Imposible alongarse al muelle del Puerto y no recordar a Chucho Dorta, guía turístico que se convirtió en embajador del ritual de cada 24 de junio, cuando parecía acercar el pasado aborigen. Desde hace siete años, la Asociación Cultural Amigos de las Cabras en el Mar mantiene viva esta tradición.

Alfredo y Mary, junto a sus dos hijos y Niebla, el perro, esperan desde la siete de la mañana en el muelle del Puerto, donde se coloca la tradicional cucaña cada 16 de julio –festividad de la Virgen del Carmen–, la llegada de la manada de cabras que cumplimentará el baño purificador y propiciatorio para la fecundidad, virtudes que se atribuyen a las costumbres aborígenes heredadas hasta la fecha.

No se trata de una novelería, destierra Juan Amílcar Fariña Acosta, presidente de la Asociación Cultural Amigos de las Cabras en el Mar, que habla con solemnidad y el peso de la historia sobre este ritual de fecundidad –de efecto inmediato en algún caso, según se vió– heredado de los guanches y que se ha trasmitido de generación en generación, y hasta trae al recuerdo el pleno que celebró el Ayuntamiento portuense en 2014 –año en el que se constituyó la propia asociación–, cuando se aprobó por unanimidad solicitar al Cabildo la declaración de esta tradición como Bien de Interés Cultural (BIC), aunque ahí se quedó la iniciativa, se lamenta.

Juan Amílcar, vecino de la calle El Lomo hasta que se trasladó a la portuense barriada de El Tejar, fue policía local y el vínculo con el baño de las cabras lo mantiene en defensa de «este patrimonio, que es de primer nivel y que ha pervivido». Con el peso de la historia y de la responsabilidad por mantenerlo y fomentarlo, Juan Amílcar espera desde antes de las ocho de la mañana la llegada de la manada. Junto a Miguel González, de Los Realejos, anuncia que participarán los cabreros Juan Jesús, también de Los Realejos, Domingo Donis, Avelino Donis, Víctor Donis y Daylo Farrais. «La asociación es una herramienta para ayudar a que lleve a cabo este ritual, que es una joya cultural y forma parte de la identidad portuense».

En los prolegómenos ameniza la espera la única cabra que se dio un baño el año pasado, cuando se suspendió por la Covid-19. Así se expresa Luis Anselmo Valladares Abrante, artesano muñequero de La Orotava y especializado en disfraces y en hacer en tela animales tradicionales, que ha hecho del hobby que emprendió hace 30 años un arte en el que se ha especializado en la última década, llevando su ganado de tela a fiestas y romerías. «¿Se acuerda del vídeo que se hizo viral el año pasado, del hombre que llevaba una cabra en su moto? Ese era yo», precisa para reconocer que a partir de ese momento comenzó a vender más; «fue una forma de promocionar el producto que trabajo en tela hasta lograr un acabado muy real».

Poco después de las ocho de la mañana, irrumpe en la playa del muelle el primer rebaño –aunque Juan Amílcar prefiere utilizar el término de manada–, que salió la noche del miércoles desde La Romántica, en Los Realejos, y que llegó puntual a la cita. Al frente, Miguel González, de 37 años, capaz con sus sonidos guturales y un solo brazo de controlar a toda la manada; le acompaña su hermano Jorge. Nada más colocar el ganado junto a los chorros de la playa del muelle, el alcalde del Puerto de la Cruz, Marco González, va a su encuentro. «Estaba soñando con esto desde el año pasado», le confía, si bien el regidor ya vivió con el bastón de mando su primer ritual de San Juan en 2019, antes de que la pandemia obligara a suspenderlo en 2020.

Miguel, hijo de un pintor de brocha gorda, recuerda que en su casa no había tradición ganadera y que se inició en La Cartaya y la Cruz Santa en el cuidado de las cabras, que eran de un señor mayor, un arte que él ha hecho suyo e inculcado a su hermano. «Es bonito, pero las cabras comen los 365 días del año». «Ahora hay que esperar que las cabras regulen su temperatura, que han venido caminando, antes de meterlas en el agua», apunta otro del grupo. Aprovechando la espera, Pilar González, una vecina de la calle La Hoya que se instaló en Puerto de la Cruz hace dos años, después de que se trasladara de su Venezuela natal siguiendo los pasos de su hijo, que trabaja en el Sur de la Isla, no dudó en acercarse a Jorge para preguntarle si tenía leche de cabra. «Mi esposo me dice que estoy en mi mundo», explicaba Pilar, también voluntaria de la Cruz Roja portuense, que recordó que en la Octava Isla tenía su rebaño y hasta hacía queso con leche de cabra. En esta ocasión, quiere el oro blanco para hacer un dulce de leche que esperan degustar hoy dos compañeras de Cruz Roja, que le reprochan la soltura con la que pidió la leche. «Yo solo le pregunté si vendía, y el me ofreció», se disculpa.

Jorge González ni se lo pensó y cogió una botella de agua que convirtió en leche después de ordeñar a casi una decena de cabras ante el júbilo de las decenas de personas congregadas entre el muelle y los aledaños de la Casa de la Aduana.

El propio Jorge, animado por su hermano, inauguró los baños de cabras. Llegó luego la manada de Domingo Donis, que colocó a sus cabras en la parte más próxima al muelle; allí acudió a saludarlo el alcalde antes de disculparse porque se iba a una mesa de contratación y luego, volvería. A diferencia de Miguel, de Los Realejos, Domingo recuerda que hereda el oficio ganadero de su abuelo y de su padre. «De chico ya gateaba detrás de ellas», afirma, para precisar que de las 120 cabras que cuida en Benijos y La Cruz Santa, trajo en un camión a una «parte» de ellas. «Aquí se trabaja todos los días; es muy sacrificado», cuenta en presencia de su sobrino, Adrián Farrais Hernández, de 15 años y alumno de tercero de Primaria, que asegura estar más preocupado por cuidar el ganado que de ganar partidas en la Playstation, una pasión compartida por otro de sus 15 compañeros de clase.

Sobre las nueve y media, llega la tercera manada, con Avelino y Víctor Donis, a donde el balido de las cabras está amenizado por el tajaraste de El Amparo y el baño de las cabras va a más y hace las delicias de más propios que extraños –poco turismo aún para lo que es habitual en el Puerto–. Entre el público, los murgueros Adrián Montes de Oca y Virginia López, que transmiten la tradición de acudir a ver el baño de las cabras a la mayor de sus hijas, Celia, ya que la pequeña tenía la graduación en la guardería. También disfrutan del ritual Carlos y Vital, vecinos de la calle Pérez Zamora, que hacen un alto en el muelle antes de acudir a la entrega de los premios que otorgó el Ayuntamiento a los mejores balcones engalanados con motivo del Día de Canarias, donde Vital es un maestro.

Quien hoy está fuera del recinto portuario, su hábitat de vida, es Pedro López, un pescador de toda la vida en el Puerto a quien todos conocen como El Porro; «me llaman así y nunca he probado uno», cuenta sin perder la sonrisa. De casta le viene a este marinero, hijo del recordado Luis El Molongo, que sigue la conversación mientras con sus manos teje con hilo y vergas un matadero de morenas. «Estoy en parada por la pandemia hasta septiembre, pero hay que tener todo preparado para cuando vuelva a la mar». «Alguna vez he salido, pero lo dejé porque no merece la pena; aquí hay mucha tradición de pescado fresco en los bares y restaurantes del Puerto, pero sin turismo, ¿a quién se lo vendemos?», se pregunta. «Esto ahora está muerto, pero antes no cabía un alma; desde las seis de la mañana había gente esperando al rebaño. Recuerdo cuando había aquí hasta setenta barquitos y quedaba todo tapizado cuando entraban las cabras».

Padre de seis hijos, alardea de que el mayor, Pedro, heredó su arte de la pesca; «él está para la costa de África», cuenta mientras levanta las cejas y apunta: «¿Te suena?», en el banco de al lado, Pepe López, de Mi Tierra TV, otro de los personajes de la sociedad portuense.

Mientras los cabreros continúan afanados con el baño de su manada, muchos vecinos, como Adrián y Virginia, aprovechan para ver los chorros del Puerto que, como marca la tradición cada 24 de junio, están engalanados con frutos, o el altar de san Juan, en la calle Cupido. No es festivo, pero esta tradición enamora y cautiva de generación en generación.