ANÁLISIS

El Castillo de San Joaquín y el cambio de límites municipales entre Santa Cruz y La Laguna en 1928

El Castillo de San Joaquín

El Castillo de San Joaquín

Miguel Á. Noriega

La costa de Santa Cruz de Tenerife dispuso de una línea defensiva fortificada que, desde finales del XVI y hasta ya entrado el siglo XX, unía San Andrés con el barranco Hondo o del Hierro. El objetivo estaba claro: lograr la defensa de la villa, puerto y plaza frente a ataques navales y, sobre todo, impedir desembarcos. Así, baterías, torres, fuertes y castillos salpicaban el litoral chicharrero, presididas por el hoy desaparecido Castillo de San Cristóbal. Con todo ello, Santa Cruz de Santiago de Tenerife llegó a ser la mayor plaza fortificada de Canarias a finales del siglo XVIII, cuando contaba con una quincena de puestos fortificados, artillados con casi un centenar de piezas entre todos ellos.

Tanto estas de Santa Cruz como el resto de las fortificaciones de la Isla estaban situadas todas ellas a pie de costa. Pero se hacía necesario tener un puesto defensivo que protegiera San Cristóbal de La Laguna mediante un emplazamiento más próximo a esta villa, alejado, por lo tanto, de esa línea costera santacrucera. De esta manera, surge la necesidad de levantar un puesto defensivo a mitad de camino entre Santa Cruz y La Laguna. El lugar elegido era la parte baja de La Cuesta, hoy Vistabella, ya que disfrutaba de una formidable panorámica de la rada santacrucera y la ladera que descendía hacia ella. El emplazamiento escogido se encuentra a unos 270 metros de altitud. Dista de la costa a unos tres kilómetros y a apenas cuatro del centro de La Laguna (ambas distancias en línea recta).

Así, surge una modesta batería levantada en 1586, junto al barranco de San Joaquín. Tras dos siglos en pie y llegando a estar abandonada y en mal estado, fue reformada y ampliada a finales del XVIII. De esta manera, el 16 de marzo de 1780 se reconstruye, ganando en robustez y tamaño. Se le añaden cuatro cubelos en los ángulos y se le dota de cuerpo de guardia, cocina, almacenes, etc. Nueve años más tarde, San Joaquín pasa a ser habilitado también como almacén de pólvora, llegando a poder acumular unos 1.600 quintales de explosivo. Como apoyo militar tuvo en su entorno dos baterías, situadas junto al Camino Viejo a La Laguna, al otro lado del barranco y en la zona actual de Cuesta de Piedra, y un cuerpo de guardia del polvorín, todo ello, hoy desaparecido.

Otros usos

Finalmente, el Castillo de San Joaquín pasó a ser desartillado en 1850, llegando a tener otros usos en su interior. En octubre de 1898 y hasta 1913 fue utilizado como palomar militar. Un mes más tarde se convierte en estación heliográfica, en contacto con la Loma de Gáldar. Pero ha sido utilizado para mucho más: almacén de material diverso, taller de la Comandancia de Ingenieros (desde 1928 a 1944), parque afecto a la Comandancia de Obras y Fortificaciones de Canarias y el Grupo Mixto de Zapadores y Telégrafos (en febrero de 1937) e, incluso, prisión militar (durante varias décadas, desde 1944 y hasta el 29 de diciembre de 1989).

Este fue su último uso, lugar de presidio militar. Curiosamente, uno de los últimos reclusos fue un nieto de Francisco Franco, en concreto José Cristóbal Martínez-Bordiú Franco, quien estuvo un mes cautivo en San Joaquín por unas declaraciones que realizó a la desaparecida revista semanal Interviú, tras haber cursado su baja como teniente del Ejército de Tierra.

Prisión

Ya en la década de los años 90 del pasado siglo llega el final de este castillo como establecimiento militar. El Ministerio de Defensa sacó a subasta el edificio y su entorno y un particular lo compró en 1996 por algo más de 40 millones de pesetas. Hace unos meses salió a la venta por tres millones de euros, situación en la que se encuentra en la actualidad.

Este ha sido el devenir de San Joaquín, el castillo alejado de sus parientes fortificaciones costeras. Pero hay un aspecto poco conocido de esta histórica edificación, declarada Bien de Interés Cultural (BIC) en el año 2000, y es su utilidad como referencia de la linde municipal que separa Santa Cruz de Tenerife de La Laguna, o viceversa. Viajemos a 1928, en tiempos de la Alcaldía de Santiago García Sanabria.

A mediados de marzo de ese año se hace pública la idea de la Corporación municipal chicharrera de ampliar su término municipal. Antes de este anuncio se habían estado recogiendo firmas para la agregación de Costa Sur y parte de La Cuesta a Santa Cruz. Se trataba, en definitiva, de un tema que llevaba un tiempo caldeándose en la ciudad costera.

En pleno verano de ese mismo año, en una reunión del Pleno del 23 de julio de 1928, ya el Ayuntamiento santacrucero expresa públicamente su deseo de que su vecino lagunero opte por mover el límite municipal entre ambos y le ceda a la capital la zona de Costa Sur. Y es que, una vez puesta la linde por el barranco del Hierro, hacía más de un siglo, Santa Cruz no podía ya expenderse hacia el Sur.

Cambio de frontera

Avanzaban los meses y ya en otoño ambos ayuntamientos crean dos comisiones dedicadas a estudiar el asunto y, como es lógico en estos temas, buscar el consenso y, con ello, una solución. Así, el 12 de octubre se hace público el acuerdo firmado por los comisionados. La capital cede a La Laguna terrenos de Las Carboneras, fijando el límite en Anaga por el cauce del barranco de Taborno, obteniendo con ello los pretendidos terrenos al sur del barranco del Hierro. El límite entre ambos municipios pasaba a perimetrar el espacio comprendido entre, al norte, el barranco de Taborno y la divisoria de aguas entre la Cruz de Taborno (punto más alto del macizo anaguense y emplazamiento, a día de hoy, de un radar ligado a la navegación aérea) y la Cruz del Carmen (ramo este que ejerce de límite actual entre los montes de utilidad pública 44 y 15, propiedad de Santa Cruz y La Laguna respectivamente) y al sur, la Montaña de Taco y el barranco de El Muerto. Desaparecía de esta manera el límite entre ambos municipios a través del barranco del Hierro, que se iniciaba en la parte baja del Castillo de San Joaquín y llegaba hasta el mar, al sur del Lazareto.

Para este nuevo tramo de la linde entre el Barranco el Hierro y el del Muerto, se utilizaron como vértices las montañas de Taco y Ofra, que antaño sirvieron de punto de vigía para los atalayeros, y el Castillo San Joaquín. Cada uno de estos tramos y puntos fueron visitados por los comisionados de ambos ayuntamientos, encabezados por los arquitectos Antonio Pintor, por el de Santa Cruz, y José Felipe Solá, por el de La Laguna, respectivamente. De esta manera, la totalidad del castillo pertenece al municipio de Santa Cruz de Tenerife, salvo la zona de entrada al recinto exterior, cuya superficie estaría en el de La Laguna.

Pero, mientras esta fortificación servía de referencia para este nuevo deslinde municipal, la Corporación chicharrera liderada por Santiago García Sanabria, en ese mismo otoño de 1928, aprobaba en pleno una petición al Gobierno de la nación para que le fueran cedidos los castillos de San Pedro y San Joaquín. De esta manera se pretendía que ambas construcciones fueran demolidas, una de ellas, la de San Pedro, situada en el litoral de la ciudad, "por estorbar las futuras obras del puerto y ensanche de la capital", y la de San Joaquín, "para en su solar levantar una iglesia a Nuestra Señora de la Paz y la Unión, costeada por los ayuntamientos de La Laguna y Santa Cruz, para conmemorar el feliz arreglo de la cuestión de los límites del término municipal de este Ayuntamiento".

Es necesario contextualizar este voraz deseo de piqueta y escombro de los años 20 del pasado siglo en Santa Cruz. La depredación urbana vivía en esos años uno de sus momentos más enfurecidos, como bien sabemos los santacruceros amantes de la historia y el patrimonio histórico. Ese mismo verano de 1928, habían comenzado los trabajos de derribo del Castillo de San Cristóbal, la joya de la corona de las fortificaciones canarias.

Cara y cruz

Por suerte, San Joaquín no fue derribado, siendo construida la iglesia en cuestión en terrenos de La Cuesta, a unos pocos centenares de metros del castillo. Así pues, esta fortificación continúa ejerciendo un papel clave en la linde entre ambos municipios. Todos los tramos y puntos de vértice se ciñen a elementos topográficos (barrancos, divisorias de agua y montañas), salvo uno de ellos, el que ejerce este castillo, con dos vértices (sus baluartes norte y sur) y el tramo entre ambos, el que discurre por su fachada oeste.

Peor suerte corrió el costero de San Pedro, el cual fue pasto de los martillos en 1948, dejando paso a las actuales Avenida Francisco La-Roche y Vía del Puerto, además de la Estación Marítima.

No quiero finalizar estas líneas sin recordar que Santa Cruz tuvo una nueva ampliación de su superficie. Fue en 1972, el 30 de diciembre, cuando culmina un expediente abierto cuatro años antes por el que El Rosario cedía 15.000 hectáreas, en donde residían casi dos tercios de sus habitantes. Con ello, de la noche a la mañana, pasaban a ser santacruceros 11.000 de los en ese momento 15.000 habitantes rosarieros. Se conformaba de esta manera el Distrito Suroeste santa cruceros, con los barrios o futuros barrios de Llano del Moro, El Tablero, El Sobradillo, Tíncer, Barranco Grande, La Gallega, Alisios, El Chorrillo, Santa María del Mar, Acorán y Añaza. Se culminaba así la extensión actual del municipio con los 150,6 kilómetros cuadrados que ofrece a día de hoy.

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