Opinión | EL RECORTE

Aquellas lluvias y estos felices lodos

A día de hoy, hasta donde uno sabe, nuestra agricultura exportadora va de culo y sin frenos seguida muy de cerca por la industria

Imagen de recurso de la tractorada en Santa Cruz.

Imagen de recurso de la tractorada en Santa Cruz. / ED

Los datos de la pobreza severa mejoran en Canarias. Llueve menos, pero sigue lloviendo. O sea, seguimos teniendo pobres a punta pala. Trece de cada cien canarios viven en hogares con menos de 560 euros mensuales. Háganse una idea.

Las cifras reflejan una pequeña mejoría, pero siguen siendo malas. Porque no es fácil cambiar la realidad cuando obedece a males endémicos. El Producto Interior Bruto de Canarias, o sea, su riqueza, ha crecido extraordinariamente hasta los 54.000 millones de euros. Pero también lo ha hecho la población. Y eso significa que la riqueza se reparte entre más gente, lo que produce una caída en ese indicador que se llama PIB per cápita. Con más gente aumenta también el gasto en servicios públicos y en inversiones e infraestructuras. La maquinaria de la administración consume más riqueza en atender a más ciudadanos que deberían producir más riqueza, cosa que casualmente no se produce en la misma proporción: tenemos sueldos bajos, una productividad lamentable y una economía que solo funciona porque funciona el turismo.

La Canarias de toda la vida vivía de las franquicias. Cuando Madrid se las cargó, por ejemplo en el siglo XIX, hubo aquí crisis, hambrunas, emigración y miseria. Hasta que Bravo Murillo nos dio los puertos francos, con los que volvimos a funcionar a nivel comercial. Y así seguimos hasta que en 1972 se aprobó la primera Ley de REF. Esa que hoy ponemos por las nubes, pero que en su momento fue un recorte de las libertades comerciales de Canarias. Luego llegó la integración en Europa y le dimos la puntilla definitiva a los viejos fueros canarios. ¡Pum! Tiro en la cabeza. Y abrazamos el Mercado Común para convertirnos en la potencia agraria e industrial del Atlántico Medio.

A día de hoy, hasta donde uno sabe, nuestra agricultura exportadora va de culo y sin frenos seguida muy de cerca por la industria. Los dos sectores por los que apostamos dándole la espalda del modelo fiscal al comercio y al turismo. Desde hace cuatro décadas vivimos en la permanente ensoñación de los mundos de Yupi, anunciando revoluciones tecnológicas y energéticas que no pueden dar de comer a más de dos millones de personas.

Dijimos no a un petróleo que al final no estaba. Y al telurio, siguiente ítem en nuestros debates escatológicos. Ahora, incluso, discutimos el turismo. La vida se nos va en estudiar los indicadores de pobreza, de paro y de población, de salarios bajos y de exportaciones menguantes, mientras ideamos cómo cambiarlo todo haciendo exactamente lo mismo de siempre.

Canarias es un territorio de éxito en la venta de servicios turísticos. Y podría ser un enclave de libertad comercial de primer orden, en puertos, aeropuertos y financiero, hacia el mundo. Pero un día decidimos que nuestro modelo fiscal fuera más semejante al continental y metimos aranceles a saco. A cambio nos enchufaron una manguera por la que cada día llega menos pasta. Podemos seguir mareando la perdiz todo el tiempo, pero los actos tienen consecuencias. Hoy vivimos cómoda y felizmente mantenidos porque un día decidimos dejar de ser libres. Así que a llorar al huerto. O sea, a Teobaldo Power, 7.

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