Opinión | El recorte
Ya no existe lo privado

Angela Merkel firmando autógrafos en Bayreuth en 2012. / EPC
The devil is in the detail, dicen los anglosajones. El demonio está en los detalles. Y es cierto que a veces se huele el azufre antes de ver las llamas. O lo que es lo mismo, uno se da cuenta de un gran peligro a través de pequeñas señales.
La prensa española (El Confidencial) se hizo eco esta semana de una noticia escalofriante. Un pibe británico de 18 años, Aditya Verma, estaba en un aeropuerto de Londres a punto de irse de vacaciones a Menorca con un grupo de amigos para celebrar el fin de curso. A Aditya, británico de origen indio, le llamaban en el colegio, burlonamente, «el talibán», por su aspecto físico. Alguno de sus colegas le preguntaron por dónde andaba en una conversación de grupo de Snapchat y Aditya le respondió con una broma: «Voy camino a hacer estallar el avión (soy miembro de los talibanes)».
Era una conversación privada. O eso se creían ellos. Los Servicios de Inteligencia Británicos tienen acceso a las palabras que escribe Aditya (nadie ha aclarado aún cómo) y se las toman al pie de la letra. Y el vuelo de Easy Yet, cuando entra en territorio español, acaba escoltado por dos cazas F-18. Cuando Aditya aterriza en Menorca lo que le espera no es la playa sino los calabozos. Y lo que es peor, hace unos días Aditya Verma fue juzgado en España enfrentándose al pago de una indemnización de casi cien mil euros por los gastos de los cazas españoles desplegados en tareas de escolta.
El joven, que fue absuelto por un tribunal español, no se enfrentaba a cargos de terrorismo porque las fuerzas de seguridad en España se dieron cuenta rápidamente (bueno, después de un par de días, que pasó en el talego) de que los servicios secretos británicos habían metido la pata hasta el fondo. De regreso a Londres, con el susto en el cuerpo, Aditya fue interrogado por el MI5 y el MI6, que revisaron su teléfono y sus ordenadores y le dieron la vuelta como un calcetín a toda su vida para terminar comprobando que no había nada de nada.
El fondo del asunto es que algo que pertenecía a la esfera de lo privado se hizo público sin el consentimiento ni el conocimiento de sus protagonistas y sin ninguna autorización judicial. Hasta ahora sabíamos que los servicios secretos espiaban a los poderosos. A Angela Merkel, la canciller alemana, por ejemplo, la espiaron los americanos durante más de una década. Y a Pedro Sánchez y varios ministros españoles les hackearon los teléfonos con un programa espía de fabricación israelí, lo que igual justifica el actual cabreo del presidente con los judíos y las judías (en lenguaje inclusivo, no gastronómico). Pero tener ahora la prueba de que también intervienen el chat de un grupo de pibes que están bromeando antes de irse de vacaciones es escalofriante.
Cámaras que nos miran con sus ojos de cristal por todos lados; un banco de memoria con nuestros perfiles biométricos; el control de todas nuestras compras y gastos a través del pago electrónico; la capacidad de acceder a nuestra intimidad violando el espacio de lo privado… La pesadilla del mundo sin libertad, que dibujó Orwell, no era un sueño. Era un anuncio.
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