Opinión

Los guanches nunca existieron

Representación de la beneración de los guanches a la Virgen de Candelaria en 2022.

Representación de la beneración de los guanches a la Virgen de Candelaria en 2022. / María Pisaca

No se han descrito efectos secundarios provocados por el sano ejercicio de comprender y estudiar la historia de nuestra tierra. Dicen los más atrevidos que es posible relatar el pasado de las sociedades sin caer en estereotipos de credo o de apego ideológico. De verdad, vale la pena realizar un esfuerzo académico para que las generaciones actuales sepan de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Y sí, es totalmente factible alcanzar esta meta tan normalizada en el resto de España poniéndole aún más cariño. La mayor parte de los escolares no tienen ni la más mínima idea acerca de los pobladores aborígenes de las islas, aunque tampoco les importa mucho. Para ellos todos son guanches, sin localización temporal ni territorial; cavernícolas ataviados con pieles de cabra que emiten gruñidos y soplan el bucio. Sin embargo, no es su culpa. Los programas escolares a menudo priorizan otros aspectos de la historia y la cultura, relegando el estudio de las culturas aborígenes canarias a un segundo o tercer plano. El contenido transversal no es suficiente, tampoco el compromiso de algunos profesores por fomentar la curiosidad entre el alumnado. En ocasiones, nos enfrentamos a una omisión del pasado que roza la dejadez más sonrojante. Una de las consecuencias de este vacío antropológico se traduce en la percepción distorsionada o simplificada de la historia indígena de las islas. No me cabe ninguna duda que esta alarmante falta de competencia tendrá consecuencias negativas a largo plazo, ya que los más jóvenes pueden perder la oportunidad de desarrollar un sentido completo de identidad cultural y de conexión objetiva con su herencia ancestral. Además, limita su capacidad para apreciar la diversidad y la riqueza de la historia del archipiélago. Así de simple, porque el concepto es tan sencillo como el mismo conocimiento, aquel que miramos con envidia en algunas regiones de la Península que reconocen y aprecian el legado de sus ancestros. Las escuelas, bajo el paraguas desvencijado del Estado, atesoran el desafío de enriquecer sus programas de estudio para incluir de manera más prominente la cultura de los aborígenes canarios, incorporando materiales educativos específicos y entretenidos. Es una cuestión esencial establecer un compromiso consensuado que esté encaminado a fomentar un diálogo abierto y continuo sobre la identidad canaria y la herencia de los aborígenes en la sociedad en general, que no quede en un anuncio de buenas intenciones. Normalizamos una omisión educativa que contribuye a la pérdida de la conexión de las generaciones jóvenes con sus raíces y el patrimonio cultural. Es una evidencia perfectamente constatable que, sin un conocimiento adecuado de la cultura aborigen canaria, jamás podremos valorar y respetar los vestigios arqueológicos que a duras penas se conservan en las islas. Los jóvenes pasan de Acaimo, Añaterve, Aregoma o Fayna porque no tienen Facebook; tampoco saben qué pasó en el barranco de Acentejo o en la Batalla de Tenoya porque nadie lo subió a TikTok. Multiplicamos a los desapegados culturales a base de pasotismo. Que no caigamos en el olvido persistente.