Opinión | Aquí una opinión

Él, yo y Benito Cabrera

Madrid

Madrid

He ido unos días de vacaciones a Madrid, las primeras después de estos años pospandemia con el fin de ver exposiciones, conciertos, museos y esos sitios calificados por la mayoría de aburridos y que suele gustarnos a los raros.

La ciudad ha incrementado su ya proverbial exceso de población, el ruido es bullicioso, los locales de restauración están abarrotados a cualquier hora y te produce cierto desasosiego la prisa con que cada uno va a lo suyo y mucha tristeza los obligados a vender chupachups en los vagones del metro o a pedir una limosna en las esquinas de las calles de mayor tránsito.

Aquí también el apresuramiento nos obliga, pero no con la urgencia de esa gran capital y los necesitados están acreditados y solemos tener a uno o varios a los que socorrer de forma limitada. De modo que uno regresa ligeramente vacilante de la experiencia en un avión donde los centímetros cuadrados han sido cuidadosamente estudiados para que, por lo menos, puedas respirar y llegar vivo a destino. Y lo cuento sin asomo de protesta porque afortunadísimos somos cuando allá lejos, pero en el mismo planeta hay una guerra irracional (otra) y ciclones de proporciones dantescas arrasando ciudades y porque los periódicos te enseñan, con sus noticias y sus verdades que siempre habrá otros obligados a recoger la hierba que uno deseche.

Me incorporo a la labor cotidiana y subo a una de las plantas que me han asignado en el voluntariado de hospitales. Es la que se encuentran ingresados las personas a las que se les ha practicado una laringectomía que les priva de la voz. Camino por el pasillo con los bolis y las libretas que ofrezco a estos pacientes porque la tecnología será la clave de este siglo XXI, los móviles y demás cachivaches pero a la hora de comunicarnos personalmente con el otro en ciertas circunstancias, escribimos, no tecleamos. Nuestros indispensables y humildes aliados: lápiz y papel.

Desde una de las habitaciones en penumbras se escucha música, unos preciosos sonidos: es Nube de hielo. Me acerco en silencio y permanezco allí hasta su última nota. Sin prisas, sin agobios, sin (de momento) el sentir tanta angustia. Cuando el silencio vuelve a nosotros, el paciente me coge las manos y las estrecha entre las suyas… perdón, quise decir estrecha mis manos y las de Benito Cabrera responsable del momento mágico por el que acabamos de transitar.

Quizás el autor de esa y otras piezas no sepa lo que tienen de refugio sus composiciones. O quizás sí y por eso las compone y nos las deja como unos, tan necesarios, instantes de sosiego.

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