Barrio a barrio | Barrio Uruguay

Vecinos del barrio Uruguay reclaman mejores servicios para salir del olvido

Junto a la falta de poda de los árboles de varias calles, como Obispo Pérez Cáceres, lamentan el tapiado de casas terreras de una zona que en el pasado fue reclamo turístico

La plaza del olvido bajo el viario.

La plaza del olvido bajo el viario. / Andrés Gutiérrez

Humberto Gonar

Humberto Gonar

La visita al barrio Uruguay, que se localiza en la zona de Salamanca –en el distrito Salud-La Salle–, la plantea el vecino y empresario de la avenida Islas Canarias, José Guillén, para reclamar la poda de los árboles de la calle Obispo Pérez Cáceres, así como la limpieza de algunos jardines –donde se apila la hojarasca que se barre de la acera, frente al Hospital Febles Campos, a la entrada del puente Javier de Loño– y se torna en un recorrido por las calles del lugar, donde algunas de las fachadas de las construcciones, que rememoran las edificaciones terreras del ayer, evidencian el paso del tiempo y reclaman mucho más que una simple mano de pintura.

Esta nonagenaria de una enorme frescura mental, acorde con su verbo fluido y cordial, empatiza con el visitante, a quien recuerda que su padre adquirió el terreno donde edificó su domicilio, en una época cuando los turistas salían de Santa Cruz para visitar este barrio atraídos por los árboles y sus flores, muchos de los que hoy ven cómo sus ramas invaden sus pequeños jardines y amenazan entrar por las ventanas. Ya no se trata de un túnel vegetal en el que se ha convertido la calle Obispo Pérez Cáceres, sino que no se respeta la máxima, a juicio de Guillén, de que «en invierno se poda para dar sombra en verano»; ahora se ha dejado la vegetación campar a sus anchas, con la única intervención de los vecinos que cuidan sus jardines particulares.

Vecinos del barrio Uruguay reclaman mejores servicios para salir del olvido

Vecinos del barrio Uruguay reclaman mejores servicios para salir del olvido / Humberto Gonar

Para José Guillén, la lucha vecinal no le es ajena. Ya en 2009, cuando una oleada de suicidios se registró en el puente Javier de Loño, no escatimó esfuerzos para colaborar con Juan Marichal para reivindicar la colocación de unas mamparas que, al menos, sirvieron de elementos disuasorios; una batalla similar a la que ahora se libra en la zona del Puente Zurita. Pero Guillén no quiere entrar ahí, al menos en esta oportunidad, sino que pone su grito en el cielo en demanda de un mejor cuidado para el barrio Uruguay. «Nunca ha estado tan abandonado como ahora», se lamenta en presencia de su madre, Zeneida –a la que todos llaman Saida–.

Este vecino y empresario, que tiene el corazón partido entre su barrio Uruguay natal y la tierra de adopción, La Gomera, lamenta el olvido al que tienen sometido los políticos la zona, como explica en su recorrido por las calles de una zona entrañable, como la define, que afronta un relevo generacional entre varias casas terreras tapiadas que esperan un futuro mejor y la presencia de algunos okupas diseminados por el lugar. O edificios vacíos, como el que se localiza a la altura de Veremundo Perera, cerca del colegio de Salamanca. A su paso por la que fue la vivienda del arquitecto Fernando Ruiz de la Fuente Perera, como se lee en la placa que se conserva en una fachada que está presidida por una salvaje vegetación en el jardín privado que sirve de antesala a una construcción que quedó en el ayer... y hasta la fecha.

Vecinos del barrio Uruguay reclaman mejores servicios para salir del olvido

Vecinos del barrio Uruguay reclaman mejores servicios para salir del olvido / Humberto Gonar

No es la excepción. En la calle Obispo Pérez Cáceres, otra vivienda abandonada, en la que residen okupas, mientras otra construcción hace gala a la calle donde se encuentra: calle del Olvido. La denuncia de esta situación no es nueva. Ya en 2010, el periodista Tachi Izquierdo se hizo eco en las páginas de EL DÍA de este caso, que lejos de mejorar ha empeorado. Su vecina, que tiene cámaras de seguridad, aporta un vídeo que muestra cómo el personal de mantenimiento procede a podar el árbol y las ramas sobrantes las deposita precisamente entre la maleza del jardín privado, alimentando así la combustión y el riesgo a que pase una desgracia en caso de que un día se prenda fuego. «Ahí hay de todo, desde bolsas de basura hasta carteras...», cuenta.

De camino a la calle Diego Crosa, el empresario cree que el barrio sufre el deterioro por la pasividad de sus gestores. Comenzó con el entonces alcalde de Santa Cruz, Miguel Zerolo, y quienes le han sustituido no han hecho nada por encauzar la mejora.

Hoy, la calle de El Olvido es la de mayor tránsito en el barrio, explica Guillén, mientras pone rumbo a lo que en el pasado los vecinos llamaban la muralla del barranco que, en la actualidad, se levanta sobre la vía rápida o el ascensor de Santa Cruz, el viario del barranco de Santos que enlaza el centro de la capital con La Salud en cuestión de minutos. En la confluencia de Diego Crosa y Ramón Gil Roldán, otra casa tapiada con un expediente de ruina, asegura Guillén mientras muestra el solar que se generó con el trazado del viario frente al asilo, que le cercenaron a las monjas, en la calle Veremundo Perera. Desde allí muestra el rincón donde todas las noches monta su caseta de campaña un sintecho; y no es el único. En otro jardín que se localiza bajo un puente, otro más, mientras señala la trasera del Pasaje de Álvarez 2, que se localiza en la otra vera del barranco huérfano de vestir y pintar. Pero el abandono tiene su propia plaza en los bajos del viario del barranco de Santos, donde hay restos de vida y botellón, a pesar del hedor de la zona y el rabo de gato que campa a sus anchas.

En la rampa de acceso, una almohada, un edredón y unos cartones. «Parece que hace tiempo que no viene por aquí», dice Guillén sobre este vecino sin empadronar que ocupa en este lugar, si bien no quiere hacer leña del árbol caído porque «bastante tienen ya estas personas para vivir en estas condiciones». Cuestión aparte es el olvido, la falta de limpieza del lugar que en proyecto podría ser idílica, para el uso y disfrute de los vecinos, y que ya llegar supone un problema precisamente porque en el peatonal que se localiza en la muralla del barranco, a las pocas farolas que hay le han salido ramas y están las luces en medio de las copas, lo que apaga la zona.

Desde el crédito que merece quien no solo lleva toda una vida en el barrio, sino tiene un máster en atención al cliente, con 40 años detrás de un mostrador, José Guillén muestra más huellas del olvido: el muro que lloró lascas de piedras cuando prendieron fuego a unos contenedores. La solución fue cambiar el emplazamiento para los nuevos y no reparar el muro. José Guillén hace suyo el sentir del barrio, que va más allá de la poda de árboles para disfrutar la calidad de vida que anhela de La Gomera.