Opinión | EN EL CAMINO DE LA HISTORIA

Juan Jesús Ayala

El rey Felón. El médico herreño y los últimos deportados

La isla de El Hierro, por su lejanía geográfica en los viejos tiempos, se adapta tarde porque tarde le llegan las noticias de aquellos acontecimientos que pudieran desarrollarse en la Corte o a lo largo del territorio continental, sobre todo, en la formación de las Juntas Supremas de Defensa cuando el rey Carlos IV y su hijo Fernando VII tras el Acuerdo de Bayona y el Tratado de Fontainebleau entregan España a Napoleón, donde la isla contribuye a la de Canarias nombrando como delegado al cura Ayala Barreda.

Una vez concluye su exilio dorado, Fernando VII llega a Madrid, donde se le espera con un fervoroso entusiasmo, más aún cuando habiéndose alumbrado en Cádiz la Constitución de 1812 se pensaba se entraría por una senda de libertades aunque se dijera aquello de «viva las cadenas». Entusiasmo que fue compartido por la isla herreña, decidiendo por parte de las autoridades se pusiera en las puertas de las casas un cartel con el lema «viva Fernando VII». Lo que fue de tan agrado de la Junta Suprema tinerfeña añadiendo la siguiente coletilla: ¡Viva felices habitantes del Hierro; viva el padre amadísimo de la Nación española y viva sobre el Trono de sus abuelos, para nuestra gloria y la vuestra!

Sin embargo, al poco tiempo del inicio de su reinado se instauró una especie de inquisición desde donde gobernó con el más execrable absolutismo comenzando la gran purga y la persecución de todo aquel que respirara libertad y se considerara liberal.

El Hierro no se libró de esa persecución a todos aquellos que se titularan «liberales», siendo el personaje más influyente el médico Leandro Pérez, que se había destacado por su intervención en la epidemia de fiebre amarilla en 1819 y que tachado de liberal fue deportado a El Hierro.

Este médico fue uno de los primeros facultativos que conoció la isla, sobresaliendo por su trato exquisito con los enfermos, a los que a la mayoría no cobraba por sus tratamientos; y además, como escaseaban los productos farmacéuticos y se carecía de farmacia, solo existía el botiquín de urgencia de don Leandro, que investigaba las propiedades farmacológicas de determinadas hierbas que experimenta para sanar a sus enfermos.

Y entretanto las leyes promulgadas por el absolutismo de Fernando VII, ya conocido por «el felón», consideraban que había que aplicar la pena capital a todo aquel que se distinguiera por sus actitudes políticas como liberales, por lo que don Leandro no se podía escapar y había que detenerlo de manera inminente.

Pero una vez más los habitantes de la isla, sobre todo los agradecidos por su labor de médico, hicieron todo lo posible por socorrerlo. Y lo lograron, ya que cuando los representantes de la ley en aquel momento fueron a buscarlo a su casa en Valverde para someterlo a la pena capital sin más juicio ni nada que se le pareciera se encontraron que no estaba.

Se comenta que los herreños lo escondieron en los bajos del antiguo convento de franciscanos y lograron en un despiste de las autoridades embarcarlo por algún lugar de la costa, lejos de la mirada de sus perseguidores.

Son retazos de la historia de un reinado poco gratificante y de episodios de una isla que desde siempre fue considerada por sus condiciones geográficas como un presidio perfecto, imposible de escapar, dado que sus laderas entran a pico en la profundidad del mar.

Según refiere Dacio Darias en su libro Noticias sobre la isla de El Hierro, la isla se nutrió de altos personajes que por discrepancias políticas no solo de gobierno sino de partidos se les indicó el destierro camino de la isla.

Con referencia a alguno del reinado de Isabel II, los herreños vieron llegar una tanda de militares de diversa graduación, fijando su residencia en Valverde en las inmediaciones de lo que más tarde fue el cuartel de Asabanos . Así como un brigadier, Dionisio Meises; como el que estuvo a punto de cerrar esta circulación de políticos hacia la isla; el alférez de milicias, D Rafael Calzadilla, cuyo empeño le llevó a incrementar la cuota de deportados.

En los últimos años de la República y durante el gobierno de Lerroux pasaron por la isla como deportados el dirigente comunista del Puerto de la Cruz Florencio Sosa Acevedo, el periodista Luis Álvarez Cruz y el medico Maffiote.

Y en nuestra época de estudiante, en el año 1962, tras el «contubernio de Munich» conocimos y compartimos conversaciones plenas de enjundia política con Iñigo Cavero y José Luis Ruiz Navarro, que fueron los últimos deportados ya en el gobierno de Franco. Destacados políticos ya que Iñigo Cavero fue presidente del Consejo de Estado, ministro de Justicia, de Cultura, de Educación y Ciencia y Diputado en las Cortes Generales con el gobierno de Adolfo Suárez.

Y por su parte José Luis Ruiz Navarro, diputado a Cortes en dos ocasiones y primer secretario del Congreso en el mismo gobierno de Suárez.

De ambos tengo un grato recuerdo y cuando les pregunté el por qué estaban en la isla , me contestaron «porque se nos está escapando el tren de la democracia».

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