Entrevista

José Ramón Ubieto, psicólogo: "En el debate de los móviles y los niños, la solución no es la prohibición"

En su último libro, '¿Adictos o amantes? Claves para la salud mental digital en infancias y adolescencias' (editado por Octaedro), ofrece herramientas para que los hogares dejen de ser una trinchera

El psicólogo clínico José R. Ubieto, en Barcelona.

El psicólogo clínico José R. Ubieto, en Barcelona. / FERRAN NADEU

Olga Pereda

El psicólogo clínico José Ramón Ubieto propone a las familias que, a la hora de lidiar con la tecnología, huyan de los mensajes apocalípticos y apuesten por la educación y los límites. En su último libro, '¿Adictos o amantes? Claves para la salud mental digital en infancias y adolescencias' (editado por Octaedro), ofrece herramientas para que los hogares dejen de ser una trinchera.

Su primer consejo es que dejemos de llamar a los jóvenes adictos a la tecnología.

Es que no lo son. Si así fuera, tendríamos un 95% de adictos. Un adicto es alguien que tiene suficiente con el objeto para satisfacerse. Un alcohólico, por ejemplo, solo necesita una botella. Y un heroinómano, un pico. Es una relación directa. La diferencia es que los jóvenes gozan con el móvil, no gozan del móvil. El teléfono es un instrumento para vincularse a los otros. Quiero hacer entender a los adultos que tienen que mirar el mundo con las lentes nuevas, no con las del siglo XX. Los jóvenes no son adictos. Si los llamamos con esa palabra que tiene tanto estigma será muy difícil que seamos sus interlocutores.

Antes de hablar de las familias, hablemos de los poderes públicos y su responsabilidad. En su libro pide políticas sociales públicas para evitar que el desamparo social siga facilitando el desamparo digital, que suele conllevar un mayor abuso de la tecnología.

En todas las investigaciones que hemos realizado, hemos confirmado lo que ya sabíamos: en las familias más desfavorecidas, el uso del móvil y otras pantallas es claramente superior. La razón es que, en estos hogares, la conciliación es complicada. Si llegas a las ocho y media de la tarde a tu casa, cansada después de una jornada extenuante, y tienes que hacer la cena y acostar a tus hijos… Es complicado pedir a estas familias que sustituyan la pantalla por la atención. La solución pasa por las las políticas sociales, que brindan espacios de socialización, como esplais, centros abiertos y bibliotecas. Son lo que Eric Klinenberg llamaba ‘palacios del pueblo’, que sirven para no dejar a los niños desamparados con las pantallas. Son centros donde hay educadores que hacen los deberes con los chavales o juegan con ellos.

"Si un Gobierno tan poderoso como el de EEUU no ha podido acotar a la industria tecnológica, ¿cómo le pedimos a un niño de 12 años que se autorregule?"

“Jugar al GTA no te convierte en un conductor asesino”, sostiene. Más que censurar, pide acompañar.

El ser humano es complejo, no obedece a un estímulo-respuesta, como un animal. Que un niño esté viendo películas o videojuegos violentos no implica que haya una respuesta violenta. Eso sería pensar que no existe el libre albedrío y que todo está predeterminado. Él tiene que hacer algo con eso, tiene que traducirlo y tomar una decisión. Para algunos niños, las escenas violentas sirven para que distingan la fantasía de la realidad.

¿Prohibir no es la solución?

No. Prohibir es sacar de la escena algo que no debe estar. Eso que nos empuja a colgar fotos en Instagram tiene un nombre: pulsión escópica (que tiene que ver con la mirada). ¿Se puede prohibir la pulsión? No. Se puede dar un destino menos nocivo. Pongo un ejemplo. El Gobierno francés aprobó una ley para prohibir los móviles en la escuela. Un día, el primer ministro visitó un liceo. Todos los padres y madres enviaron mensajes a los móviles de sus hijos para que se hicieran una foto con él. Todos, empezando por el primer ministro, transgredieron la norma. La prohibición es una ilusión. Hay que poner en marcha medidas realistas.

¿Por ejemplo?

No te voy a prohibir que tengas un móvil, pero sí te lo voy a regular y te voy a decir que en el patio no lo uses. También en casa puedes decidir que, a la hora de cenar, no hay móviles en la mesa o que nadie se lleva el teléfono a la cama. No se trata de prohibir los móviles, pero sí de limitar su uso. Lo mismo con el porno. Prohibirlo es absurdo. La mitad de la información 'online' que hay en el mundo es porno, ¿cómo lo vas a prohibir? La solución viene por la regulación, no por la prohibición.

La tecnología no es neutra.

Decir lo contrario es un mito. La tecnología te llama, habla contigo, te manda mensajes y notificaciones y te sugiere contenidos. La tecnología es colonizadora e invasiva, no es neutra. Si hay Gobiernos tan poderosos como el de EEUU que no han podido acotar a la industria tecnológica, ¿cómo le pedimos a un niño de 12 años que se autorregule? La prohibición es ilusa. La autorregulación no puede venir del último de la fila, que es el niño o la niña. Se necesita corresponsabilidad de padres, madres, docentes y gobiernos. Y también la industria, claro. No habrá regulación posible si no es colectiva.

¿Qué podemos hacer las madres y los padres?

Establecer menos horas de pantalla y espacios libres de conectividad. La alfabetización digital es enseñar a hacer un buen uso de los gadgets. Hay que hacer que los niños y los jóvenes deseen hacer otras cosas, como excursiones, museos, juegos de mesa... Eso siempre es más eficaz que prohibir. Pero, claro, eso nos implica a nosotros, los adultos. ¿Quién educa a tu hijo, tú o el señor Zuckerberg?

Rechaza la expresión nativos digitales.

No los hay, es una fallida expresión mediática. Ningún niño nace con un iPad. El padre o la madre se lo da. En el uso de la tecnología, no debería haber prisa. Hay quien defiende que el primer móvil se dé a los 16 años, pero la media real está en los 9 o 10 años. Las medidas absolutistas van al fracaso. Lo que deberían hacer las escuelas no es poner límites inabordables, sino unirse y ponerse de acuerdo no tanto en la edad del primer móvil sino en crear espacios libres de conectividad. Y poner límites más reales, como los 12 años. Empezar por cosas que se pueden hacer.

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