Javier Moro llega con Elalba

La bodeda de la D.O. Ribera del Duero presenta su primer rosado, un ‘coupage’ de albillo mayor y tempranillo que mira al futuro

Javier Moro durante una comida en El Drago, de Carlos Gamonal. | | E.D.

Javier Moro durante una comida en El Drago, de Carlos Gamonal. | | E.D. / Sergio Lojendio

Sergio Lojendio

Sergio Lojendio

Poner pie en suelo tinerfeño para él supone estar en su segunda casa. Y no se trata de una frase hecha. Solo basta observarlo: no para de devolver saludos y se funde con la gente en abrazos sinceros, siempre con la compañía de Toño Armas, de El Gusto por El Vino, su amigo y distribuidor por excelencia.

Poner pie en suelo tinerfeño para él supone estar en su segunda casa. Y no se trata de una frase hecha. Solo basta observarlo: no para de devolver saludos, entre sonrisas, y se funde con la gente en abrazos sinceros, gestos inequívocos de sentidos reencuentros, siempre en compañía de Toño Armas, de El Gusto por El Vino, su amigo y distribuidor por excelencia.

Javier Moro Espinosa (Pesquera, Valladolid, 1962) cumple poco más de un año en la presidencia de la prestigiosa bodega Emilio Moro –una de las explotaciones vitivinícolas señeras de la Denominación de Origen Ribera del Duero–, un cargo que asume «con ilusión y responsabilidad», afirma.

Esta vez ha llegado a la Isla con Elalba, y no por una cuestión de prontitud, sino porque así se llama su nuevo vino, precisamente el primer rosado que elabora esta bodega. «Hacía falta una chispa de juventud y frescura tanto en los procesos como en los conceptos», comenta Javier Moro, buen conocedor de las tendencias del mercado, aunque también admite que esta apuesta puede llegar a entenderse como «un capricho mío».

Lo cierto es que Elalba se ha bautizado así porque se trata de un vino inspirado en los amaneceres de Castilla, «en la primera luz del día, con el rocío de la mañana resbalando sobre las hojas del viñedo... Y ese frescor tan particular». Y acaso, supone saldar una deuda histórica con una uva, la albillo mayor, «que siempre ha estado ahí y que ahora hemos rescatado para dar valor a los rosados, tan denostados», haciendo coupage con la sempiterna tempranillo.

Esta albillo mayor es la única blanca autorizada por la D.O. –recientemente, desde el 2019– para la elaboración de vino blanco. Es una de esas uvas singulares que, se dice, juega al escondite entre la hegemónica tinta fina, con la que siempre ha convivido, «de toda la vida», señala Javier Moro. «En los majuelos (sinónimo de viña), entre la tempranillo había una garnacha por aquí, otra blanca por allá... La albillo siempre se vendimió aparte y se servía como uva de mesa; es muy rica para comer», explica el bodeguero. «Los racimos se colgaban en esta época de Navidades», y se consumían con cada tañido de las campanadas.

Fue jurado de la Gala de elección de la Reina del Carnaval y si se jubila «vendré a vivir a Tenerife», dice

Cualidades como su docilidad y el aporte del valor de la elegancia convencieron a Javier Moro. «Nos hemos esmerado en elaborar un rosado bien trabajado, con su toque de madera y una forma diferente de interpretar este tipo de vinos, con un estilo diferente y muy propio», explica.

El resultado, encerrado en esta primera cosecha en alrededor de unas 4.800 botellas, con una excelente presentación, destila notas florales y cítricas, una acidez equilibrada y bien integrada, con un tono divertido y hasta complejo, transmitiendo la mineralidad del suelo, unas condiciones que Javier Moro considera son las apropiadas para un vino «capaz de abrir una comida, acompañar arroces o pescados», o bien para saborear por puro placer.

Acompañado de sus míticos Malleolus, escoltado por los godellos del Bierzo y de la mano de su Felisa, el bodeguero se asoma al futuro con la vista puesta en el horizonte de los nuevos mercados.

Aunque la coyuntura no es sencilla, se suman las adversidades y no sólo las naturales, sino la inestabilidad provocada por el propio ser humano, Javier Moro atisba «un futuro muy prometedor», sostenido por el compromiso de «elevar la calidad de nuestros vinos». En su ciclo vital van brotando «nuevos proyectos; hay que renovarse y nuestras miras están puestas en un trabajo con perspectiva para los próximos 50 años», añadiendo así nuevas generaciones a las cuatro que llevan el apellido Moro.

De su especial vinculación y complicidad con la Isla, valga una sincera confesión: «Si algún día me jubilo, me vendré a vivir a Tenerife». Este particular idilio se remonta a una treintena de años y se ha ido enraizando en el tiempo, con hitos como su participación como jurado en una de las Galas de elección de Reina del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, que lleva grabada en el corazón y la memoria: «Un espectáculo maravilloso; por el colorido de las fantasías, las modelos, el hecho de describir algo tan maravillloso...». Eso, sin olvidar su disfraz de mujer: traje rojo ceñido, guantes hasta los codos, peluca, maquillaje y ardientes labios: «Me lo pasé pipa», o esa reproducción de la Farola del mar que cada año lanza guiños desde Valladolid a la bahía chicharrera.