Opinión | El recorte
Pedro Navajas y el jamón del Estado
Es una suerte que España no sea una potencia nuclear porque para seguir en el machito Pedro Sánchez acabaría entregando las llaves del maletín de lanzamiento de misiles atómicos a los catalanes.
A estas alturas aún se desconoce exactamente qué es lo que han pactado los socialistas con la gente de Junts. No se sabe, por ejemplo, si la delegación o transferencia de competencias del Estado en materia de migración contempla el control de fronteras por los Mossos. O si el Gobierno catalán será competente para resolver expulsiones o dar permisos de residencia. Va a ser un espectáculo ver a un extranjero con permiso de estancia en Cataluña yéndose a trabajar a Andalucía. ¿Sería legal? Si en Canarias tuviéramos dos luces deberíamos estar pidiendo esa misma transferencia. ¡Imaginen qué negocio! Podríamos abrir una oficina de venta de permisos de residencia a inmigrantes, cobrarles una pasta por los papeles y mandarles después, ya legalizados, con rumbo al resto del territorio europeo. No descarten que los catalanes acaben haciendo lo mismo.
Para seguir en el poder nuestro Pedro Navajas se ha convertido en un experto del cuchillo jamonero con el que va cortando, lasca tras lasca, la estructura del Estado. Ha reformado el Código Penal para librar de las penas de sedición y malversación a los independentistas catalanes. Va a reformar la Ley de Sociedades de Capital –artículos 9 y 10– para obligar a regresar a las empresas que se fueron de Cataluña. Reformará el artículo 43 bis del Código Civil para impedir que un recurso a Europa contra la Ley de Amnistía produzca su paralización cautelar. Y en general cambiará todo lo que haya que cambiar y entregará todo lo que tenga que entregar para sobrevivir.
Sin embargo, el último espectáculo parlamentario de esta semana ha dejado secuelas. El Gobierno estuvo sufriendo un infarto hasta instantes antes de una votación que pensaban que iban a perder y hay gente del PSOE que está muy cabreada por la manera en que Junts exhibe su olímpico desprecio hacia el Gobierno de España. Están hartos de la forma agónica de resolver las negociaciones, que se apuran hasta el último minuto con nuevas y más descabelladas peticiones. Es una táctica que no tiene nada de casual y que muestra a los medios de comunicación y al electorado –especialmente al de Cataluña– el poder que Puigdemont está dispuesto a ejercer sin ningún tipo de consideración o cortesía.
Después de salir tocados del ala del desastre de esta semana, el Gobierno encamina el horizonte de un infierno llamado Presupuestos Generales del Estado. Es «la bajadita» en la que les está esperando el voto de Coalición Canaria que les salvó el trasero evitando una derrota. Es lo que espera Cataluña, que va a entrar a saco pidiendo pasta como si no hubiera mañana. Y es lo que teme el resto de las comunidades, que están ya al borde de la sublevación y solo les falta un empujoncito. Las concesiones políticas, el poder y sus pompas crispan a los partidos y producen agrios enfrentamientos. Pero las navajas salen de verdad cuando se abre la cartera. Y eso ya está a la vuelta de la esquina.
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