Opinión | Editorial

En medio de la tempestad, Canarias no puede pararse

La defensa del interés de Canarias con su agenda propia justifica el acuerdo de investidura

Acuerdo de CC y PSOE

Acuerdo de CC y PSOE / EFE

Habrá gobierno la próxima semana. El clima en el que nace no es propicio para resolver los problemas que aguardan, y a ver lo que dura. Las soluciones duraderas siempre llegan de sintonizar con la mayoría templada de los ciudadanos, no de enfrentarlos en bloques. Miles de personas expresan su malestar por cesiones estructurales a cambio de nada, o de bien poco, para ganar un puñado exiguo de votos. Este gran desgarro nacional desgasta los contrapesos democráticos y el Estado de Derecho, salpica a los jueces y hasta a organismos de la UE, y tensa peligrosamente las costuras del sistema.

Algo se ha estropeado en la democracia española cuando el acto de mayor normalidad en su funcionamiento, la formación de un gobierno, se convierte en un tormentoso episodio de discordia. Desde 2015 reina la inestabilidad. Hubo que repetir las elecciones de ese año en 2016 y evitar una tercera cita ante las urnas con un fratricidio en el PSOE. En 2018 la moción de censura derribó al PP. En 2019, otra vez a votar por partida doble. Ahora la investidura desemboca en un pacto de Pedro Sánchez con los independentistas catalanes que enfada a media nación y deja a buena parte de los suyos mordiéndose la lengua.

Asistimos estos días a ejercicios de intolerancia impensables en un régimen de libertades con medio siglo de historia. No hay que confundir la acción de un grupo minoritario de elementos violentos con el derecho incuestionable de cada cual a expresar lo que siente. No caben interpretaciones sectarias. Una manifestación no puede resultar moralmente repudiable o admisible según la víctima.

El comportamiento de los canarios en cambio en las protestas, pacíficas, ha resultado modélico. La región siempre ha sido ejemplo de convivencia y acogida. La mayoría ciudadana reprueba los extremismos y sabe distinguir el género que le venden cuando amenaza un peligro real. No son solo sensaciones si no que lo demuestran los sucesivos estudios demoscópicos, en una región que históricamente ha sabido integrar la llegada de población diversa procedente de la Península, Europa, África, América y Asia.

Convertir una sentencia por hechos delictivos probados en moneda oportunista de cambio quiebra la separación de poderes y consolida el relato de que los jueces son culpables, y los insurrectos, unos dirigentes angelicales sin nada de qué arrepentirse. Amnistía al margen –que no es poco y grave–, la factura suma otras cesiones igual de comprometidas.

El asunto de los dineros autonómicos nunca se resolverá mientras los partidos sigan templando gaitas con los privilegios de Euskadi y con los que ahora atrapa Cataluña. Va a resultar imposible satisfacer tan variadas demandas sin que alguna comunidad pierda y al menor descuido salga despedazada.

La defensa del interés de Canarias con su agenda propia –templada, justa y constitucional– justifica el acuerdo de investidura y de legislatura de CC con Sánchez, un pacto del que, es evidente, se descuelga la amnistía, una medida que enfada y mucho a buena parte de la población de Canarias, difícil de justificar y entender. Y a la que los nacionalistas canarios se oponen sin titubeos.

Eso no quita para que se obtengan del pacto entre CC y PSOE no unos privilegios si no un blindaje para asuntos de especial interés estratégico y financieros para el Archipiélago, como el respeto a sus singulares fueros, la gratuidad de las guaguas y tranvía, una mejora de la financiación autonómica en la que se tenga en cuenta la lejanía, la ultraperiferia y la baja renta, la garantía de fondos para construir carreteras, colegios, viviendas y obras hidráulicas y ayudas para fomentar la contratación de jóvenes. Un acuerdo que garantiza al menos unos 1.100 millones de euros para las Islas. De no haber firmado había un elevado riesgo de estrangulamiento de las vías de financiación de la comunidad autónoma y una ralentización en el desarrollo de su bienestar y sus infraestructuras.

Y apremia aquí, más allá de los anuncios, definir de una vez un modelo de Canarias que precise claramente los pilares en los que apoyarse para acortar la brecha con los territorios mejor financiados, los que disponen de suficiente fuerza para imponer su criterio o los beneficiados por el nepotismo circunstancial. Pase lo que pase y en medio de la tempestad, Canarias no puede pararse.

Los síntomas que se descubren, sin embargo, cuando se han tensado tanto las costuras durante la negociación para el proceso de investidura del presidente del Gobierno de España debilitan la convivencia política, social y judicial. Cuando mueren el debate y el diálogo sereno del que brotan la luz y los consensos, cuando las emociones sustituyen a la razón a la hora de opinar sobre cualquier asunto, cuando la esencia de cada grupo político consiste en colocar a los fieles, silenciar a los críticos y fomentar seguidismo de rebaño, ni un centímetro de divergencia, los destrozos empiezan a adquirir tintes inquietantes. Son signos de deterioro que someten a un duro test de estrés la arquitectura nacional.

Urge acometer un proyecto de regeneración del país en todos los órdenes.

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