Opinión | El recorte

El país de los excesos

Pedro Sánchez bajando del avión oficial Falcon en un viaje a Rabat.

Pedro Sánchez bajando del avión oficial Falcon en un viaje a Rabat. / EP

Ríete tú de los viajes de Pedro Sánchez en el Falcon, con menú vegetariano. Para viajes los de los senadores españoles que se gastaron más de cuatrocientos mil euros entre agosto y septiembre del año pasado. En menos de dos meses y en verano, cuando no hay plenos. Un récord histórico.

En España parece que la fiesta no tiene fin. En los años en que todo el mundo se apretaba el cinturón hasta el último agujero, devorados por la crisis, la cosa pública siguió impertérrita, gastando como si no hubiera mañana. Solo hay que mirar los capítulos uno y dos de los presupuestos de las corporaciones publicas –sueldos y gastos de funcionamiento– para comprobar, con sana envidia, cómo en lo más crudo del crudo invierno, mientras todo dios se congelaba de frío en la calle, en el sector público disfrutaban del cálido y confortable clima de la seguridad.

El año pasado, el gasto en nóminas del conjunto de las Administraciones Públicas, que incluye los sueldos de los empleados públicos, políticos, altos cargos, asesores, cuñados y otras hierbas, superó la barrera de los 160.000 millones de euros. Es un nuevo récord en este país que lleva décadas tirándose las ventosidades más grandes que el esfínter de salida. A pesar de la crisis económica y pasándose las recomendaciones de Bruselas por el arco del triunfo, aquí seguimos gastando a manos llenas. Debe ser porque quienes desde Europa nos recomiendan austeridad cobran salarios de más de cuatrocientos mil euros al año, como nuestra exministra de Economía, Calviño.

La masa salarial pública es ya superior a toda la recaudación por el impuesto a las rentas del trabajo. Implica que uno de cada cuatro euros del gasto público total, incluyendo a la Seguridad Social, se destina a pagar una administración elefantiásica. Para defender lo indefendible –o sea, todo lo anterior– alguna buena gente, que lleva en ese mundo desde que Franco era cabo corneta, sostiene que el aumento del gasto público es consecuencia del esfuerzo por mantener el Estado del Bienestar. ¿Y eso qué quiere decir? Pues verán: gastar cada vez más en tener cada vez peores servicios prestados por cada vez más gente. El Estado del Bienestar se ha convertido en un bucle donde cada año se dedican más recursos para el mantenimiento de servicios públicos esenciales, como Sanidad o Educación, al mismo tiempo que empeoran las listas de espera de pacientes que esperan una prueba o una operación o se desploma el nivel de nuestra calidad educativa.

El verdadero Estado del Bienestar es un país de casi cuatro millones de personas que perciben sus nóminas a final de mes llueva, truene o haga calor, porque cobran de los impuestos de los trabajadores, autónomos y pymes que se desloman trabajando. Es un sector público que no conoce la crisis. Que no sabe lo que es perder el puesto de trabajo o ver cómo quiebra tu empresa, asfixiada por las cargas fiscales. Es ese planeta feliz donde doscientas sesenta y seis personas se gastan en viajes, en pleno verano, casi medio millón de euros. Con la yema del uno y la clara del otro. Y no pasa nada.

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