«Anaga ya está en el mapa; no es el secreto de Santa Cruz. Solo hacía falta un aeropuerto internacional para que la gente de Europa la conociera, y en Tenerife hay dos. Como muestra, un botón, fíjate la cantidad de alemanes retirados que hay en Taganana». Es la primera de las reflexiones que comparte Olivier Expósito Betancourt, que recibe al visitante en su casa, que se levanta sobre la escarpada orografía de Benijo, que está orientada al oeste. Por las mañanas no da el sol y por la tarde disfruta de unas puestas de sol espectaculares. La conversación se desarrolla con la estampa de la playa de Almáciga de fondo; parece un cuadro, pero es real.

Olivier, nacido al inicio de la década de los setenta, es uno de los personajes singulares que se localizan en Anaga. Su profesión, ingeniero electrónico, lo mantiene en contacto a diario con la meca de la tecnología mundial, Silicon Valley, y sin salir de Benijo gracias a un modem que, colocado en la ventana de su salón y orientado a las antenas que hay en la zona, le permite mantenerse conectado a los servidores transoceánicos.

Casado con Jéssica hace ocho años –una americana a la que conoció durante su estancia de California–, son padres de tres niños de seis, tres y un año y medio, y viene en camino el cuarto. El frenesí que caracteriza a los habitantes de EEUU contrasta el remanso de paz que se disfruta en su hogar de Benijo, sin que ello suponga perder el pulso al desarrollo tecnológico. En la actualidad, entre sus trabajos, desarrolla un dron que pueda servir de taxi para el transporte de pequeñas mercancías, un proyecto de ciencia ficción que nada tiene que ver con el agua que corre por el barranco de Benijo. También desarrolla sistemas integrados que no precisen el uso de cables.

Olivier es el mediano de tres hermanos. Su padre, Matías Carvajal, trabajador de banca; su madre, Irene Betancourt, pianista formada en virtuosismo. Vivió su infancia en el barrio de El Cabo y la zona de La Rambla. Cursó sus estudios en los colegios de La Salle, San José de Calasanz y los institutos Teobaldo Power y San Hermenegildo (el militar). Con 18 años finalizó el COU y se debatía entre estudiar Física o Filosofía. Se planteó realizar un curso de Inglés y casi le salía tan caro como irse a EEUU, por lo que no lo dudó y se decantó por la segunda opción, para realizar sus estudios superiores en la Universidad de San José en California.

El espíritu de superación era algo innato en la familia de Olivier, que nunca le tuvo miedo a romper las fronteras, como lo demuestra el hecho de que su padre, con 12 años, comenzó a trabajar y emigró a Inglaterra para volver a su tierra e incorporarse a la banca; también su madre se trasladó hasta Barcelona para formarse en piano y virtuosismo. Como tributo a su padre, Olivier establece una complicidad con el visitante al precisar que uno de sus hijos lleva el nombre de Matías, su progenitor.

Este chicharrero se decantó por este estado occidental de Estados Unidos atraído por la práctica del surf que ya realizaba en la playa de Almáciga desde su juventud, además de deslumbrado por los atractivos musicales en una época marcada por Bob Marley, las aguas termales y los valores medioambientales que marcan la formación en dicha universidad. Tampoco le pasó desapercibido a Olivier el hecho del hermanamiento que existía desde antes que se marchara entre Santa Cruz de California y la capital chicharrera, lo que le hacía más familiar aquel entorno. Este americano de Benijo valoró más la cultura medioambiental de California que el look que predominaba en San Francisco o el machismo que se respiraba en Texas. «Surfeando en California encontré a gente que trabajaba en la construcción; estabas en uno de los centros de la cultura más avanzados y disfrutabas de una contracultura más orgánica».

«Tenía la necesidad de ver la Isla desde fuera», y puso en valor la gastronomía tinerfeña, el medio ambiente, los tenderetes y los valores humanos de los chicharreros, «que son tremendamente acogedores. Somos más hospitalarios», para añadir: «somos una Isla, pero una Isla continente en la que te encuentras de todo».

Su formación como ingeniero electrónica especializado en circuitos integrados en la Universidad de San José, en California, le abrió las puertas para trabajar en las empresas y firmas de mayor relevancia internacional que se localiza en Silicon Valley, desde Amazon a Apple o Go Pro, o sistemas como el Android, y también tuvo la oportunidad de conocer en los años noventa firmas de China, y ser testigo de cómo han evolucionado algunas, que conoció con 50.000 empleos y en la actualidad tienen 400.000.

Cuenta incluso cómo vio nacer la firma Airbnb: se celebraba una convención internacional y se creó una aplicación para garantizar alojamiento a los participantes. Fue el origen de una de las plataformas más consultadas en la búsqueda de alquileres, incluso los vacacionales de la Isla. Aquellas encuentros profesionales le permitieron conocer a los fundadores de grandes empresas que luego se colocaron a la vanguardia de la tecnología.

Olivier mantuvo una primera relación laboral con empresas de Silicon Valley durante tres o cuatro años, hasta que se tomó un año sabático que aprovechó para viajar por Asia y regresó a San Francisco, donde conoció a su actual esposa.

Ya en 2015 Olivier comenzó a plantearse la posibilidad de retornar a su tierra; o al menos optó por invertir en ella, y adquirió una casa en Benijo y otra en Icod de los Vinos. Coincidiendo con la irrupción de la pandemia mundial, se estableció en Tenerife, donde el teletrabajo forma parte de su día a día, lo que le permite incluso mantener aquí algunas colaboraciones con empresas canarias para desarrollar nuevos objetivos gracias a esta dualidad: «trabajo en la vanguardia de la tecnología y en el epicentro del turismo», las premisas que le permiten afrontar nuevos proyectos, como el desarrollo de duchas inteligentes desde un negocio vertical. «Creas un sistema que vendes a la industria hotelera, donde lo conoce el usuario que luego lo reclama», y se genera así la «venta pasiva».

También dibuja una nueva realidad en la oferta hotelera a la medida de los perfiles de los clientes potenciales dependiendo de la demanda de ambientes familiares, LGTBI, más independientes, que admitan mascotas...

Olivier echa de menos en España la falta de iniciativa que está condicionada por la carencia de inversión real, a diferencia de lo que ocurre en EEUU, donde están regulados unos fondos de inversiones que fomentan el desarrollo de la iniciativa en favor de todos. «En Canarias y España queremos pero no podemos, porque no pensamos en la globalidad».

En el año y medio de teletrabajo en Silicon Valley desde Benijo, Olivier ha desarrollado más aún su anhelo por ayudar a desarrollar y crear en Canarias, con una cultura medioambiental: «No podemos seguir rompiendo esto», y se decanta por la búsqueda de soluciones: «Se puede aportar tecnología para tratar las aguas sucias», plantea como reto por proximidad.

El tiempo pasa, y así lo denuncia la inclinación del sol en la casa de Olivier en Benijo, mientras los pequeños corretean por la casa y el terreno, la mayor de sus hijas se balancea en un chinchorro y su perro no pierde de vista al visitante mientras Jéssica agasaja con unas tostadas francesas made in Anaga. La cultura medioambiental preside la calidad de vida que se paladea en el hogar de Olivier, a quien le entusiasma que dentro de un año espera residir fijo en Benijo y tener escolarizados a sus hijos en Taganana, lo que dará vida a la escuela unitaria que ahora mengua. Mientras, él seguirá creando circuitos integrados para el mundo.