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Los 15.000 enterramientos de la Iglesia de La Concepción

Una ruta recorre los puntos con más misterio de la capital, desde el primer cementerio de la ciudad al Templo Masónico, pasando por la reliquia de la canilla de San Clemente

Ruta Santa Cruz oculta y misteriosaCarsten W. Lauritsen

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Anna Raphaela Betancur Camillón. Es el nombre de la primera víctima mortal de un atropello en Santa Cruz de Tenerife. En 1752, esta niña recibió sepultura tras ser arrollada por un carro. El suceso tiene tal resonancia que hasta el regidor lagunero José de Ancheta lo recoge en su diario, en el que aclara que el carro era de Manuel Álvarez y que la niña se le adelantó y nada pudo hacer por evitar el atropello. Lo que queda de Anna descansa bajo las aceras o la calzada de los alrededores de la iglesia de La Concepción o bajo el mismo templo. En esos terrenos se habilitó la primera gran zona de enterramientos de Santa Cruz, donde según la estimación de Luis Cola, que fuera cronista oficial de la ciudad, reposan los restos de 15.000 chicharreros.

Asistentes a la ruta en la Iglesia de La Concepción.

Estas y otras historias que marcan los difíciles orígenes de la capital tinerfeña conforman la ruta Santa Cruz oculta y misteriosa, uno de los recorridos gratuitos organizados por el Ayuntamiento para viajar a los puntos más significativos del municipio. «No se preocupen, no vamos a ver ningún fantasma; vamos a visitar hechos y leyendas», aclara Natalia Pou, la guía que dirigió ayer una nueva edición de esta ruta, de dos horas de duración.

Asistentes a la ruta.

Las calamidades por las que pasó la ciudad con las epidemias de fiebre amarilla o cólera –40 a lo largo de la historia–, la apertura del cementerio de San Rafael y San Roque –1811– al crecer la población y convertirse en insalubre la tradición de enterrar en lugares sagrados como ermitas o iglesias, el gran recibimiento a la canilla de San Clemente –un presunto hueso original del santo que se encuentra como reliquia en La Concepción–, la calavera sobre los papeles del juez que dio nombre a la Casa del Miedo en la calle Antonio Domínguez Afonso, mal conocida como La Noria...

Estos y otros episodios cargados de misterio salen a la luz en una visita –del camposanto al Templo Masónico de Añaza, pasando por la iglesia de La Concepción, la Plaza de San Francisco y el Museo Municipal de Bellas Artes– en la que no quedó ni una plaza libre. «Todas las que organizamos se llenan. Lamentamos tener que dejar fuera a gente pero nos han exigido ser estrictos con las plazas y hacer cumplir las medidas sanitarias», aclara Natalia Pou. Y es que las restricciones de la pandemia han alimentado el interés por estas actividades. «Se nota que la gente tiene ganas de hacer rutas. Son gratis y solo tienen que apuntarse en la web del Ayuntamiento», aclara la guía. Este fue el recorrido de ayer por la Santa Cruz oculta y misteriosa.

San Rafael y San Roque.

El primer cementerio construido en Santa Cruz abrió unos meses antes de lo previsto, en 1811, por los estragos que causó una pandemia de fiebre amarilla, que redujo la población de la capital a la mitad –de 7.000 habitantes pasó a 3.500– entre los fallecidos y los que huyeron de la enfermedad. Durante la ruta de ayer no se pudo acceder a su interior, al estar en obras para su rehabilitación, pero las explicaciones de la guía sirvieron para entender su importancia histórica. Lo más llamativo son los nombres –ilustres y no tan ilustres– que figuran en sus lápidas y la chercha –o parte protestante, para los no católicos– que alberga en la parte superior, de reducidas dimensiones.

El primer enterrado en la chercha –nombre que procede de la construcción inglesa church-yard– fue un marinero que llegó enfermo en 1837 en el primer barco a vapor atracado en el Puerto de Santa Cruz, el Atalanta. En la parte inferior del camposanto, la más amplia y señorial, resalta la lápida de una de las figuras enterradas allí: Sabino Berthelot. «Esta fosa se ha abierto para mí. Aunque dicen que he muerto, vivo aquí», se lee en el mármol bajo el que se encuentran los huesos del naturalista francés, residente en Tenerife durante gran parte de su vida (1794-1880) y coautor de Historia Natural de las Islas Canarias junto al botánico inglés Philip Barker Webb.

Hay otros muchos nombres significativos para la historia de la Isla en este cementerio con nichos en tierra como el senador Imeldo Serís, el político nacionalista Secundino Delgado o el maestro Ireneo González. Pero también otros que saltaron a la fama por hechos puntuales que tuvieron relevancia. El caso más destacado es el de las dos víctimas mortales del atraco al tranvía del 1 de septiembre de 1934, perpetrado por varios encapuchados: Agustín Bernal Cubas, de 19 años y estudiante de bachillerato en La Laguna, y Luis García Panasco, el conductor del tranvía de 34 años. El Ayuntamiento de Santa Cruz está en espera de retomar las obras para mejorar sus instalaciones y poder reabrirlo al público. Su valor histórico y cultural lo aconsejan.

Iglesia de La Concepción o de la Santa Cruz.

En el lugar donde se encuentra hoy la Iglesia de La Concepción los castellanos levantaron en 1500, pocos años después de la Conquista, la primera ermita tras su desembarco en las costas de Añazo. Eligieron este lugar por ser donde se celebró la primera misa tras la fundación de la ciudad. Siguiendo la costumbre de entonces de realizar los enterramientos en lugares sagrados, estos terrenos sobre los que luego se levantó –entre los siglos XVII y XVIII– la que hoy se conoce como La Concepción ocultan los restos de 15.000 personas. Esto escribió el que fuera cronista de Santa Cruz, Luis Cola, fallecido en 2016: «Se contabilizan, tomando en cuenta sólo los realizados en el interior de la iglesia –también se efectuaron fuera de sus muros– 10.232 enterramientos. Es probable, incluida la primera etapa imposible de documentar, que se alcanzaran los 15.000».

Además de acoger la cruz fundacional o los restos de uno de los héroes de Santa Cruz –el general Antonio Gutiérrez de Otero, al frente de las tropas tinerfeñas que repelieron el intento de invasión del británico Horatio Nelson en 1797–, el templo de la desembocadura del barranco de Santos guarda un objeto muy curioso, una de las reliquias utilizadas por la Iglesia para extender la fe en Dios: un trozo de hueso que se atribuye a la canilla de San Clemente, santo y mártir católico que vivió en el siglo I. A su llegada en 1703 fue objeto de fervorosa devoción por parte del pueblo chicharrero, tanto que se celebraron misas y procesiones.

La Casa del Miedo y la Cruz Verde.

De camino a la Plaza de San Francisco, la guía para en la calle Antonio Domínguez Afonso, a la que los santacruceros llaman de forma equivocada calle La Noria –La Noria en verdad es un pequeño pasaje transversal a Antonio Domínguez–. Allí hay una casa diferente, aterradora. Al menos transmitía pánico cuando en sus orígenes, en el primer piso, los niños veían por una ventana la calavera que usaba un juez que tenía allí su despacho a modo de pisapapeles. «¡Cuidado con la casa del miedo!», gritaban los pequeños. La leyenda dice que de tanto llamarla así se quedó la Casa del Miedo. También hay otra pequeña parada en la cruz verde colgada de un muro de la calle que lleva el mismo nombre. Esta cruz sustituyó a la original que «fue testigo la madrugada del 25 de julio de 1797 de la valerosa acción de 46 milicianos tinerfeños que cayeron como leones sobre una sección de las tropas del contralmirante británico Horatio Nelson, obligándoles a refugiarse con numerosas bajas en el convento de Santo Domingo hasta aceptar la capitulación», se lee en una placa.

Iglesia de San Francisco de Asís.

En el templo de este coqueto rincón de Santa Cruz se encuentra la advocación más venerada –sobre todo en Semana Santa– y simbólica de la capital: el Señor de las Tribulaciones. Se le considera protector de la ciudad debido sobre todo a que la tradición religiosa defiende que salvó a la capital tinerfeña de una epidemia de cólera-morbo en 1893.

El cuadro con mensaje del Museo de Bellas Artes.

Un poco más arriba, en el Museo de Bellas Artes, se encuentra otro de los misterios. Es el cuadro de la Inmaculada Concepción, pintado por Gaspar de Quevedo para la familia Lercaro Jistiniani. En la obra se pueden apreciar inscripciones criptojudías que según el escritor José Gregorio González, autor de libros como Canarias Territorio del Misterio, se hicieron para «ridiculizar», pues incluye «a dos profetas del antiguo Testamento con sendas tablillas que tiene un mensaje encriptado» que, según González, «no deberían estar en un cuadro mariano».

Templo masónico.

Ubicado en la calle San Lucas, fue levantado por la Logia Añaza. Está considerado el templo masónico más singular de España. Fue construido entre 1899 y 1902 según el proyecto del arquitecto municipal Manuel de Cámara. El edificio cuenta con una cámara de reflexiones en el subsuelo hecha en un tubo volcánico natural y se encuentra en la misma latitud que el Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí (Egipto), construido donde según el Antiguo Testamento Moisés recibió las Tablas de la Ley. Está pendiente de rehabilitación.

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