Soportaban el frío, el viento, la lluvia y muchos días hasta las ganas de comer. Los cochineros, personas que se dedicaban a la venta ambulante de estos animales, viajaban a lomos de una mula, su fiel compañera en un camino, que en muchas ocasiones les llevaba desde Icod el Alto, en Los Realejos, hasta el Sur de la Isla en un periplo a través del que conseguían mantener a sus familias. Este núcleo del municipio realejero rindió ayer homenaje a sus figuras, en un acto que contó con la presencia de varios de los hombres y mujeres que desempeñaron durante años este trabajo, que hoy parece condenado a desaparecer.

Álvaro Felipe Mesa, de 74 años, fue uno de los más de 80 cochineros que llegaron a vivir en Icod el Alto. Desde los 21 años comenzó a desempeñar este oficio porque "no había otra cosa" y había que salir adelante. "Comprábamos los lechones en la parte alta de Icod, La Guancha o San Juan de la Rambla con apenas un mes de vida", contó. Después, salían a venderlos metidos dentro de las raposas, incorporadas en las albardas de las mulas. "Hasta 16 llegué a llevar yo en un solo viaje", apuntó Mesa.

Desde Icod el Alto partían en un viaje que podía durar varios días y les llevaba a veces hacia La Orotava, Santa Úrsula y La Victoria, y otras muchas a Candelaria, Arafo o Granadilla, y desde allí de vuelta atravesando Las Cañadas. "Hasta 11 días llegué a pasar yo fuera de casa, era un trabajo duro", expone este cochinero. Además de añorar a su familia en las largas jornadas de separación, Mesa también echaba de menos una cena caliente, ya que asegura que solo podía hacer una comida al día por lo que "pasé también mucha hambre en esos tiempos".

Durante sus viajes, los cochineros se aguarecían en casa de algún isleño compasivo que les abría las puertas de su hogar por una noche. Otras muchas se veían obligados a cobijarse en algún pajar o granero, pero a veces no quedaba otra que dormir al raso o a lomos de sus mulas, que incluso eran capaces de regresar a casa sin ningún tipo de indicación.

"¡Compra cochino, vecino!", gritaban cada vez que llegaban a una nueva población de la Isla, intentando atraer la atención de los residentes. "Cuando yo trabajaba en esto cada lechón se vendía por 500 o 700 pesetas", afirma Mesa, quien asegura que aunque este trabajo no aportaba ingresos para grandes lujos, sí era suficiente para "comprar lo que hacía falta en la cocina" y sacar adelante a sus dos hijos, ya que además la economía familiar se complementaba con lo que se recogía en el pequeño huerto donde se plantaba millo o trigo, como era tradicional en la Isla. Pero además, Mesa siempre tenía en casa "dos cochinas parideras" que a su vez le aportaban cada cierto tiempo nuevos lechones que después vendía. "Raro era la casa que no tuviera al menos una", añade, ya que "en aquel entonces no había otra cosa, no había trabajo en la construcción ni en los hoteles".

Sin embargo, a pesar de la dureza de esta labor tradicional y de las largas jornadas fuera de casa, este cochinero lamenta que su oficio esté condenado a pasar a la historia. "Yo hace más de diez años que dejé de venderlos", expone. Para él, ya nadie puede tener estos animales en casa, porque "ahora todo son problemas, para matarlo tienes que llevarlo al matadero y si lo tienes en casa se queja el vecino". Unas restricciones que unidas a los cambios en el modo de vida de la mayoría de los tinerfeños, hacen que los últimos cochineros ya peinen muchas canas.

Por eso, para él fue un orgullo participar ayer en este acto en el que se le rindió homenaje tanto a él como a sus compañeros que durante años desempeñaron este duro trabajo y así de alguna manera mantener vivo el oficio a través del recuerdo de las nuevas generaciones. En esta jornada, que se inició poco después de las 19:00 de la tarde en la plaza Poeta Antonio Reyes, se buscó poner en valor esta actividad, desempeñadas por intermediarios y comerciantes que llegó a tener una gran importancia para la economía de esta comarca. El acto, que contó con la asistencia de un nutrido público, se inició con la lectura del llamado homenaje al cochinero, a través de la voz de Isidro Pérez, que ejerció también de maestro de ceremonias.

Uno de los momentos más emocionantes de la jornada fue la entrada de Alberto Felipe Mesa acompañado de su fiel mulo entró en la plaza para escenificar el trabajo diario que llevaban a cabo los cochineros. Seguidamente, tuvo lugar una tertulia en la que estuvieron presentes ocho de los vendedores ambulantes que todavía viven en Icod el Alto. A algunos, con sus más de 90 años, les costó un poco subirse al escenario. Pero, después de la ayuda pertinente, todos pudieron deleitar con la sabiduría de antaño a todos los presentes, en un debate que estuvo moderado por Juan Antonio Jorge Peraza.

Después de esta primera parte, llegó el momento de reconocer todo el trabajo de las personas que han estado vinculadas a este oficio. De esta manera, estaba previsto entregar más de 80 galardones a los cochineros y sus familias. Un acto que espera perpetuar en la memoria de los realejeros el oficio de los mercaderes de antaño.