BARRIO A BARRIO | El Toscal

Genoveva Jiménez, 97 años de historia de El Toscal

Veva, que celebró este sábado sus 97 años, habla de una Santa Cruz que identifica de Teobaldo Power a La Muralla

Genoveva Jiménez, vecina casi centenaria del barrio de El Toscal.

Genoveva Jiménez, vecina casi centenaria del barrio de El Toscal. / Carsten W. Lauritsen

Humberto Gonar

Humberto Gonar

La familia Jiménez Fernández se instaló en el primer barrio obrero de la capital hace un siglo; fruto de la unión de un maquinista naval y una joven malagueña que vivía en Casa Blanca –que se casaron por poderes– nacieron siete hijos. La mayor, Genoveva, que mantiene una memoria lúcida impecable.

Entre los vecinos del primer barrio obrero de la capital, El Toscal, Genoveva Jiménez Fernández, quien este sábado cumplió 97 años y espera llegar al centenario para cumplir uno de sus anhelos: cerrar la calle para celebrar tal acontecimiento.

Los orígenes de la familia Jiménez se remontan a 1926, cuando el matrimonio formado por el gaditano Francisco Jiménez García y la malagueña Francisca Fernández Pujol se instaló en El Toscal. Ambos se conocieron en una de las escalas que realizó el maquinista naval cuando hizo un alto en Casa Blanca. Más que un flechazo, el amor surgió gracias al estropajo que tiró al suelo Francisca para acaparar la atención de quien a la postre se convirtió en su esposo; el enlace matrimonial se realizó por poderes porque él no se podía trasladar a la Isla hasta el día que puso el pie en el puerto chicharrero.

Cumpliendo el deseo de la madre de Francisca, tardó más en recalar en la Isla que en acudir del barco a la iglesia de San Francisco, donde se celebró la boda por aquello de que la matriarca había decidido de que «a la casa no se entraba sin pasar antes por el altar». Y así ocurrió. De esta unión nacieron siete hijos, la mayor, Genoveva, que celebró este sábado su 97 aniversario.

Eva o Veva, como también la llaman sus familiares y conocidos –«bien porque mi nombre no les gusta o le parece largo», justifica–, es historia viva de ElToscal, enamorada de su barrio y, en especial, de su gente. Desde el tercer piso sin ascensor que vive en un edificio de la calle de La Rosa a la altura de Favego, Genoveva evidencia una memoria lúcida y envidiable, con un verbo fluido que le permite revivir aquel Santa Cruz que ella asocia al tramo comprendido de Teobaldo Power a La Muralla; «cuando sale de ahí, para ella es como irse al extranjero», apunta con humor socarrón su sobrino Pepón Jiménez, quien recuerda que su abuela –la madre de Genoveva– «se casó con lo más chico que despachaban en hombre», para apostillar: «Siempre iba como un pincel». Así describe a ‘Paco, el del Sancho II de los Rodríguez López’.

Tata, como se refiere Pepón a su tía, es una de las «chicas guapas del Toscal» de las que hablaba Marichal, como canta la isa, con un testimonio vital que la traslada a la vivienda en la que residió su familia durante cinco años junto a Almeyda, y que a la postre se convirtió en la residencia de la familia Galarza.«Con aquellos vecinos formábamos una gran familia que se preocupaba por si nos faltaba algo», revive en el salón de casa donde se mantiene el juego de sala heredado de sus antepasados.

Los recuerdos la trasladan a la molienda de gofio que existía en la calle San Vicente Ferrer, o a los bailes que se organizaban en Luz y Vida, que se localizada en la calle Santiago, cerca de Tribulaciones... Imposible olvidar el día que comenzó la Guerra Civil en España para quien entonces era una niña de El Toscal y estaba jugando en la azotea de su casa. Su padre acababa de llegar al puerto y tuvo que caminar hasta su casa en la calle de La Rosa con los brazos en alto mientras desde el cuartel de Almeyda se escuchan el estruendo de las armas.

Pepón Jiménez asegura que su abuelo –el padre de Genoveva– salvó la vida gracias al cartero que un día pasó por su casa y le advirtió a la madre de que en la puerta había una marca para poner fin a sus días, un hecho que a la postre le confió a sus hijos varones. Genoveva, la mayor de siete hermanos –de ellas cuatro chicas– también fue una madre coraje que, después de quedarse embaraza soltera, decidió continuar embarazo, gracias también al apoyo incondicional de su padre. Y nació María Mercedes, quien sigue con atención las historias de su madre, como la niña queda embelesada con los cuentos de la infancia, solo que estos relatos están basados en hechos reales.

«De ElToscal no guardo más recuerdo», asegura Genoveva, que admite que no fue trago de buen gusto ser madre soltera en aquella sociedad de mitad del siglo pasado, lo que no le impidió tutear la vida, tanto en el ámbito familiar, donde ejerció como madre, tía y abuela... Así, el propio Pepón la considera su segunda madre, algo que se repitió con Carla, su sobrina nieta.

Y eso, además de combinar su entrega familiar con su trabajo como costurera autodidacta que desarrolló en Moda Genia, para luego trabajar en una tintorería de la Rambla de Pulido, en el dispensario de la Cruz Roja –estaba en la calle de San Lucas– y hasta en una administración de loterías.

En medio de esta puesta en común en la se torna la conversación, suena el teléfono de Pepón; es el alcalde de Santa Cruz, José Manuel Bermúdez, quien felicita por su cumpleaños a Genoveva, quien no pierde la oportunidad para decirle que la falta de movilidad le impide salir a la calle desde hace un año; ahora están en trámites para la instalación de un ascensor gracias a la subvención que ofrece Sinpromi. Ya el propio Bermúdez felicitó a la cumpleañera durante la pandemia, cuando el confinamiento; ese recuerdo lo mantiene fresco Genoveva.

Finaliza la conversación telefónica, y retoma el hilo sobre la marcha para referirse a las fiestas que se organizaban con motivo de la celebración de Santa Bárbara, cuando la banda militar salía desde Almeyda para acudir a la misa de San Francisco; o se refiere al cura de San José, Jesús Cabrera, para asegurar que no recuerda que en el pasado pasara por su casa la procesión del Señor de las Tribulaciones que de forma extraordinaria vio ante su casa el pasado miércoles. «La que sí veía desde el balcón era la del Encuentro», precisa. Otro personaje de aquel Toscal: José Pérez Trujillo, ‘el médico de los pobres’. «A mi siempre me ha gustado el Carnaval, aunque no he estado en ningún grupo; pero lo que me encanta es el baile: era socia del Círculo Mercantil y El Recreo», cuenta con la cara iluminada: «No me perdía uno; se celebraban los jueves y los domingos». Y así tuteó una vida para orgullo de El Toscal y sus gentes.