Opinión

Gerardo Castillo Ceballos

Elogio del olvido

Cuidar el corazón ayuda a cuidar el cerebro

Cuidar el corazón ayuda a cuidar el cerebro / imagen unsplash

El olvido está mal visto. En cambio, valoramos mucho recordar. «Olvidar tiene mala fama», ha afirmado Carlos Vara, investigador de los procesos cognitivos desde las neurociencias, en una disertación sobre los beneficios del olvido. «Creemos que nuestra vida sería más fácil y mejor si tuviéramos más capacidad para retener información. Sin embargo, cada vez hay más científicos que defienden que deberíamos considerar los procesos de olvido como algo necesario y complementario a los de recordar, pues el correcto equilibrio entre ambos es lo que nos dota de una buena memoria», señala.

Los investigadores Blake Richards y Ronald Davis proponen que deberíamos considerar la memoria como un equilibrio entre la persistencia y la desaparición del conocimiento. Deberíamos ver la memoria como un conjunto de patrones y datos que constantemente se va actualizando mediante la incorporación de nuevos elementos y la eliminación de otros no necesarios. El hecho de no recordarlo todo no es un problema, como señala el filósofo y psicólogo William James, quien afirma que «recordarlo todo sería una enfermedad igual de incapacitante que olvidarlo todo. Para recordar debemos olvidar».

El filósofo y teólogo Carlos Cardona sostiene que no debemos concebir el olvido como algo que hay que erradicar, ya que el olvido no es una carencia, o una tara, sino una parte fundamental, junto al recordar, de los procesos de memoria. Existen diferentes mecanismos para olvidar. El más estudiado es el del olvido activo o intrínseco, que lleva a cabo el sistema nervioso de un modo constante, lo que contribuye a un buen funcionamiento de la memoria. Esto nos ayuda a desengancharnos de traumas o situaciones complicadas de nuestro pasado, para que así podamos afrontar mejor el futuro, adaptándonos mejor a los retos que se nos puedan plantear.

Cada día nuestro cerebro está siendo bombardeado con una cantidad ingente de información procedente de diferentes fuentes. Esa información es un ruido que reduce la claridad de nuestros pensamientos y necesitamos hacer algo con ese flujo de información intranscendente. Olvidar ayuda a eliminarla.

En algunas investigaciones recientes se afirma que olvidar es una actividad esencial que, además, complementa a la de recordar. Una no puede existir sin la otra. Se olvida lo superfluo, lo que realmente no precisamos, y así nuestro sistema nervioso nos abre a lo imprevisible. Olvidar hace sitio a lo nuevo, a la innovación, y provoca que prioricemos lo importante de nuestras vidas y experiencias, aprovechando así el conocimiento que nos brinda.

Todos hemos pasado por situaciones que nos hicieron felices, pero llega un momento en que la felicidad se trunca y origina malos recuerdos que no podemos borrar; solo queda la posibilidad de que nos duelan cada vez menos e incluso que, con el paso del tiempo, nos dejen de doler. Para lograrlo es preciso relativizar lo ocurrido, darle un nuevo valor a los sentimientos heridos e integrarlos en nuestra historia vital. La base de ese proceso es la comprensión empática, que fue explicada por el psicólogo estadounidense Carl Rogers como la capacidad de ver las cosas como el otro las ve, poniéndose en los zapatos del otro. A ello debe unirse aprender a perdonar.

Tenemos la oportunidad de trabajar las malas experiencias del pasado y no dejar que ellas sean las que tomen el control sobre nosotros. Pero no solemos hacerlo: otorgamos a los recuerdos un poder que no tienen. Por eso conviene aclarar que somos más que recuerdos, somos quienes damos significado a nuestra memoria, quienes le damos forma.

Esa actitud la podemos aplicar, por ejemplo, a posibles ofensas recibidas en la familia. Se ha dicho que los matrimonios con «mala memoria» (sin lista de agravios) suelen ser matrimonios felices. Lo que sirve para la paz en una historia familiar es aplicable también, de algún modo, a la historia de un país. Un buen ejemplo es la ejemplar transición de la dictadura a la democracia en España. En la nueva situación ya no había vencedores y vencidos. Los españoles de entonces supieron olvidar y perdonar. ¿Sabemos eso mismo los de hoy?

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