Opinión | El recorte
La nadería política
El ministro de Arucas y restos aledaños de la España sin independizar, Angel Víctor Torres, se ha hecho esta pasada semana un par de preguntas retóricas. «¿Qué hubiera pasado si un presidente socialista de una comunidad autónoma hubiese dicho que la inmigración va unida a la delincuencia? ¿Qué hubiera pasado si un presidente de una comunidad autónoma socialista hubiese dicho que se trasladan migrantes a la península de manera oscura?». Alguien se lo debía haber contestado: Nada, ministro. No habría pasado nada. Porque si el que dice una estupidez es «de los nuestros» se tapa con hormigón armado. Sea de izquierdas, derechas o medio pensionista. Por ejemplo: ¿qué pasaría si un presidente declara la independencia? Pues nada. O una ley de amnistía.
No hace tanto que los socialistas pusieron a parir al alcalde de Las Palmas, el popular José Manuel Soria –el primer ministro canario abatido por fuego amigo– porque estaba enviando migrantes irregulares en vuelos nocturnos para soltarlos en Madrid. Le acusaban de comprarles los pasajes y darles pasta para que se mandaran a mudar de su ciudad donde dormían tirados en los parques. El sistema de líneas aéreas Soria nunca se terminó de probar, pero sirve para demostrar que en todos los calderos cuecen las mismas habas. Sin necesidad de irse tan lejos, hace muy pocos días el bueno de Lisardo Santos, alcalde socialista de un pueblo gallego, Sobrado dos Monxes, en La Coruña, se negó a recibir a unos cuarenta migrantes procedentes de Canarias porque consideraba que su pueblo, con menos de dos mil personas, no tenía capacidad para atender a esas personas. ¿Y qué pasó? Pues nada.
Ninguna comunidad española, a excepción de Cataluña –que tiene sus propios problemas con la inmigración– se ha comportado solidariamente con Canarias. Eso no va de ser de derechas o de izquierdas, va de que les importamos un mojón. El problema de la inmigración en las islas les cae muy lejos a los que viven en el territorio peninsular y no sienten el mínimo interés. Les importa tan poco que hasta Pedro Sánchez, que no es presidente de una comunidad autónoma sino de todas, dijo aquello de «nuestra ruta», refiriéndose a la del Estrecho y Alborán, olvidándose de que había otra entrada por aquí abajo. Aquella es la de ellos y ésta, la Atlántica, la más mortífera y transitada, nos la comemos nosotros.
El ministro Torres lanzó a los medios las preguntas porque quería darle caña al PP y a Isabel Díaz Ayuso: dos cosas que suelen sumar puntos en el ministrómetro de Moncloa que mide la simpatía de Sánchez por su aguerrido equipo de futuros embajadores en la ONU. La mediática presidenta madrileña denunció casos —dos— de agresiones sexuales supuestamente protagonizados en Alcalá de Henares por inmigrantes llegados de las islas. Para el ministro Torres decir eso es criminalizar a las personas inmigrantes. Y criticó al presidente canario, Clavijo, por no condenar las palabras de la lideresa madrileña a quien Torres, Clavijo y en general todos los políticos canarios, incluyendo los suyos, se la resoplan enormemente.
La política española es una inagotable fuente de naderías. Un debate inútil de todos contra todos y por todo, sin la mínima seriedad y lealtad institucional. Lo inauguró el PP de Aznar rompiendo el sentido de Estado con la política antiterrorista. Lo siguió el PSOE aprovechando políticamente los atentados de Madrid. Y a partir de ahí todo ha ido a peor. Con su pan se lo coman, diría uno. Pero no. Se lo comen con el nuestro.
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