hay quienes optan por exprimir naranjas para disfrutar de un zumo recién exprimido, mientras otros se conforman con zumos de teta-brick.

Lo que la mayoría de la población desconoce es que el zumo de naranja no se empezó a utilizar en el desayuno hasta los años 20 del siglo pasado. Todo comenzó con una campaña de publicidad “manipulada” de los productores de naranjas, que no conseguían vender sus zumos. Y es que en aquella época el envase era metálico y ello le daba un sabor demasiado fuerte al zumo que los consumidores rechazaban.

Se anunciaron propiedades curativas del zumo de naranja

Los productores, viendo que se quedaban con grandes cantidades de zumo de naranja sin vender, encontraron una solución. Entró en juego un bioquímico estadounidense, Elmer McCollum, que afirmaba que el zumo de naranja tenía propiedades curativas y que era muy efectivo para curar la acidosis. Se recurrió a una mujer soltera que se quedaba sin marido porque a todos los pretendientes les espantaban la acidosis de ella.

Multitud de científicos del momento salieron en tromba a señalar que esta hipótesis no era cierta, pero la ignorancia y las ganas de encontrar una solución rápida y económica tuvieron más fuerza y rápidamente el consumo de zumo de naranja se expandió entre los estadounidenses. De media, en Estados Unidos el consumo se multiplicó, sobre todo a partir de los años 60.

En nuestro país, el zumo de naranja también comenzó a popularizarse durante los años 60, cuando España comenzó a convertirse en uno de los principales productores de naranjas del mundo. Además, muchos médicos también recomendaban el zumo de naranja en España para evitar resfriados y subir las defensas.