Opinión | Retiro lo escrito

Maduro duerme bien

Nicolás Maduro asegura que seguirá gobernando Venezuela "con el apoyo del pueblo"

Nicolás Maduro asegura que seguirá gobernando Venezuela "con el apoyo del pueblo" / RAYNER PENA R

Escribir sobre Venezuela es una amargura siempre renovada. Lo más suave que se puede decir es que la dictadura se ha consolidado y que actualmente se ha transformado en un régimen casi invulnerable. En algún instante, en un pasado no muy remoto, parecía que la caída de Nicolás Maduro y sus secuaces era cosa de meses. Hoy no. Hoy la tiranía chavista se encamina hacia unas nuevas elecciones –trucadas– para ganarlas y conseguir así un sucio barniz de legitimidad.

Quizás el momento crítico llegó a finales de 2018 o principios de 2019. Fue entonces cuando la economía venezolana se hundió. Ya habían salido del país unos seis millones de personas, después continuó esa emigración infernal hasta llegar a los 7.800.000 huidos aproximadamente (el censo establece unos 28 millones de habitantes en Venezuela en 2022). Gente que huía en coches destartalados, en autobuses, en camiones de ganado, a pie. A veces con muertos que quedaron en el camino. Gente que llegaron a su malhadado destino enfermos, desnutridos, hambrientos y reventados de cansancio y que, sin embargo, pudieron trabajar, montar pequeños negocios, labrarse un futuro. Cada uno de los 7.800.000 venezolanos de la diáspora es un testigo de cargo contra la violencia, la arbitrariedad, la profunda y envilecida estupidez del régimen chavista. El apocalipsis económico, financiero y fiscal debilitó al madurismo, que ya no sabía lo que inventar. En 2018, precisamente, la oposición consiguió nuclearse en la asamblea nacional y designar «presidente encargado» a Juan Guaidó en enero de 2019. Cono presidente de iure fue recibido en numerosas cancillerías y por algunos jefes de Estado y de gobierno. Pero cuando la asamblea nacional fue recuperada por el madurismo –con una abstención, eso sí, superior al 66%– Guaidó se desinfló como un suflé. La dictadura redobló la represión y fortaleció estructuralmente su ya amplio control de la judicatura y de las Fuerzas Armadas.

En 2020, con el hambre tocando en la puerta de tres de cada cuatro venezolanos, PDVS quebrada y un presidente de iure paseándose triunfalmente por Europa y América, Nicolás Maduro advirtió que se asomaba al borde del precipicio. Fue entonces cuando acabó el chavismo económico, por así decirlo. Cualquier ceniza revolucionarista –ya no revolucionaria– fue barrida cuidadosamente, aunque, por supuesto, la retórica oficial quedó casi intacta. Lo que empezó a hacer Maduro es poner en práctica algunas de las políticas económicas que pretendían implantar Guaidó y sus conmilitones. Se suprimió la subida de salarios automatizada, se desmontaron programas sociales perfectamente inútiles que costaban anualmente varios miles de millones de bolívares, se racionalizaron parcialmente las inversiones públicas, prestando más atención a infraestructuras de transporte y al comercio, fue admitida la circulación del dólar. En resumen, lo que se ha producido en Venezuela en los tres últimos años es un ajuste económico y presupuestario con dos objetivos conservadores: evitar el colapso total de la economía y tratar de controlar la inflación mortífera que sufre el país. Lo primero, mal que bien, se ha conseguido: ha mejorado visiblemente el suministro de alimentos y de algunos otros insumos en el país. Lo segundo es considerablemente más complicado, y aún así, al menos se ha ralentizado. Venezuela acabó el año 2022 con una inflación del 305%, la más alta del mundo. El año pasado se redujo hasta el 193%. Los venezolanos son mucho más pobres que a principios de siglo, el sistema de servicios públicos del chavismo inicial se ha roto y funciona –cuando lo hace– muy insatisfactoriamente y la producción de petróleo y gas no se ha recuperado. Maduro está dispuesto a prudentes y controladas reformas económicas, pero cualquier reclamación política e institucional es un delito de alta traición y cualquier aspirante a un escaño, a una gobernaduría, a la Presidencia de la República puede ser y es eliminado de múltiples formas, como ha ocurrido con María Corina Machado. El presidente duerme siempre con un ojo abierto, pero duerme bien, y sigue roncando obscenidades.

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