Opinión | En el camino de la Historia

La espontaneidad huye del discurso político

Alberto Núñez Feijóo, el lunes, tras su discurso en la sede del PP.

Alberto Núñez Feijóo, el lunes, tras su discurso en la sede del PP. / José Luis Roca

El discurso político, lo estamos observando, cuando se pretende ir mas allá de la realidad, o esta se cambia en un momento determinado que sea crucial para los intereses del poder, huye de lo espontáneo y exige un tiempo de reflexión, de técnica ensayada que muchas veces dura hasta cinco días, donde se inicia el trayecto , se mezclan los sentimientos, la ideología que debe ser dominante y una serie de consideraciones que siempre buscan el convencimiento no por compartir la ideología, en este caso de la llamada izquierda progresista.

Lo importante y necesario no es ser representativo de esta o aquella ideología, la cual puede esperar para mejor oportunidad y la izquierda, en este caso, deje de estar en estado de divinidad, como diría el filósofo francés Jean Baudrillard, que al fin baje de la frustrada conquista de los cielos y llegue al terreno donde los perfiles ideológicos estén perfectamente diseñados y asumidos por todos sin trampas ni cartón.

El ser representativo de una ideología, como es la izquierda, no es lo esencial sino saber conectar, de ahí que cualquiera de sus intervenciones o discursos o soflamas se resume a un cálculo de efectos especiales, donde lo que domina es la política-espectáculo. Su misma ideología que dicen profesar no busca convicciones profundas, simplemente se trata de conectar no solo con los suyos sino que se hace extensivo al resto.

Si todo se deja a la espontaneidad del discurso, sin que esté perfectamente estudiada la certeza de sus positivos resultados, se puede crear la incertidumbre pero cuando las actuaciones a desarrollar se piensan y hasta se reflexionan con el debido tiempo desde el inicio hasta el final del proceso; la frase ocurrente, el gesto, los rictus, la insistencia en el mismo diagnóstico socioideológico del rival, una vez que se conecte, la insistencia fructifica, es lo dominante.

En cuanto la libertad se confunda con una decisión que no es ideológica sino que se traduzca en sumisión se terminará por completo bajo todas sus formas de vivir bajo unas disposiciones rigurosas que ya no será posible trasgredir.

La izquierda ya no habla de dictadura del proletariado, el "manifiesto comunista" de Marx y Engels redactado entre 1847 y 1848 se queda en la cuneta de la historia; los debates que surgieron cuando se produjo un acercamiento del eurocomunismo persiguiendo un comunismo occidentalizado adaptado por los partidos comunistas francés, italiano y español, en las figuras de Berlinguer, Marchais y Carrillo que se oficializó en marzo de 1977, hasta el programa 2000 del PSOE, donde se llegó a estudiar la evolución y crisis de la ideología de izquierdas, donde se fue dejando el revisionismo de Bernstein para seguir una senda marxista hasta que Felipe González lo abandonó con unas tesis sociodemócratas.

En un mundo indiferenciado que se mueve por satisfacer sus estímulos casi vitales e ideológicos y que se ha esfumado a través de una no representación solo existen efectos arremolinados, unos efectos especiales, unas polarizaciones repentinas, bien estudiadas, semejantes a los efectos de una sociedad líquida, tal como estudia Zygmunt Bauman, donde el vacío de lo político puede asumir una historia que se puede revertir en cualquier momento empujada por su misma indiferencia.