Opinión | El recorte

El ciclo

La buena marcha del turismo es uno de los motores que aceleran la proliferación de autónomos.

La buena marcha del turismo es uno de los motores que aceleran la proliferación de autónomos. / JUAN CARLOS CASTRO

Uno podría pensar que los del calentamiento global andan de capa caída con la enorme nevada que ha caído en parte de España y Europa y por las lluvias torrenciales que están produciendo inundaciones, porque les revienta el discurso apocalíptico. Pero no. Lo bueno de la religión de la Calentología es que lo mismo le vale un roto que un descosido. Si hay sequía es por el cambio climático. Si diluvia, también. Si el clima es un horno crematorio es culpa del calentamiento. Si el termómetro se desploma y se te congela el fondillo de los pantalones, también. Haga frío o haga calor es cosa del cambio climático. Y si el planeta se hiela es porque se calienta. Y la culpa, por supuesto, es nuestra. Por eso tenemos que expiarlo pagando más impuestos "verdes" como penitencia.

Hasta el día que a alguien se le ocurra mover el calendario, para acompasar el mes oficial con el tiempo climatológico real, seguiremos diciendo que vivimos los inviernos más cálidos y los veranos más fríos. Y que el tiempo se ha vuelto loco, que es, por cierto, lo que decían nuestros abuelos.

Que empiece el frío extremo por ahí arriba le viene bien a nuestra tierra, que lideró el año pasado el crecimiento de empleo del sector turístico en España, creando más de diez mil puestos de trabajo. Si no fuera por el turismo, en Canarias nos estaríamos comiendo las suelas de los zapatos. Pero a pesar de que tuvimos la extraordinaria experiencia de ver lo que podría pasarnos si perdiéramos nuestro gran sector de éxito –cuando la pandemia dejó los hoteles vacíos y las calles de las ciudades turísticas desiertas– aún hay gente que se pasa la vida poniéndole palos en las ruedas.

Proponer límites al crecimiento turístico supone, inexorablemente, establecer un techo a la población residente en Canarias. Una cosa lleva a la otra. Si queremos pausar el desarrollo habría que cerrar a cal y canto las fronteras de las islas. Más de dos millones de personas en un archipiélago sin recursos naturales no pueden sobrevivir sin la riqueza que generan los visitantes que vienen cada año a dejarnos su dinero y, de paso, a llenar los bolsillos de Hacienda, de AENA y de las compañías aéreas que les transportan.

El turismo no solo crea empleo directo en los hoteles y apartamentos. Genera trabajo en el transporte, en el comercio, en la restauración, en el ocio, en la agricultura y en la industria. Acabamos antes diciendo que en todos lados. Gracias al turismo ingresamos cientos de millones de euros por la recaudación del IGIC, que se destinan a financiar cabildos y ayuntamientos y también al Gobierno de Canarias. Y si no fuera por los casi veinte mil millones que facturamos el año pasado la balanza comercial de las islas habría sido una ruina. No habríamos podido importar ni una cuarta parte de lo que consumimos.

Mientras el frío empieza en Europa, han anunciado la subida de tasas en los aeropuertos canarios. Están preparándose para ordeñar aún más. Como ocurre cuando muere una ballena, cientos de otras especies acuden para alimentarse: miles de trabajadores que vienen de fuera buscando trabajo; las grandes cadenas foráneas que facturan aquí en sus hoteles; los importadores de alimentos o utillajes; las compañías de aviación…. Cada año muere una gran ballena en Canarias y cada año la devoran todos esos tiburones. Los pejeverdes autóctonos se comen felices los no tan pequeños restos. Algunos ya se han puesto tan grandes que parecen tapaculos. ¡Qué bien les viene el nombre!

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