Un remiendo a corazón abierto: así se vive una operación en los quirófanos del HUC

El HUC cumple 40 años realizando este tipo de operaciones que requieren parar el corazón y controlar el flujo de sangre con una máquina externa

Así es una operación a corazón abierto

Andrés Gutiérrez

Verónica Pavés

Verónica Pavés

El 12 de marzo de 1984 el Hospital Universitario de Canarias (HUC) implantó por primera vez en Tenerife una cirugía que cambiaría el devenir de las vidas de miles de personas. Las cirugías cardiacas con circulación extracorpórea, conocidas coloquialmente como operaciones a corazón abierto, han salvado desde entonces 8.560 vidas en el centro hospitalario que mejorando la técnica para hacerla cada vez más infalible. 

En una diáfana y fría sala blanca suena la melodiosa voz de una cantante desconocida que reinterpreta el conocido hit musical de Chainsmokers y Coldplay: Something Just Like This. Las notas suaves rebotan contra las paredes a baja frecuencia. De hecho, la melodía solo se dejan intuir entre los pitidos continuos de un monitor que registra las constantes vitales de Francisco –nombre falso para preservar su intimidad–, cuyo cuerpo adormilado yace sobre una camilla.

En el centro del quirófano una luz cegadora ilumina el cuerpo del paciente, un hombre de menos de 75 años, cuya válvula aórtica ha dejado de funcionar con normalidad. A ambos lados de su cuerpo dos cirujanas, Mónica García y Nora García, se afanan por remendar su corazón utilizando una técnica quirúrgica que cumple 40 años en el Hospital Universitario de Canarias (HUC): la cirugía extracorpórea.

En los últimos meses, los problemas que sufría Francisco en su corazón le habían obligado a abandonar rutinas tan cotidianas como subir escaleras. Al mínimo esfuerzo se sentía un agotamiento tal como si acabara de correr una maratón. Y todo porque su corazón ya no bombeaba sangre como antes.

Su válvula aórtica –la pequeña puerta que regula el paso de la sangre oxigenada hacia el cuerpo–se había atrofiado. El calcio se ha acumulado sobre este músculo, reduciendo su área de apertura –que normalmente debería ocupar entre 6 y 4 centímetros– hasta convertirla en un pequeño agujerillo de 0,5 centímetros. Un problema que ha resultado fatal para Francisco, ya que impedía que la válvula se abriese y cerrase al ritmo necesario para dejar paso a la sangre recién oxigenada hacia su cuerpo. Desde entonces cualquier movimiento, por muy intrascendente que sea, le deja sin aliento.

Hoy es el día en el que su vida empezará a cambiar gracias a una operación a corazón abierto que, sin embargo, nunca recordará. A las nueve de la mañana Francisco ya está profundamente dormido y ajeno a lo que está ocurriendo a su alrededor. No será consciente de que en unos minutos le abrirán el pecho en canal y le cortarán su esternón hasta alcanzar su cavidad torácica. Tampoco se percatará de que su corazón dejará de latir durante al menos una hora y que lo único que lo mantendrá con vida durante ese tiempo será una máquina.

El paciente sigue un exhaustivo control de sus constantes vitales, su sedación y su actividad cerebral

No es que la conciencia de Francisco sea necesaria durante las próximas dos horas. Un equipo de hasta siete sanitarias (dos cirujanas, una anestesista, dos enfermeras y dos perfusionsistas) está velando porque su cerebro, su hígado, sus riñones y, en definitiva, su cuerpo siga funcionando con normalidad pese a que su corazón vaya a dejar de palpitar.

La operación comienza a las 9:00 en punto. «No será muy larga», explica el jefe de Cirugía Cardiovascular, Rafael Martínez. No lo será porque lo único que hay que «cambiar» en esta ocasión es la válvula aórtica. Pero los profesionales no siempre tienen tanta suerte. El día anterior, de hecho, una cirugía que requería, además, el reemplazo de la propia aorta empezó a las 9:00 de la mañana y acabó poco después de las 23:00 horas.

La primera hora de la operación se basa en preparar al paciente que ha sido previamente anestesiado. Mientras la anestesista vigila atentamente los parámetros vitales del paciente en varias pantallas, las dos cirujanas –acompañadas de una enfermedad instrumentista– comienzan la operación. La intervención comienza con una incisión vertical a la altura del esternón que, pese a lo que pudiera parecer, es la vía más rápida para acceder al corazón.

Un remiendo a corazón abierto

Un momento de la cirugía. / Andrés Gutiérrez

Poco antes de las 10:00 las cirujanas comienzan a perforar el esternón con una pequeña sierra para hacer hueco y llegar hasta el corazón del paciente. A partir de ahora, ese espacio será su franja de trabajo. A sus espaldas se encuentra la anestesista que sigue los parámetros hemodinámicos en tres pantallas distintas: en una aparecen sus constantes vitales, en otra su nivel de sedación y en una última su actividad cerebral. «Así puedo saber en todo momento qué tipo de medicación necesita», revela la anestesista Alejandra Peroza.

Francisco está sujeto a un control exhaustivo mientras permanece en esa sala blanca. Además de estas pantallas, el quirófano también cuenta con un ecógrafo que puede observa en tiempo real lo que está ocurriendo en su caja torácica y unas máquinas de análisis químicos rápidos, que ayudan a desentrañar algunos de sus parámetros vitales.

«Necesitamos la heparina», solicita Mónica García sin dejar de escrutar el corazón palpitante que tiene bajo sus manos. Lo pide justo al acabar de situar unos pequeños tubos –denominados cánulas– en el corazón del paciente, necesarios para redirigir el flujo sanguíneo del paciente. El objetivo es que la sangre que corre por los órganos y extremidades de Francisco pase por una bomba externa que se encargará de hacer las funciones del corazón y los pulmones: oxigenar la sangre y bombearla al organismo.

«La heparina garantizará que la sangre esté líquida e impedirá que se formen coágulos», explica la enfermera perfusionista Johana Gutiérrez. A ella le tocará, una vez el paciente esté conectado a la bomba extracorpórea, controlar que los niveles de heparina siguen siendo óptimos cada 30 minutos o en función de las necesidades. También tendrá que medir la temperatura del cuerpo y vigilar que la sangre sigue llegando con normalidad al cerebro. «Es vital que siga haciéndolo durante todo el tiempo en el que esté conectado», insiste Gutiérrez.

Enfermeras perfusionistas

La figura de la enfermera perfusionista es una de las más desconocidas de la sanidad. Una percepción que, sin embargo, poco o nada se correlaciona con el importante papel que juegan dentro de los quirófanos.

Las perfusionistas son las encargadas de montar y supervisar este tipo de equipos que controlan el funcionamiento del corazón y los pulmones durante las operaciones cardíacas y otras intervenciones. Sin estos sanitarios sería imposible poder intervenir al paciente de ciertas patología pues nadie garantizaría su supervivencia mientras su corazón está totalmente parado.

Y es que es fundamental que el corazón se detenga y deje de tener impulsos eléctricos a la hora de emprender este tipo de intervenciones quirúrgicas. «Para poder llevar a cabo operaciones a corazón abierto debemos tener este órgano parado, vacío y frío», explica Gutiérrez.

"Para poder operar el corazón se requiere que esté parado, frío y totalmente vacío de sangre"

Para conseguirlo solo hace falta verter en el corazón de un líquido especial: una solución cardiopléjica. Esta sustancia, compuesta por potasio que se inyecta a 8 grados para garantizar que llegue fría, es capaz de conseguir que las células cardiacas dejen de funcionar mientras protegen al miocardio. «Esta solución pasa a través de las paredes del corazón y paraliza la actividad eléctrica de las células», indica Gutiérrez.

Cuando todo está listo, las perfusionistas introducen la solución en el corazón, mientras activan varios cubos –o rodillos– en los que se irá acumulando la sangre que se está aspirando cerca del propio corazón, de tal modo que el campo de visión de las cirujanas quede totalmente libre. «Si no, no podrían ver bien lo que están haciendo», insiste Gutiérrez.

En unas pantallas, las especialistas ven cómo las constantes vitales se van perdiendo y mientras, la sangre empieza a correr desde las cánulas hacia unos tubos que lo llevan directamente a la bomba de circulación extracorpórea.

Corazón mecánico

Se trata de una sofisticada tecnología –que ha sufrido muchas mejoras durante las últimas cuatro décadas– que funciona como un corazón y unos pulmones portátiles. Y aunque todo el módulo está rodeado de cables, tubos, aspiradores y pantallas, lo realmente importante reside en dos pequeños elementos ubicados en un espacio pequeño: un módulo que funciona como una pequeña lavadora con centrifugado capaz de bombear la sangre tal y como lo haría un corazón; y un filtro que permite eliminar el dióxido de carbono en la sangre y convertirlo en oxígeno. Es decir, en ese momento es la máquina la que queda a cargo de las funciones vitales del paciente.

Han pasado casi dos horas desde que las cirujanas se enfundaron sus guantes y por fin han llegado al causante de todo el daño de Francisco: su válvula aórtica. Con gran pericia y minuciosidad, García va retirando poco a poco pequeños trozos de válvula aórtica calcificados y sus velos. «Lo retiramos todo para luego poder poner la prótesis», explica la cirujana. Tras las dos médicos se encuentra la enfermera instrumentista Celia Miranda Barrero, que va preparando con antelación todos los útiles que necesitarán sus compañeras a medida que avancen en la operación. En la mesa hay muchas más tijeras, pinzas, alicates, gasas, suero fisiológico, vendaje del que necesitarán, pero es necesario que todo ello se encuentre lo más cerca posible por si se complicara la operación.

Miranda coge con unas pinzas la prótesis y la sumerge en dos vasos llenos de suero. «El fabricante dice que hay que introduirla en dos sueros distintos durante varios minutos para garantizar que está preparado para entrar en el cuerpo del paciente», explica la enfermera.

Rodeando la zona de intervención se encuentra la enfermera que coordina toda la operación: Tamara Pérez. Ella se encarga de registrar todos los movimientos que se van realizando a lo largo de la intervención, de modo que se pueda tener constancia de cualquier acción realizada en la sala quirúrgica. Entre sus funciones está, por ejemplo, clasificar todos los recursos que se van utilizando. «Es para garantizar que todo lo utilizado se queda fuera del paciente», resalta Pérez.

Una vez colocado la prótesis, que cuenta con partes biológicas para que se adapte mejor al cuerpo de Francisco, las cirujanas comienzan a remendar su corazón con puntos de sutura. Los primeros se cierran entorno a la prótesis, tratando de hacerla parte del dañado corazón. Los segundos puntos de sutura tratan de tapar el trozo de corazón que ha tenido que ser abierto y devolver, poco a poco, todo a su cauce. «Con el tiempo los puntos se reabsorben», explica la cirujana.

Para volver a juntar el esternón que ha tenido que ser abierto de par en par, la enfermera ya ha preparado una sutura metálica que conseguirá el cierre total del hueso. Esto último –que se asemeja a un gancho– no se reabsorbe, por lo que quedará como una huella de esta operación dentro del paciente. Al igual que la cicatriz que cerrará su pecho para que Francisco vuelva a vivir con la certeza de que esas escaleras que tantos dolores de cabeza le han dado, no le volverán a dejar sin aliento.

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