Desde la primerísima línea, el intensivista del Hospital Nuestra Señora de Candelaria, Ismael Molina, se enfrenta a las brutales consecuencias sanitarias de una quinta ola que ha «recordado mucho» a la primera. A Molina le gusta buscar el lado positivo a la situación extraordinaria en la que se ha visto envuelto y, pese al cansancio y la extenuación, se congratula de los valores, la colaboración y la ciencia aprendidos.


¿Cómo se encuentra después de la vorágine de este último año y medio?

Anímicamente podemos decir que bien. En mi servicio todos seguimos con fuerza y con ganas de salir hacia delante, pero somos humanos y estamos un poco cansados y con ansias de salir de esta situación.

Después de cinco olas, ¿qué siente al ver que la crisis parece no tener fin?

A mí me gusta sacar la parte positiva, y si podemos aprender algo, estupendo. Ha sido muy interesante desde el punto de vista científico, en el sentido de que todos los días había algo nuevo que leer, estudiar, teníamos nuevos protocolos o debíamos actualizarnos. Desde el punto de vista laboral y social, hemos desarrollado valores nuevos y reforzado el trabajo en equipo y el esfuerzo, además del compromiso.

¿Recuerda los aplausos de la primera ola?

Me acuerdo, me acuerdo...los veíamos desde las guardias cuando estábamos en el hospital. Era un mensaje emotivo que nos hacía saber que no estábamos solos, y de que nos estaban apoyando. Fue todo un detalle.

¿Cree que la población se acuerda de los aplausos?

Yo los agradecía, pero admito que era de los escépticos. Y creo que sí, que nos hemos olvidado y rápidamente y los sanitarios hemos pasado de héroes a villanos. Desgraciadamente estamos acostumbrados a recibir estos detalles y a que nos lo quiten.

¿Cuánto tiempo lleva sin descansar debidamente?

Hemos disfrutado de vacaciones, pero calzadas. Era necesario el descanso para desconectar. El problema es que la carga asistencial no entiende de vacaciones y cuando se desborda, como estos meses de julio y agosto, hemos tenido que salir adelante con lo que teníamos. Además, son vacaciones a medias, porque hemos estado preocupados por lo que estaba pasando. Al teléfono e inquietos.

¿Qué sensaciones le producen las imágenes de esa parte de la población que se salta las restricciones?

Siempre he pensado que el mejor aliado para esta situación era que todos aprendiéramos valores como el compromiso. Y sí que ha habido momentos en los que ese compromiso se ha olvidado y hemos salido de fiesta, nos hemos quitado la mascarilla y hemos interpretado la pandemia a nuestro modo. Creo que es responsabilidad de todos nosotros por no haber transmitido bien el compromiso que debería tener cada uno. Y, además, hemos interpretado mal que la cosa va a mejor.

¿Qué han aprendido en este año y medio con respecto a los tratamientos?

Hemos aprendido bastante. Lo principal, conocer al virus. El virus nos confinó a nosotros y ahora nosotros estamos aprendiendo a confinarle a él. Esto es una venganza. Estamos probando antivirales con una eficacia relativa e intentando minimizar los daños colaterales que hace el virus, y algunos resultados sí estamos viendo.

¿Cuál ha sido el momento más duro que han vivido en la UCI?

Los peores momentos fueron los del principio de la pandemia. Esa primera ola en la que no nos podíamos imaginar que nos íbamos a desbordar como lo hicimos. Trabajar en una UVI siempre es seguro y vernos teniendo que salir al resto del hospital, atender a pacientes en sitios inhóspitos para nosotros y al mismo tiempo ver que el virus caminaba hacia delante y mataba cuando teníamos las armas contadas, ha sido muy duro. Y vivir con la incertidumbre ha sido lo peor.

¿Esta quinta ola les ha recordado en algo a cuando estábamos en confinamiento?

Sí, si que nos ha recordado bastante. Hemos vivido también la circunstancia de tener que abrir camas de críticos fuera de la UVI y nos hemos visto también desbordados. Sí que es verdad que como hemos aprendido algo, no solo desde el punto de vista científico, sino al mismo tiempo desde el punto de vista organizativo, cuando vimos venir esta quinta ola nos organizamos de una manera más eficiente y rápida.

Me decía que han adquirido muchos valores, y destacaba es la colaboración, ¿ha cambiado como se relacionan los distintos servicios del hospital con respecto a la situación previa a la pandemia?

Sí, ha cambiado muchísimo. Creo que es lo que más le hemos ganado al virus. Hemos hecho un trabajo en equipo con todos los servicios que es digno de admirar. Y ya no solo eso, sino el trabajo que se está haciendo en Primaria o fuera del hospital. La pandemia nos ha hecho muy fuertes, y nos ha servido para aprender una buena lección que esperemos no olvidar, como los aplausos.

¿Han necesitado apoyo psicológico?

Sí, desde la primera ola. Somos humanos, nosotros también lo sufrimos, lo pasamos mal y nos traemos los pacientes a casa. Desconectarnos nos está costando mucho y quizás ese sea uno de los motivos por los cuáles nos está todavía nos cansa más esta situación.

¿Cómo se toma su familia y amigos esa mochila que se lleva a casa?

Procuro evitar dar la lata a los que tengo alrededor con el tema. Así que lo sufro en silencio.

¿Algún compañero se ha contagiado?

Hemos tenido bastantes compañeros contagiado y se vive mal. Te ves vulnerable y siempre te entra el remordimiento por pensar en lo que has hecho mal. Es como fallarse a uno mismo, y te acabas torturando a tí mismo por haber sido tan torpe.

En esta quinta ola ha habido un cambio de perfil en los ingresos en UCI, ¿cómo le influye a nivel psicológico haber visto a personas de su edad o algo más jóvenes jugándose la vida?

No lo llevamos bien. Es una situación mucho más crítica para nosotros. Cualquier vida tiene el mismo precio, pero ver a gente joven, sobre todo sin antecedentes en esa situación en la que te puedes ver tu mañana, te da un golpe más de realismo. Ha sido un choque fuerte el hecho de asumir que esto no era una enfermedad para abuelos, residencias o inmunodeprimidos. Este virus no hace distinción ni por edad ni por comorbilidad.